Después de una refrescante ducha, un buen desodorante que no te abandone. Aunque el primer desodorante se comercializó en Filadelfia en 1888 con el nombre de Mum y el primer antitranspirante en 1903 con el de Everdry, estaréis de acuerdo conmigo que esto del olor corporal es tan viejo como el sudor. Así que, no es de extrañar que los pulcros egipcios ya tuviesen su particular desodorante. Después de un buen baño, en muchas ocasiones perfumado, se untaban el cuerpo con aceite de oliva y luego se frotaban la piel con algún compuesto abrasivo como exfoliante que arrastraba el aceite y la suciedad (hoy decimos las pieles muertas). Y remataban la faena aplicándose en las axilas ungüentos a base de incienso o canela que enmascaraban el olor durante… ¡Vete tú a saber!

Tan obsesionados estaban por la belleza los egipcios que es harto difícil encontrar representaciones gráficas donde se muestren viejos y arrugados. Para eliminar las arrugas delatoras del número de crecidas del Nilo, echaron mano de un mezcla de polvo de calcita y natrón (también empleado en los procesos de momificación) tan abrasiva que, literalmente, les arrancaba la capa superficial de la piel y dejaba el rostro “en carne viva”… como el culito de un bebé sonrosado.

Ya duchados y subsanado el problema de que nos “cante el alerón”, pasaban a acicalarse, restaurarse o como lo llamasen en el Antiguo Egipto. Para ello, me vais a permitir la licencia de abrir el neceser imaginario de una egipcia de la época para ver lo que encontramos.

Los egipcios, tan aficionados a eso de oler bien, habrían disfrutado con la película El perfume, historia de un asesino, en la que Dustin Hoffman se pasa casi todo el largometraje mezclando aceites y fragancias para obtener “el perfume”. La base de sus perfumes eran la canela, el incienso, la mirra y cientos de plantas y flores locales o importadas. Dependiendo de su elaboración, el formato de presentación podía ser líquido, en aceites e incluso sólido. Remojando flores secas con aceites o resinas “robaban” el olor de las flores obteniendo un aceite perfumado o perfume si se diluía. Otro método de elaboración era mezclar las resinas con flores secas, especias aromáticas o plantas, y calentarlas para conseguir una pasta perfumada que, antes de enfriarse, se modelaba dándole forma de cono y se lo ponían sobre la cabeza; el calor del día hacía que se fuese derritiendo perfumando todo el cuerpo. Tampoco sería extraño encontrar en este particular neceser un frasco de miel o de aceite de moringa que utilizaban como hidratante, para aliviar las quemaduras solares… ¡o para eliminar las estrías después del embarazo! Henna para colorear el pelo, ya fuese el propio o el de la peluca, y un fijador a base de cera que dejaban secar al sol para mantener el peinado. Un toque de color rojo para los labios (Cleopatra tenía un pintalabios rojo muy particular elaborado con escarabajos secados al sol y pulverizados) y, lo más importante, la sombra de ojos negra o kohl. Y digo lo más importante, porque no sólo era un cosmético, sino que puede que fuese uno de los primeros preparados oftalmológicos de la historia. El kohl era un compuesto a base de mineral de galena triturado, mezclado con otros ingredientes, como hollín los más pobres y lo que quisieran los ricos, que se diluía con algún aceite o grasa para fijarlo alrededor de los ojos. Además del componente estético, el kohl servía para repeler a los insectos, reducir el reflejo del sol y ayudaba a los párpados en la misión de proteger los ojos atrapando las partículas de arena.