Aunque siempre simpatizó con la causa aliada, durante los primeros años de la Primera Guerra Mundial EEUU se mantuvo neutral. Aquella no era su guerra y, además, no veía peligrar sus intereses. La opinión pública se encontraba dividida hasta que en mayo de 1915 un submarino alemán hundió cerca de Irlanda el trasatlántico británico RMS Lusitania que cubría la ruta Nueva York a Liverpool -más de 100 estadounidenses murieron-. Cierto es que la embajada alemana en Washington había emitido un comunicado de aviso:

AVISO ! Los viajeros que tengan la intención de embarcarse en el viaje por el Atlántico, se les recuerda la declaración de guerra entre Alemania y sus aliados y Gran Bretaña y los suyos, y que la zona de guerra incluye las aguas adyacentes a las Islas Británicas, que, de conformidad con los pertinentes avisos dados por el Gobierno Imperial alemán, los buques que enarbolen la bandera de Gran Bretaña, o cualquiera de sus aliados, podrán ser destruidos en esas aguas y que los viajeros que navegan en la zona de guerra en los barcos de Gran Bretaña o de sus aliados lo hacen bajo su propio riesgo. IMPERIAL EMBAJADA DE ALEMANIA en Washington, DC 22 de abril 1915

Desde este momento, la opinión pública estadounidense comenzó a decantarse por la opción aliada, pero el presidente Woodrow Wilson había basado su campaña en una política antibelicista. Así que, mantuvo la neutralidad. En 1917 el Imperio alemán facilitó las cosas: Berlín anunció públicamente que los ataques de sus submarinos se reanudarían. Esta vez, sólo contra buques mercantes para cortar los suministros hacia Gran Bretaña y, de esta forma, aislarla y lograr que capitulase. Esta decisión llevó a la ruptura de relaciones diplomáticas entre EEUU y el Imperio alemán el 3 de febrero. Y aunque parecía que entrar en la Gran Guerra era sólo cuestión de tiempo, sería un telegrama el que prendería la mecha.

El 16 de enero de 1917, un mensaje del ministro de Asuntos Exteriores alemán, Arthur Zimmermann, al embajador alemán en México Heinrich von Eckardt era interceptado y descifrado por los británicos. Con la reanudación de los ataques de los submarinos, los alemanes sabían que comprometían la neutralidad de los EEUU, así que decidieron buscar a un tercero que los mantuviesen ocupados en su propio territorio. El telegrama de Zimmermann indicaba al embajador los pasos a seguir si EEUU entraba en guerra: debía contactar con el presidente de México y ofrecerle apoyo militar y financiero para que su país pudiese recuperar los territorios de Texas, Nuevo México y Arizona perdidos a manos de los yanquis. Además, pretendían que el gobierno mexicano sirviese de intermediario para implicar al Imperio japonés en la Gran Guerra del lado de las Potencias Centrales. A finales del mes de febrero los británicos lo pusieron en conocimiento de los estadounidenses y el mes de marzo los medios se hicieron eco de la noticia. El presidente Woodrow Wilson se quedó sin argumentos y en abril de 1917 declaraba la guerra al Imperio alemán. Por otro parte, México no quiso saber nada de aquella alianza con los alemanes. Este telegrama es muy conocido y supuso el empujón definitivo para que los EEUU diesen un paso al frente. Pero hay otro telegrama, también de Zimmermann, que tuvo que ver con el comienzo de la Gran Guerra. Aunque para no echar más leña al fuego de la memoria de Zimmermann, hay que reconocer que este segundo telegrama no se envió… y ese fue el problema.

En la segunda mitad del XIX y los primeros años del XX, Europa experimentó un rápido crecimiento cimentado en la Revolución industrial, la mejora de los medios de transporte y comunicación, las aplicaciones prácticas de la ciencia, la llegada de materias primas de las colonias… los europeos comenzamos a conocer eso de la vida “acomodada”. Bajo este manto de luz y de color, subyacían problemas latentes entre las distintas potencias por el control los recursos provenientes de las colonias de África y Asia, alianzas estratégicas entre unos y otros, además de crecientes y fuertes sentimientos nacionalistas dentro de los propios Imperios. Este periodo de tensa calma saltaría por los aires el 28 de junio de 1914 con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero al trono, y su esposa Sofía Chotek por el nacionalista Gavrilo Princip, miembro de Joven Bosnia (los cachorros de la organización secreta serbia Mano Negra que luchaba por la creación de la Gran Serbia). Aunque se detuvo al autor material y a otros implicados en el chapucero atentado, Alemania sabía que Viena no se iba a quedar satisfecha e iban a presentar una serie de exigencias a los serbios. El Káiser alemán Guillermo II ordenó a nuestro amigo Zimmermann enviar un telegrama al emperador austrohúngaro Francisco José I en el que le indicase que las exigencias no fuesen “imposibles de cumplir”. Así lo hizo y ambos, el Káiser y Zimmermann, siguieron con sus vacaciones fuera de Viena pensando que la cosa no llegaría a mayores. El problema es que el telegrama nunca salió de Viena… ni del despacho. En agosto 1917, cuando presentó la dimisión por el telegrama enviado al embajador en México, Zimmermann pasó a recoger sus pertenencias y… encontró su telegrama sin enviar escondido en el fondo de un cajón. No se sabe quién decidió no enviarlo -ni un moribundo confesaría haber contribuido al inicio de la Gran Guerra- pero había militares de alto rango austríacos partidarios de dar a Serbia un escarmiento. Eso sí, siempre pensaron que aquel conflicto se resolvería con una guerra corta -midieron mal las consecuencias-.

¿Cómo influyó el hecho de que no se enviase aquel telegrama? Al no recibir ninguna misiva, los austríacos pensaron que tenían el apoyo incondicional de Alemania y que también eran partidarios de un escarmiento. Así que, plantearon exigencias que sabían que los serbios no podrían cumplir, como permitir que los propios austríacos investigasen en suelo serbio la implicación de Mano Negra, y al no hacerlo poder declarar la guerra. La declaración de guerra de Austria a Serbia abrió la veda y las políticas de alianzas estratégicas hicieron el resto.

Ya a la venta mi último libro «Malas y cabronas«, un homenaje a estas figuras extraordinarias que se alzaron contra la adversidad o siguieron su ambición, trascendiendo las limitaciones impuestas por la sociedad y la guerra, para demostrar que las mujeres han sido tanto arquitectas de la paz como combatientes incansables. Aquí las mujeres van a ser las protagonistas, principales y secundarias, para bien o para mal, porque aunque genéticamente seamos diferentes (cuestiones de cromosomas X e Y) o tengamos diferencias hormonales , la realidad es que, en situaciones extremas, tanto hombres como mujeres podemos ser responsables de las mayores gestas y de las peores traiciones, actuando por la mañana como hermanitas de la caridad, solidarias y altruistas, y por la noche siendo unas auténticas cabronas.