El 13 de junio de 1936, Hitler visitaba la empresa Blohm & Voss, con sede en los astilleros de Hamburgo, para el bautismo de un nuevo barco de la Armada alemana. Como era de esperar, ya fuese por convicción o por miedo, todos los trabajadores de la constructora naval se congregaron para saludar al Führer con el brazo derecho extendido en un ángulo de alrededor de 40º sobre la horizontal y ligeramente ladeado hacia la derecha (el saludo nazi de toda la vida de Dios), acompañado de la frase ¡Heil Hitler! –pronunciada con voz firme y clara-. Bueno, todos, lo que se dice todos, no… August Landmesser se quedó de brazos cruzados, y ese detalle le hizo entrar en la historia.

Tal y como estaban las cosas en la Alemania  a comienzos de los años 30, el carnet de miembro del Partido Nazi facilitaba, y mucho, conseguir un puesto de trabajo. Así que, August Landmesser se afilió y fue contratado en los astilleros de Hamburgo. Por esa misma época, conoció a Irma Eckler y, ya fuese cosa de Cupido o de  procesos hormonales que afectaron sus funciones cerebrales y corporales, se enamoraron perdidamente y se casaron. Bueno, lo intentaron, porque Irma era judía y la solicitud de matrimonio fue rechazada: las Leyes de Nuremberg de septiembre 1935 «revocaban la ciudadanía alemana a los judíos y prohibían que se casasen o mantuviesen relaciones sexuales con personas de sangre alemana o afín«. Aunque la solicitud de August e Irma fue presentada el mes de agosto, se rechazó por Rassenschande («infamia racial») -y vete tú a pedir explicaciones una vez que te han registrado como «judío» de si no había entrado en vigor la ley-. Independientemente de aquel contratiempo, siguieron con sus vidas y en octubre de 1935 nació su hija Ingrid -ilegítima al nacer fuera del matrimonio-. Por tanto, cuando se tomó la fotografía, junio de 1936, August ya tenía suficientes motivos para tomar esa actitud.

Las cosas se complicaron en junio de 1937, con Irma embarazada de su segunda hija, cuando se hizo una nueva interpretación del concepto de Rassenschande y, ahora sí, ya se podía abrir una acusación y enjuiciar al hombre (al principio, las mujeres, como sujetos «pasivos», no fueron acusadas). Las cosas se ponían feas y acordaron que August huyese a Dinamarca y, una vez establecido, poder sacar al resto de la familia. Lamentablemente, lo pillaron, lo encarcelaron y se inicio el proceso legal por «infamia racial». En agosto de 1937 nacía Irene y un mes más tarde comenzó el juicio. Gracias a que Irma había tenía un abuelo ario, que sirvió para alegar que solo era «medio judía», y a que su padrastro (también ario) la había educado como protestante, argumento que utilizó August para declarar que pensaba que era protestante, por aquel entonces (mayo de 1938), fue suficiente para  ser absuelto por falta de pruebas,  pero obligado a romper su relación con Irma. Fue liberado y, por primera vez, la familia se reunía al completo.

Y… volvió a ser arrestado. Todos los argumentos que utilizó para librarse meses atrás, ya no servían en julio de 1938. En esta ocasión argumentó que temía perder a sus hijos si rompía la relación por completo (algo que nunca se planteó). A pesar de las circunstancias atenuantes, que parece que las hubo, pesó más la reincidencia (reanudó la relación prohibida) y fue condenado a dos años y medio en campos de trabajo. Días más tarde, Irma fue detenida por la Gestapo… moría en 1942 en el campo de Ravensbrück. En 1941, tras cumplir la condena, August fue puesto en libertad. No sabía qué había sido de sus hijas ni que su mujer ya había sido gaseada.  Fue reclutado y enviado al frente… y nunca más se supo de él. El padrastro ario de Irma pudo recuperar a Ingrid, que fue criada por su abuela. Irene, en cambio, alterno orfanatos y casas de acogida.

No fue hasta 1991 cuando Irene, investigando la historia familiar, dio con la famosa fotografía de su padre con los brazos cruzados en actitud desafiante hacia el responsable de su desdicha familiar (presente y… futura).