Entre las milenarias siete colinas se funda una pequeña ciudad en la margen derecha del Tíber, normalita y sin grandes ventajas estratégicas, pero que llegará a controlar la mayor parte del mundo conocido gracias a sus ingenieros y a sus legiones. Ya tenemos fundada la ciudad -753 a.C.-, que nos está quedando muy mona, pero necesitamos gentes que la ocupen, y para ello el rey Rómulo aceptó, sin preguntar de dónde venían ni quién eran, lo mejor de cada familia: prófugos, refugiados y desarraigados de los territorios vecinos, sobre todo latinos y etruscos. Pero había un problema muy gordo: la colonia estaba formada íntegramente por varones. Sin mujeres, harto difícil que Roma perdurase. Como por las buenas no hubo forma (cuando los padres veían el currículum de los romanos, se negaban a entregar a sus hijas), lo hicieron por la fuerza. Invitaron a los sabinos a una especie de juegos con un banquete final (gratis), y allí que fueron ellos. A la señal de Rómulo, y cuando el vino ya hacía de las suyas, los romanos raptaron a las sabinas y echaron a los hombres. Después de aquellos momentos de desconcierto y sin saber qué iba a ser de ellas, Rómulo las reunió y les dijo que no temiesen por sus vidas, que simplemente deseaban casarse con ellas y tener hijos. Los sabinos juraron venganza y les declararon la guerra. Lógicamente, se lio la de Dios es Cristo… hasta que las mujeres, sabiendo que si no mediaban se quedarían sin padres y/o sin maridos, se interpusieron entre los dos grupos y pararon aquel sindiós.

Siglo IV a.C.

Firmada la paz, Rómulo y Tito Tacio (rey de los sabinos) decidieron gobernar juntos, ambos con el título de rey, y lo hicieron hasta que el sabino tuvo el detalle de morir (parece que muerte natural), quedando Rómulo como rey único de aquella fusión de pueblos. Estableció las bases y los posteriores reyes (de origen sabino y etrusco) aplicaron las reformas necesarias debido a la expansión territorial y demográfica, especialmente en el ámbito legislativo, religioso y urbanístico, sirviendo como modelo en muchas ocasiones el pueblo etrusco. De hecho, muchos de los elementos que hoy se consideran característicos de la civilización romana tienen su origen en la cultura etrusca, como las luchas de gladiadores, los símbolos de poder o los modelos urbanos. Muy diferente es lo que opinaban los griegos de los etruscos, que aprovecharon cualquier ocasión para ponerlos a parir, sobre todo a sus mujeres.

Y uno de los que más sangre hizo fue Teopompo, historiador griego del siglo IV a.C., que dijo de ellas..

[…] era costumbre entre los tirrenos [etruscos] poseer a las mujeres en común; las mujeres procuraban gran cuidado a su cuerpo y a menudo hacían gimnasia incluso con hombres, aunque a veces también entre ellas; para ellas no es una deshonra mostrarse completamente desnudas. Además, van a los banquetes con sus propios maridos, sino con cualquier hombre, y brindan a la salud de quien quieren. Son grandes bebedoras y tienen buena presencia. Crían a todos los niños que nacen sin saber quién es el padre de cada cual; estos siguen a su vez el mismo modo de vida de quienes les han educado, embriagándose a menudo y uniéndose a todas las mujeres. No es vergonzoso para los tirrenos mostrarse en público haciéndolo [teniendo sexol]…

Y aunque también rajaron de las etruscas Aristóteles o Heráclides, ninguno llegó a nivel de Teopompo que nos presenta a los etruscos como el pueblo más degenerado e inmoral de la Antigüedad y a sus mujeres como las más depravadas.

¿Qué tenían los griegos contra los etruscos en general y contra sus mujeres en particular?

Supongo que contra los etruscos tenían que fueron sus enemigos en la península italiana durante los siglos VII y V a. C. y contras las etruscas pues que, al contrario que las otras grandes culturas del Mediterráneo, como Grecia o Roma, la mujer en el mundo etrusco tenía un estatus similar al varón, especialmente en las élites. En la sofisticada y aristocrática cultura etrusca encontramos mujeres que participan activamente en la vida pública y que disfrutan de una libertad y una condición social muy alejada de la de las esposas y madres griegas y romanas. Acompañaban a sus maridos a los saraos y banquetes en los que lucían vestidos de alta costura y disfrutaban de los caldos de la tierra. Podían ser dueñas de esclavos, titulares de bienes y actividades productivas, sus tumbas eran tan ricas como las de los varones y en las inscripciones funerarias se conservaban sus nombres y apellidos, algo que perdían las romanas y griegas, mujeres sin nombre que tomaban el de sus padres y maridos.

Todos estos datos indican que en Etruria a la mujer le corresponde un papel social relevante, de forma que en muchos aspectos se equipara al hombre, algo que no se da en el mundo de los griegos entre las «mujeres de bien» (honrada, honesta, recatada, sensible, inocente, fiel, modesta, buena ama de casa, buena madre… las que van al cielo)  y que para ellos es motivo de escándalo y una muestra más de la depravación de la sociedad etrusca.  Y digo entre las mujeres de bien porque entre las mujeres de mal (las que van a todas partes), como las hetairas, la cosa era muy diferente.  Aunque es fácil decir que eran las prostitutas de la época, la realidad es que las hetairas eran las únicas mujeres verdaderamente libres de Grecia (Atenas), porque además de cortesanas, que también lo eran, eran mujeres cultas y amantes de las artes que ejercían de consejeras, de acompañantes, de amigas con las que compartir experiencias e inquietudes. De hecho, algunas de ellas consiguieron amasar una gran fortuna, como Friné, que donó parte de la suya para reconstruir  las murallas de Tebas; otras, llegaron a convertirse en personajes influyentes, como la célebre Aspasia, compañera y consejera de Pericles. En la sociedad ateniense las hetairas se situaban a las misma altura que los hombres, a quienes trataban de igual a igual… pero ellas no formaban parte de la sociedad. Representaban una posición opuesta a los valores cívicos (de los ciudadanos), pues se trataba de mujeres libres e independientes en un universo modelado a medida del hombre.

En conclusión, la mujer gozaba en Etruria de amplias parcelas de poder social y económico, privilegio que le permitía actuar con gran libertad y ejercer una notable influencia. En este contexto también se incluye la libertad sexual, ya que en algunos aspectos la sexualidad no es sino una forma de control social, y así no puede sorprender que para los griegos de época clásica, la libertad de la mujer se identificaba con la libertad sexual. Desde esta perspectiva, la mujer etrusca, para los griegos, se asimila a la cortesana ateniense y eso les rompía todos los esquemas. De hecho, ya decía el orador Demóstenes

Las hetairas las tenemos para el placer, las concubinas por el cuidado cotidiano del cuerpo, y las esposas para procrear y cuidar la casa.