Desde la reforma del calendario promovida por Julio César en el 45 a.C. (calendario Juliano), el primer mes del año pasó a tener 31 días. Ianuarius (nuestro enero) era el mes dedicado al dios de los caminos, los principios y los finales, Jano. Todo aquel romano que se embarcaba en un nuevo negocio, o la llegada al mundo de un hijo o un matrimonio se consagraba a este dios autóctono romano. Se le representaba habitualmente como una divinidad bifronte, con cada rostro mirando hacia direcciones diferentes.

Uno de los rituales que un buen ciudadano debí­a de realizar a diario eran los Ianus Matutinus. El templo de Jano en Roma tení­a doce puertas, una por cada mes del año, que permanecí­an cerradas en tiempos de paz y abiertas en tiempos de guerra. Cada primer dí­a del mes se le ofrendaba al dios una torta hecha de pan amasada con aceite y vino, la triada alimenticia de la antigüedad clásica que durante muchos siglos fue nuestro sustento.

Jano

Jano

 

Calendas de Ianuarius, el dí­a 1.

El primer dí­a del año era fecha de cambios, de pedir perdón y, desde tiempos de Julio César, el dí­a en que los cónsules tomaban posesión de su cargo anual y realizaban los ritos en el Capitolio en favor de la prosperidad de Roma. Pero, además, era también el dí­a consagrado a la diosa de la salud, Strenia. Era el dí­a del aguinaldo (de la expresión Hoc in anno, «en este año»), una tradición que se remonta a tiempos de Tacio y Rómulo, cuando por el año nuevo se entregaban como obsequio a familiares y amigos unas ramas de verbena procedentes del bosque consagrado a la diosa. Con el paso del tiempo este presente simbólico se fue modificando y enriqueciendo, pasando a conocerse como strena y anticipándose su entrega a las Saturnalia, como nuestros actuales regalos navideños. Fue el emperador Tiberio quien dispuso que estos regalos se limitasen sólo a las calendas de Ianuarius. De hecho, strena es el origen de nuestro «estrenar», del término italiano “strenna” y del francés “étrennes” (regalo por Navidad, Año Nuevo u otra festividad) o  de las «estrenas» valencianas ( dinerillo que cada tí­o les da a sus sobrinos en Navidad).

Como os decía, con el tiempo las ramas se sustituyeron por el martius panis (pan  de marzo), un dulce de almendras y miel o dátiles -lo que viene siendo nuestro mazapán- y, posteriormente, por regalos más valiosos, como medallas y monedas (¿paga extra?). ¿Y por qué se llama pan de marzo si estamos hablando del mes de enero? Pues  porque el mes de marzo era el primero del año hasta la reforma Juliana. Y si añadimos que tenía forma de serpiente circular decorada con fruta, ¿será este colorido dulce el antecesor del roscón de reyes? La verdad es que se le parece mucho…

Algo así

Respecto al tema de esconder en el rosco un haba, vamos a irnos al 17 del mes anterior (december), dí­a en el que comenzaban las Saturnalia, las grandes fiestas en honor a Saturno. Era una festividad tan apreciada por la civilización romana que, ante la imposibilidad de concentrar tanta actividad en un solo dí­a, se tuvieron que prolongar los festejos hasta el dí­a 23. Muy probablemente, las Saturnalia tengan su origen en el fin de las labores agrí­colas, cuando los campos se preparan para el invierno y las tareas de campesinos y esclavos se ralentizan. Recordemos que la sociedad de la antigua Roma era eminentemente agraria. Como serí­an de importantes estas festividades para que las escuelas cerrasen, algunas conductas frí­volas femeninas y masculinas estuviesen bien vistas, se pudiese jugar a los dados en público, corriese el vino a raudales y todos los miembros de la familia recibiesen un regalo, fuera cual fuese su condición, incluso los esclavos (excepto los pobres desgraciados que tuvieron el infortunio de servir al roñoso de Marco Porcio Catón). Se cuenta que a los esclavos se les entregaba vino y un rosco con el haba, de tal forma que al que tuviera la suerte de encontrarla sería nombrado ‘rey de reyes’ por un tiempo limitado y recibiría toda clase de favores y comodidades.