Cuenta Juan Eslava Galán, en su libro «Los años del miedo«, una anécdota de un paisano gallego que se encontraba preparando los aperos para salir a segar el heno, cuando un lujoso coche llegó hasta la puerta de su casa. Se apearon de él dos tratantes de la comarca y un señor trajeado con un elegante abrigo y un sombrero de ala.

Los tratantes, conocidos del paisano, se acercan y le dicen que el caballero -para más datos alemán- le quiere comprar su casa. Antes de que el paisano los mande «al carallo», le dicen:

Pero sólo las paredes. Se lleva las piedras y a ti te queda el solar para hacer otra casa. Te paga 20.000 reales. Con este dinero te puedes hacer otra casa más grande y te sobra la mitad.

El labriego no lo ve claro, no puede ser que alguien me ofrezca tanto dinero por unas piedras. Vale que tienen un brillo especial cuando les da el sol, pero las hay a patadas. Al final los tratantes logran convencerlo. Al cabo de unos días, llega el alemán con el dinero y la cuadrilla que le acompaña derriban la casa y cargan las piedras en camiones.

La particularidad de las piedras con las que el paisano había construido su casa era que tenían un alto contenido en wolframio, también llamado tungsteno. Los alemanes lo utilizaron para blindar la punta de los proyectiles anti-tanque y la coraza de los panzers. Así pues, los alemanes comenzaron a comprar el escaso y preciado mineral de Galicia.

Wolframite

Cuando los aliados entraron en el mercado, los precios del wolframio se dispararon y se llegaron a pagar 243 ptas el kilogramo. Todo lo que pudieran adquirir los aliados no llegaría a los alemanes. A fecha de hoy, la mina de wolframio más importante del país y la tercera de Europa en cuanto a producción está en Los Santos (Salamanca).