Siendo niños todos hemos leído o visto películas sobre los cuentos clásicos. Sin embargo, en muchas ocasiones, estas versiones estaban bastante edulcoradas con respecto a la original. Veamos hoy la verdad sobre La Cenicienta.

Érase una vez una muchacha sin madre, que vivía con su madrastra y las malvadas hijas de ésta. Su labor era fregar y servirlas en todo. Un buen día, el príncipe organizó un baile al que ella, con ayuda de una hada, logró asistir. Los dos se enamoraron al instante, pero la joven Cenicienta tenía que volver antes de las 12, por lo que abandonó rápidamente el baile perdiendo un zapato. Entonces el príncipe buscó por todo el reino a quien le encajara aquel calzado. Solamente le entró a Cenicienta, con la que se casó y quien nunca tuvo que volver a su desgraciada vida.

Es verdad que Cenicienta había sufrido la pérdida de su madre y desde entonces, vivía con su padre, su nueva mujer y sus dos hijas, quienes la tenían como una sirvienta. En el reino se iba a celebrar un gran baile que duraría varios días y al que Cenicienta lograría acudir gracias a sus aliadas las aves y un avellano que ella misma había plantado junto a la tumba de su madre. Tres días duró el baile, tres veces el príncipe bailó y se encandiló de la joven y en tres ocasiones ella escapó para no levantar sospechas cuando llegaran sus perniciosas parientes. Pero su majestad ya estaba un poco cansado de que su ligue huyera sin más y decidió colocar pez para que la muchacha quedara pegada y no pudiera marcharse. Allí quedó su zapato con el que saldría a buscarla por todo el reino. Llegó pues a la casa donde malvivía Cenicienta y el consejero se topó con sus hermanas. Ellas fueron a probarse el zapato a una habitación con su madre. Por supuesto, a la primera no le entraba, quedándole fuera el dedo gordo.

¡Córtate el dedo! Cuando seas princesa no te hará falta caminar. -le sugirió la matriarca.

Así lo hizo y así le encajó el zapato. Pero las palomas, aliadas de Cenicienta, se chivaron de vuelta al palacio de que aquella no era su pareja. Volvieron pues a la casa, con la esperanza de que fuera su hermana la dueña de aquel zapato. De nuevo en la habitación, a la otra joven tampoco le entraba por ser demasiado ajustado en la parte del talón. ¿Os imagináis qué sugirió la atenta madre, no? Acertáis. Vuelta a palacio con su otra hija y las palomas revoloteando alrededor.

Ruke di guk, ruke di guk;
sangre hay en el zapato.
El zapato no le va,
La novia verdadera en casa está.

A duras penas regresaron a casa y dejaron probarse el zapato a Cenicienta. Por supuesto a ella le encajó sin recurrir a la cirugía extirpadora. Al pasar por el avellano, las palomas dieron su beneplácito a la nueva novia. El día de la boda, las dos hermanastras acompañaban a Cenicienta al altar, y revoloteando junto a ellas, pendientes de sus movimientos, dos palomas protectoras. No sabemos si vieron algo extraño o simplemente fue por venganza, pero al ir hacia la iglesia las aves atacaron a las hermanas y las dejaron tuertas. Y parece que aquello no iba a ser suficiente como castigo por su maldad, porque tras nuevo ataque las dejaron ciegas para el resto de sus vidas.

Colaboración de Marta Rodríguez Cuervo de Martonimos