Después de darle unos días de descanso a mi máquina del tiempo, que hasta los artilugios imaginarios merecen unas vacaciones, vuelvo a la carga con uno de los viajes más complicados: la Alemania de Hitler. Ante la imposibilidad de entrevistar al propio Hitler, porque así lo especifica el manual de instrucciones, centré la búsqueda en un personaje que fuese miembro del Partido Nacionalsocialista, con conocimiento de cómo se gestó la llegada la poder, y que tuviese contacto directo con el Führer. El libro “El Hitler que yo conocí. Memorias del jefe de prensa del Tercer Reich” resolvió mis dudas. Otto Dietrich, autor del libro y su jefe de prensa desde 1933 a 1945, era el candidato perfecto.

Otto Dietrich y Adolf Hitler

Hasta el último momento, su abrumadora y despótica autoridad despertó falsas esperanzas y engañó a su pueblo y su séquito. Solo al final, cuando observé el colapso sin gloria y la obstinación de su caída final, pude juntar de repente los trozos de mosaico que había acumulado durante doce años en una imagen completa de su personalidad opaca y esfinge. Si mis contemporáneos no logran entenderme, los que vinieron después seguramente sacarán provecho de esta cuenta. (El Hitler que yo conocí. Memorias del jefe de prensa del Tercer Reich”, Otto Dietrich)

Dietrich, que había escrito su obra en la cárcel de Landsber mientras cumplía una condena de 7 años por crímenes de lesa humanidad, relataba los 12 años que pasó junto a Hitler: 6 años de paz y 6 años de guerra. Al principio, creyó en aquel hombre con un enorme poder de sugestión que daba soluciones a los problemas de un pueblo constreñido por el Tratado de Versales, y vendía una Alemania nacionalsocialista basada en el orgullo patrio y una sociedad sin clases. Subido en aquel tren sin frenos, cuando se dio cuenta de hacia dónde marchaba ya era tarde para bajar. Sólo eliminando al maquinista pararía aquel convoy de la barbarie. La feroz crítica a Hitler y la denuncia de los crímenes cometidos por el nazismo me hicieron albergar la esperanza de que podría ser un interlocutor válido. Así que, viajaría hasta 1950 y me entrevistaría con él en la cárcel donde cumplía condena. Allí podría hablar con total libertad. Además, aquella prisión tenía otra particularidad: Hitler también había cumplido condena allí por el llamado Putsch de Múnich, el golpe de Estado que perpetró el 8 de noviembre de 1923 en la cervecería Bürgerbräukeller, y donde también escribiría un libro, en este caso Mein Kampf.

Pulsé el botón y… aparecí en una fría sala con una mesa y dos sillas que, a todas luces, era una de las primeras cámaras de Gesell, como las que hoy tienen todas las comisarías. Seguro que, durante la entrevista, al otro lado del cristal de visión unilateral habría soldados estadounidenses observándonos y grabando nuestra conversación. Era lógico, y así lo asumí. Me miré de arriba a abajo y estaba claro que para mi estilismo la máquina había elegido como modelo la comedia “Primera Plana” dirigida por Billy Wilder, sobre todo el personaje interpretado por Walter Mathau: traje, sombrero y pajarita. Me quité el sombrero y me senté en una de las sillas a la espera de mi pareja de baile. Al momento, un soldado estadounidense entró acompañando a Otto, le indicó que se sentase y me dijo: “aquí tiene al prisionero”. Extendí mi mano y cuando acercó la suya para estrechármela me di cuenta de que llevaba grilletes. Y tal y como había visto en muchas películas de interrogatorios le pedí al soldado que se los quitase. Dudó durante un instante, salió de la sala, supongo que para pedir permiso, y al momento regresó para liberar a mi interlocutor. Se lo agradecí, y abandonó la estancia cerrando la puerta tras él.

– Muchas gracias por concederme esta entrevista – le comenté mientras sacaba mi libreta de notas.
– A usted. No sé quién es, sólo me han dicho que debía contestar a sus preguntas con total sinceridad y honestidad. Y así lo haré, soy el primer interesado en que se conozca la verdad. He asumido mi parte de culpa y por ello estoy preso, pero las circunstancias en cómo se produjo todo son demasiado importantes para obviarlas. De hecho, el tiempo que he pasado encerrado lo he dedicado a escribir una especie de memorias de los años que pasé junto al hombre que colapsó Alemania e hizo tambalearse los cimientos del mundo. Además, ayer me comunicaron que, debido a mi comportamiento, reducen mi condena y saldré en libertad la semana que viene. Así que, adelante. Soy todo suyo. Por cierto, ¿cómo debo dirigirme a usted?
– Será suficiente con señor -le contesté queriendo mantener las distancias-. Si le parece bien, empezaremos por la Primera Guerra Mundial. Al igual que Hitler, usted también fue condecorado con la Cruz de Hierro durante la Gran Guerra.
– Así es, pero la diferencia es que él fue voluntario, buscando un lugar donde ser aceptado y sentirse partícipe, y a mi me reclutaron. Yo no tenía afán de luchar, simplemente me arrastraron a la guerra con 18 años.
– Y otra coincidencia, ambos cumplieron condena en esta cárcel. ¿Usted ya era miembro de partido nazi cuando se produjo el Putsch de Múnich?
– No, yo no me afilié al Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores hasta 1929. Cuando terminó la guerra, regresé a casa, me licencié en ciencias políticas y trabajé en varios periódicos..
– ¿Y qué Alemania se encontró al regresar?
– Tras la Conferencia de Paz de París de 1919 y el posterior Tratado de Versalles se perdieron 70.000 km² del territorio que ocupaba Alemania antes de la guerra; las colonias se las repartieron Reino Unido y Francia; el ejército se redujo a 100.000 hombres y se prohibió fabricar cualquier tipo de material de guerra; tuvimos que asumir la responsabilidad y culpabilidad de la guerra; se nos impusieron las llamadas reparaciones de guerra; se excluyó a Alemania de la recién creada Sociedad de Naciones… Alemania quedó asfixiada por aquel tratado. De hecho, el economista británico John Maynard Keynes que, por cierto, abandonó la delegación británica en la Conferencia de Paz por no estar de acuerdo con lo que se acordó, en su libro “Las consecuencias económicas de la paz“ escribió…“si lo que nos proponemos es que, por lo menos durante una generación Alemania no pueda adquirir siquiera una mediana prosperidad; si creemos que todos nuestros recientes aliados son ángeles puros y todos nuestros recientes enemigos son hijos del demonio; si deseamos que, año tras año, Alemania sea empobrecida y sus hijos se mueran de hambre y enfermen, y que esté rodeada de enemigos, entonces rechacemos todas las proposiciones generosas, y particularmente las que puedan ayudar a Alemania a recuperar una parte de su antigua prosperidad material”. Y ya auguraba “si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa Central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará”.
– Entonces, ¿estas circunstancias justificarían lo ocurrido?
– No, eso nunca. Los responsables de la barbarie tienen nombre y apellidos. Sólo intento puntualizar que, bajo aquellas circunstancias, se creó el caldo de cultivo perfecto para que el mesías de turno vendiese su discurso. A esto habría que añadir la errónea medida tomada por el gobierno alemán para financiar las reparaciones de guerra, cuando emitieron grandes cantidades de dinero, sin ningún tipo de control, que produjeron un incremento brutal de los precios. Recuerdo que, comprando el pan, los más madrugadores pagaban menos que los que estaban al final de la cola. Los precios subían por momentos. Por ejemplo, el billete de metro pasó de 0,10 marcos en 1918 a 150 millones en los años 20; el sello más caro era el de 4 marcos y en 1923 era de 50.000 millones… Se emitían nuevos billetes con un valor nominal de millones, pero la verdad es que valía más el papel en el que se imprimían. En aquellos años no era raro ver a los niños jugando a hacer castillos con fajos de billetes o utilizarlos para encender la calefacción. Y si el trasfondo económico era terrible, el social y político no era mucho mejor. Liberales, socialistas y comunistas crearon la llamada República de Weimar con mimbres demasiado quebradizos, con acuerdos de extraños compañeros de cama cogidos con hilos y expuesta a golpes de Estado a diestro y siniestro.
– Y aquí apareció el mesías llamado Hitler.
– El regreso de Hitler fue más traumático. Además de perder la guerra, él había perdido ese sentimiento de pertenecer a algo. Aquel ejército con espíritu prusiano, arrogante y orgulloso, había sido derrotado y humillado, y él era uno de ellos. En este barco que hacía aguas por todos los lados y, además, iba a la deriva, se tomó un descanso el Hitler militar y se reinventó como el Hitler espía. Se infiltró en unidades del ejército y más tarde en partidos políticos para delatar a los subversivos, comunistas cercanos a la Unión Soviética, antipatriotas o antinacionalistas. De hecho, su primer contacto con el por aquel entonces llamado Partido Obrero Alemán fue asistir a un mitin de sus líderes para ver cuál era su política e ideología. Y lo que se encontró fue un pequeño grupo de fanáticos patrios a los que acabaría por unirse. Fueron los primeros que conocieron al Hitler político, ante los que demostró su elocuencia y que le compraron su discurso convirtiéndolo en su Mesías, en el salvador de la patria.
– Pero lo ocurrido en la cervecería Bürgerbräukeller ya dejaba claras sus intenciones, ¿no?
– Así debería haber sido, pero por otra parte también es verdad que en este periodo de la República las asonadas, golpes, revueltas, pronunciamientos… eran algo habitual y las autoridades pensaron que era uno más. A pesar de cumplir condena por aquel golpe entre estos mismos muros, él sacó varias conclusiones positivas: su nombre y los ideales de su partido se dieron a conocer en Alemania, entendió que por la fuerza no iba a llegar al poder, trazó la hoja de ruta que le llevaría al gobierno y, además, tuvo el tiempo necesario para escribir Mein Kampf. Y su estancia aquí no fue muy dura, estuvo rodeado de comodidades y recibía continuas visitas de sus colaboradores, y apenas pasó nueve meses de una condena de 5 años.
– Si por las circunstancias de Alemania en aquel momento no fue algo extraordinario el Putsch de Múnich, Mein Kampf, que por cierto fue un éxito, sí dejaba clara su ideología y sus propósitos.
– Bueno, supongo que lo del éxito lo dice por las ventas, y aún así habría que matizar. Cuando se publicó no llegó más allá de los miembros del partido y simpatizantes, pero el verdadero pelotazo vino cuando llegó al poder: desde 1933 hasta el final de la guerra se vendieron a un ritmo de casi millón de ejemplares al año. Lógicamente, lo convirtieron en el autor y el libro más vendidos en Alemania. Pero incluso así, es engañoso porque, por ejemplo, se estableció la costumbre de regalar un ejemplar del libro a los novios en su boda y a los estudiantes cuando se graduaban. Con estas costumbres impuestas es fácil vender libros. Y contestando a su pregunta le diré que sí. Estoy convencido de que si la edición en inglés que se publicó en 1939 en los EEUU no hubiese estado meticulosamente sesgada y abreviada se habría intuido el devenir de los acontecimientos. La intención de la editorial Houghton Mifflin fue publicar una traducción literal del alemán al inglés, pero Hitler, como autor, sólo autorizó una versión distorsionada, casi inocua. Aunque no temía el poderío bélico americano, sí admiraba la capacidad industrial estadounidense y en su hoja de ruta, en aquel momento, no se contemplaba enemistarse con los americanos que, por otra parte, estaban inmersos en un mar de dudas respecto a la participación en la guerra. Por un lado, parte de la opinión pública pensaba que la guerra era un tema europeo y que no tenía nada que ver con ellos, y, por otro, no podían permitir que el fascismo siguiese adueñándose del viejo continente y de que su principal aliado y socio europeo, Gran Bretaña, fuese derrotado. Aun así, el periodista estadounidense Alan Cranston intentó dar la voz de alarma. Cranston, desplazado en Alemania como corresponsal del Servicio Internacional de Noticias, había leído la versión original del libro y me pidió una entrevista con el Führer. Hitler accedió sin problemas porque quería vender su discurso. Eso sí, un discurso rayando el victimismo y justificando cada de sus acciones. Pero Cranston no se lo compró. De hecho, la conclusión que sacó fue que en su país debían conocer lo que allí estaba ocurriendo y el verdadero contenido del libro. Así que, editó su propia versión de apenas 32 páginas pero con sus propias anotaciones explicando la verdad de libro y la ideología de su autor. Se vendía a 10 centavos, y en apenas 10 días vendió medio millón de copias. Cuando se tuvo conocimiento en Alemania, Hitler montó en cólera y me ordenó ponerme en contacto con la editorial Houghton Mifflin para que lo demandase por violar los derechos de autor. De la versión oficial Hitler recibía 40 centavos por la venta de cada ejemplar y, lógicamente, de la versión de Cranston no recibía nada. Los abogados de Cranston argumentaron que cuando Hitler publicó el libro en 1925 era un apátrida ya que perdió su ciudadanía austríaca en 1918 por servir en el ejército alemán y no adoptó la ciudadanía alemana hasta 1932. Por tanto, Mein Kampf era de dominio público. No pensaron lo mismo los tribunales que fallaron en favor de Hitler, y Cranston tuvo que parar la edición de su versión. Aunque perdió aquella batalla legal, yo creo que sirvió para que sociedad estadounidense empezase a conocer al verdadero Hitler. Aunque, está claro, que no hasta el punto de movilizar a la opinión pública.
– Llegados a 1929, usted se afilia al partido. ¿Por qué lo hace?
– Porque en aquel momento creí en aquel personaje. En medio de este caos social y político y una terrible crisis económica con casi 6 millones de parados, aparece un verdadero líder con un enorme poder de sugestión ofreciendo revisar las condiciones del tratado para dejar de pagar las reparaciones de guerra, restablecer el prestigio de un ejército abatido y humillado, recuperar el nivel de empleo y el crecimiento económico anterior a la Gran Guerra, una sociedad sin clases en la que todos tuviesen las mismas oportunidades… Con mucha gente pensando únicamente en echarse un mendrugo de pan a la boca, no es de extrañar que los alemanes nos sintiéramos atraídos por aquel modelo de sociedad donde el bien común se anteponía al interés particular. Eso sí, ningún adjetivo de tipo belicista o expansionista, todo dentro de un marco de negociaciones. Incluso las primeras referencias a comunistas o judíos, posteriormente tristes protagonistas, tienen que ver con medidas que acoten o delimiten su influencia en la política y la economía respectivamente. Nada más.
– Y llegaron las elecciones parlamentarias de septiembre de 1930, donde el partido nazi comienza a ganar protagonismo ¿Ya era usted jefe de prensa del partido?

 


– En aquella elecciones el Partido Socialdemócrata siguió siendo la fuerza más votada con 143 escaños, pero nosotros pasamos de 12 escaños testimoniales a 107. En aquel momento se habían sentado las bases del proyecto, creímos que era posible. Y se confirmó en las elecciones parlamentarias de julio de 1932, donde ya ejercí de jefe de prensa. Nos convertimos en la fuerza más votada con el 37,27% de los votos y 230 escaños, pero no logramos la mayoría absoluta. Hindenburg, presidente de la República y el verdadero protagonista de la política alemana nombrando y deponiendo cancilleres a su antojo o influido por las presiones de terceros, le ofreció a Hitler la vicecancillería, pero la rechazó. El proyecto de nuestra nueva sociedad sólo podría desarrollarse ocupando el cargo de Canciller. A pesar de mantenerse en el puesto de Canciller el maquiavélico Franz von Papen, conseguimos colocar a Hermann Goering en la presidencia del Parlamento, y presentamos una moción de censura contra Franz von Papen en la primera sesión del Parlamento. No sé cómo lo hizo, pero Hitler consiguió el apoyo de los comunistas para que saliese adelante. Nuevamente se disolvió el parlamento y se convocaron elecciones para noviembre de 1932. Estaba claro que Hitler sabía moverse a la perfección en las turbias aguas de la política… Perdone, le importaría que parase un momento para tomar algo, tengo la boca seca.
– Pues claro. ¿Qué le pido?
– Me apetece una Fanta, de naranja si puede ser.
– Yo también me apunto. ¿Sabe que algunos la llaman la bebida de los nazis? -apunté mientras me levantaba para ira a pedir los refrescos.
– Fue la Coca-Cola de Alemania durante la guerra, pero nada tuvo que ver con los nazis. Mire, a finales de los años 20 Coca-Cola tenía 43 fábricas diseminadas por toda Alemania. Ya en aquella época Max Keith, el director de la filial alemana de Coca-Cola, actuaba con cierta independencia de la matriz estadounidense y presentaba el refresco como un producto alemán. Un simple estrategia comercial que, aunque basada en la mentira, era muy válida en un territorio resentido por las consecuencias de la Gran Guerra y donde lo patrio vendía mejor que lo extranjero. Además, a Coca-Cola no le importaba mirar para otro lado si aquella estrategia suponía vender más y obtener más beneficio. Al comienzo de la guerra, Keith fue capaz de mantener la producción, los suministros necesarios para la elaboración y el contacto con la sede de Coca-Cola en Atlanta a través de Suiza, hasta que Estados Unidos entró en la guerra y los envíos de jarabe de Coca-Cola dejaron de llegar. Ante este panorama y la imposibilidad de seguir produciendo el refresco estadounidense, Max Keith decidió tirar de imaginación y comenzaron a hacer pruebas para crear otro refresco que sustituyese a la Coca Cola y con suerte mantener las fábricas y los puestos de trabajo. Una decisión muy loable y, además, estrictamente personal y empresarial, sin que tuviesen nada que ver los jerarcas nazis. Tras varios intentos y con la limitación de las escasez de materias primas propia de una guerra, al fin obtuvieron una bebida con sabor a frutas creada con productos excedentes: suero de leche de vaca, cafeína, azúcar de remolacha, restos del mosto de las manzanas para hacer sidra y cualquier otra fruta que se pudiese conseguir.

En aquel momento entró el soldado con nuestras bebidas, dejó las botellas y dos vasos sobre la mesa y nos volvió a dejar solos. Nos servimos, bebimos y Otto continuó con la historia de Fanta.

– Una vez que ya habían encontrado el sustituto de la Coca Cola, tenían que darle un nombre. Convocaron un concurso en el que serían los propios trabajadores de la empresa los que harían las propuestas para darle nombre al nuevo refresco. Ganó la propuesta hecha por Joe Knipp, un vendedor que siguió al pie de la letra las indicaciones del director: “que vuele su imaginación y su fantasía”. Así, propuso Fanta, palabra que deriva de Fantasie (fantasía en alemán). Crearon una botella con un diseño exclusivo, la marca fue registrada y comenzaron las ventas. No las tenían todas consigo, ya que estaban temerosos de que el producto no fuese bien recibido por los potenciales clientes, así que decidieron volver a recurrir a la mentira, esta vez sin la complacencia de la multinacional, y utilizar el tirón del anterior refresco incluyendo la frase: “Es un producto de Coca-Cola Alemania”. ¿Cree que si hubiese sido un producto creado o supervisado por los nazis se habría permitido usar el tirón de Coca-Cola, una marca de un país enemigo? Lógicamente no. La verdad es que fue un éxito rotundo, en 1943 se vendieron 3 millones de botellas de la nueva bebida en Alemania y los países ocupados. El caso es que no sólo se vendía como un refresco, sino también como edulcorante para otras bebidas o infusiones debido al racionamiento del azúcar.
– ¿De Keith no fue un colaborador del régimen nazi?
– No. De haber sido así, estaría aquí conmigo. Después de la guerra se abrió una investigación para determinar su implicación. Él siempre dejó claro que sólo era un empresario y que nunca mostró ninguna simpatía con el nazismo, de hecho nunca se afilió al partido. La conclusión de la investigación fue que no existían pruebas para procesarlo, incluso se descubrió que había ayudado a las poblaciones bombardeadas llevando agua potable en los camiones de reparto de la empresa y que salvó a algunos trabajadores perseguidos por la Gestapo.

Mientras Otto daba buena cuenta de su refresco, me acordaba del cineasta estadounidense Michael Moore, cuando dijo “Cuando bebes Fanta, bebes la bebida de los nazis”. Eso en mi tierra se llama tergiversar y manipular la historia.

– Nos habíamos quedamos en 1932, cuando se disolvió el Parlamento. ¿Qué ocurrió en las elecciones de noviembre? -apunté retomando el hilo de la conversación.
– A pesar de que perdimos 34 escaños, volvimos a ser la fuerza más votada con 196. Los socialdemócratas también perdieron votos y se quedaron en 121 escaños y los comunistas aumentaron su porcentaje de votos y llegaron hasta los 100. Hindenburg, ahora sí, le ofreció la cancillería a Hitler pero con la condición de que lograse la mayoría parlamentaria, pero no se consiguió. Ante la imposibilidad de conseguir un pacto entre los diferentes partidos para lograr la mayoría, Hindenburg decidió, como venía haciendo últimamente, nombrar él mismo al Canciller. En esta ocasión al general Kurt von Schleicher, otrora Ministro de Defensa con Papen pero que habían terminado como el rosario de la aurora. Estas decisiones tomadas unilateralmente eran pan para hoy y hambre para mañana, porque se desbloqueaba el nombramiento de Canciller pero sin una mayoría parlamentaria que le permitiese gobernar y que podría caer en cualquier momento… como así ocurrió. Ante el bloqueo parlamentario y la presión de terceros, como a Franz von Papen en enero de 1933 el presidente Hindeburg depuso a Schleicher y nombró Canciller a Hitler. Ya en el puesto de Canciller, podía poner en marcha su plan: dinamitar la República de Weimar desde dentro, al igual que Julio César con la República de Roma. Eso sí, siempre por y para el pueblo, y en beneficio de la nación alemana.
– Pero seguía sin tener la ansiada mayoría del Parlamento que le permitiese gobernar. ¿Cómo lo hizo?
– En ese momento es donde yo comencé a notar que se producían casualidades y coincidencias demasiado oportunas, y que la frase “el fin justifica los medios” comenzaba a tomar cuerpo. Apenas un mes después de su nombramiento como Canciller, el 27 de febrero un incendio destruyó el Parlamento. La supuesta confesión de un comunista holandés llamado Marinus van der Lubbe en la que admitía ser el responsable le sirvió a Hitler para vender una conspiración comunista contra el gobierno. De hecho, el propio Hitler ordenó parar las rotativas de los medios berlineses y dictó de su puño y letra los editoriales que debían publicar al día siguiente exigiendo fuertes medidas para contrarrestar aquella conspiración. Aprovechó aquella situación para declarar el estado de emergencia y presionar al presidente Hindenburg para que firmase el Decreto del Presidente del Reich para la Protección del Pueblo y del Estado. De esta forma conseguía la abolición de la mayoría de las disposiciones de derechos fundamentales de la constitución y le permitía más libertad de movimientos. La detención masiva de comunistas, incluidos los parlamentarios, le suponía controlar el Parlamento. Además, y ya puestos, se arrestó a otros opositores al régimen y se prohibieron publicaciones críticas al partido. Como buen demócrata que decía ser y ya creyendo controlar todos los hilos para lograr la mayoría absoluta en el parlamento, Hitler volvió a convocar elecciones para marzo de 1933. Y, aún así, tampoco lo consiguió, se quedaron con 288 escaños frente a los 324 necesarios para la mayoría absoluta. Tuvo que echar mano del apoyo del Partido Nacional del Pueblo Alemán, un partido conservador y nacionalista, para con sus 52 escaño, ahora sí, conseguir su preciado tesoro.
– Entonces, se podría decir que Hitler, además de aprovechar las herramientas que le proporcionaba la legalidad, también supo crear esas situaciones que amparaban sus decisiones.
– Así fue. Pero aún quedaba su jugada maestra: la Ley Habilitante. Para la aprobación de esta ley total necesitaba el apoyo de 2/3 partes del parlamento; así que, con los comunistas sin poder ocupar sus escaños, hizo algunos ajustes entre las filas de los socialdemócratas -vía detenciones-, concesiones a partidos minoritarios y algún cambió sobre la marcha en el sistema de votaciones, para conseguir que el 23 de marzo de 1933 se aprobase la ley. De esta forma, Hitler conseguía ser nombrado de facto dictador de Alemania con plenos poderes. Y lo dejó claro Goebbels cuando dijo que “Los votos ya no importan más. Sólo el Führer decide”. Como curiosidad, le diré que en las elecciones parlamentarias de noviembre de 1933 el partido nazi obtuvo 661 escaños… de 661 posibles.
– Y ya con el poder absoluto en sus manos, ¿cumplió Hitler su discurso con el pueblo?
– En su primera alocución pidió al pueblo alemán cuatro años de tiempo para poder aplicar sus medidas. Y se produjo el milagro alemán: se aparcaron las medidas del Tratado de Versalles, se recuperó el ejército con grandes inversiones en material de guerra sobre la idea de que un ejército fuerte proporciona fuerza en las negociaciones -todavía no se vendía el discurso belicista-, se construyeron grandes infraestructuras públicas (las primeras autopistas de Europa, redes ferrocarriles, obras hidráulicas…), el PIB alemán aumentó en un 50%, el desempleo pasó de más del 43% (unos 6 millones) al 12 %… La gente de la calle dejó a un lado ciertas libertades a cambio de poder mantener a sus familias. También es verdad que el partido y todas las sociedades e instituciones creadas al efecto se afanaron en recordar las bondades de su sociedad y lo equivocados que estaban los alemanes contestatarios. De esta forma, el Führer se convirtió en el Mesías. Daba mítines en pueblos y ciudades, visitaba grandes fábricas y pequeñas granjas, la gente se echaba a la calle para verlo de cerca, era el héroe de los niños y el padre de todos los alemanes. Hitler era Alemania y Alemania era Hitler. Les había devuelto su orgullo patrio y el pueblo le adoraba. Esta es la realidad.
– ¿Y cómo consiguió rebajar el paro?
– Pues con dos medidas principalmente, la que le he comentada de una gran inversión en obras públicas y la de que la mujer abandonase el mundo laboral y se casase. Su dedicación, en exclusiva, eran la casa y sus hijos. El ideólogo nazi Kurt Rosten decía “¿Puede la mujer imaginar algo más bello que estar sentada junto a su amado esposo en su acogedor hogar y escuchar las risas de sus hijos? Ellas no tienen nostalgia de la fábrica, de la oficina o del Parlamento. Un hogar agradable, un buen marido y un bandada de hijos dichosos es lo que desea su corazón”. Esta medida permitió que más de 500.000 mujeres abandonasen sus puestos de trabajo para casarse. También es verdad que esta medida fue acompañada por algunos incentivos, como que cada matrimonio recibiese un préstamo de 1.000 Reichsmarks del que se podían ir amortizando 250 Reichsmarks por cada hijo o reducciones en facturas de electricidad. Todo para favorecer las matrimonios y aumentar la natalidad.
– ¿Y de dónde salió el dinero para financiar todo esto?
– De un déficit público brutal, que en vísperas de la guerra era de 41.000 millones y prácticamente suponía la bancarrota. La solución para Hitler fue fácil: ayudados por la banca alemana, el patrimonio de los judíos se convirtió en patrimonio del Estado; y cuando ya no quedaba patrimonio que convertir dentro de Alemania se expoliaron las arcas de los países invadidos (en 1942, el 70% de los ingresos de Alemania procedían de los territorios ocupados). Igualmente, convirtieron a todos los opositores y enemigos en mano de obra esclava.
– Por cierto, antes ha nombrado a Goebbels, tengo entendido que fue su gran enemigo dentro del organigrama nazi y, de hecho, el responsable de que perdiese la confianza de Hitler. ¿Es así?

Hitler frente a Goebbels y Dietrich

– Está en lo cierto. Hitler tenía claro que debía controlar la información que circulaba dentro de Alemania y estar al corriente de lo que se publicaba en el exterior. Quería saber cómo reaccionaba la opinión pública extranjera ante cada uno de sus movimientos. Y en ese marco se desarrollaba mi trabajo: debía presentarle un resumen diario de los medios extranjeros para ver cómo interpretaban cada uno de sus movimientos y hacer llegar a la prensa nacional las noticias tal y como debían publicarse para mayor gloria de Alemania. Lo que molestaba a Goebbels es que, siendo mi trabajo relativo a su ministerio, quedaba fuera de su ámbito de tu actuación. Yo sólo respondía ante el Führer, y eso al ministro le superaba. Aún pareciendo lo contrario por mi posición de aparente contacto directo con Hitler, la realidad es que en el momento que llegó al poder me convertí en un títere más. Sé que resulta difícil de creer, pero fue así. De hecho, en mi contacto directo con corresponsales de prensa extranjera me preguntaban por rumores de movimiento de tropas y otras cuestiones y quedaba como un estúpido porque no hacía otra cosa que encogerme de hombros. Mi papel pasó a ser el de mero transmisor de hechos consumados. Sé que a Goebbels también le molestaba mucho que, tras actuaciones como el despliegue militar en Renania o el ultimátum dado a Polonia, me pusiese en contacto con los medios extranjeros para intentar que sus artículos rebajasen la tensión y escribir todos en favor de la paz. Incluso me ofrecí a publicar artículos de periodistas ingleses en medios alemanes y, a cambio, escribir yo algún artículo para publicarlo en Londres. Más tarde, me di cuenta de que fui un ingenuo, compré un discurso y cuando lo desenvolví era otro muy diferente. Y yo era, muy a mi pesar, partícipe de aquel engaño.
– ¿Y qué papel jugó Goebbels como Ministro de Propaganda?
– Pues fue la clave de mantener el engaño. Hitler tenía claro que un pueblo se controla dominando la educación y los medios de comunicación. Así ha sido, es y será. Tras la propaganda desmesurada durante la Gran Guerra, basada mayormente en informaciones falsas o desvirtuadas, se había producido una ola de protestas en Europa cuando sus ciudadanos se enteraron de la verdad. El desengaño sufrido por la población británica y norteamericana tras conocer la manipulación informativa de la que habían sido objeto, influyó notablemente en la decisión de los responsables de esos países de prescindir de los cuentos de atrocidades en la época de entreguerras, que luego se repetiría en la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, a Hitler le dolió sobremanera los abusos periodísticos sufridos por Alemania y, sobre todo, los propios errores en materia de propaganda, por lo que decidió que ahora no iba a ocurrir. La propaganda se iba a convertir en un pilar fundamental de su política. Y para eso tenía al maestro de la propaganda y la confusión, Joseph Goebbels. El Ministerio de Propaganda dirigió la radio y la televisión. Una vez controlados los medios de emisión había que asegurarse de que los mensajes llegasen a la población. Para ello, se destinó una importante partida para subvencionar la fabricación de receptores de radio. De esta forma, los precios de venta eran asequibles y todos los alemanes podían hacerse con una radio para poder escuchar la propaganda teledirigida de los nazis. Pero el campo de actuación de Goebbels no se limitaba al control de la información dentro de Alemania, también quiso aprovechar ese malestar europeo por las noticias apocalípticas y atroces de la Gran Guerra para controlar la información del exterior. Cuando la comunidad internacional empezó a cuestionar el tratamiento que daban a los judíos y otras minorías, además de la denuncia de lo que ocurría en los campos, Goebbels puso en marcha la maquinaria para atenuar las críticas y limpiar la imagen exterior. En el campo de Theresienstadt, un campo de tránsito para los judíos checoslovacos que luego eran llevados a Auschwitz, se rodó una película-documental titulada “El Führer regala una ciudad a los judíos”. El guion trataba de vender el campo como un reasentamiento de los judíos en el que los hombres realizaban sus correspondientes trabajos; los niños iban al colegio y practicaban deporte; cuidaban de sus animales y de sus huertos; tenían sus talleres de artesanía, una biblioteca y consulta médica; iban y venían a su antojo por el campo… una de las mayores muestras de hipocresía de la historia. Aún así, nadie se creyó aquella pantomima. Hitler forzó la situación al máximo y ordenó a Goebbels que preparase una visita al campo por una delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja. Previamente se hicieron algunos arreglos: para evitar el hacinamiento se envió a un grupo al campo de Auschwitz, los barracones se adecentaron y se pintaron, los judíos que no estaban muy presentables se escondieron, se les instruyó en lo que debían decir y hacer, se representó una obra de teatro infantil, se les permitió caminar libres… otra mascarada.
– Pero hoy sabemos que el control de la información le dio éxitos militares, como en Francia. ¿Qué estrategia siguió para tomar París?
– Una vez controlada la información en casa, Goebbels lanzó la ofensiva radiofónica tras las líneas enemigas. Se instalaron potentes emisoras de radio en Colonia, Stuttgart y Leipzig desde la que se emitían boletines durante la ofensiva en Francia. Esos boletines se emitían en francés -lógicamente por locutores alemanes que hablaban perfectamente el idioma galo-, haciéndose pasar por una emisora comunista llamada Radio Humanité -como el periódico comunista francés-. Comenzaron a hacer correr bulos sobre espías alemanes que se infiltraban entre la población vestidos de monjas, paracaidistas alemanes que utilizaban uniformes de color azul cielo que los hacían mimetizarse de tal forma que eran invisibles durante el descenso… Todos sospechaban de todos, los espías se convirtieron en una epidemia. Una vez creada la alarma social y sintiéndose amenazados, millones de franceses abandonaron sus hogares en busca de un lugar seguro. Goebbels tenía a los franceses donde quería. El siguiente paso, guiar a este “rebaño” sin pastor. Los boletines comenzaron a indicar “zonas seguras a través de caminos concretos que se encontraban libres de tropas alemanas”. Realmente, estos caminos eran los empleados por las tropas francesas para dirigirse al frente, enviar suministros y armas, y por las que los heridos franceses eran trasladados a los centros médicos. Guiando aquel éxodo civil consiguió colapsar las rutas del ejército francés. Y, además, también evitaba el congestionamiento de las vías que nuestros tanques necesitaban para avanzar rápidamente hacia París.

En ese preciso momento, el soldado entró en la estancia y nos preguntó si queríamos comer algo. ¡Eran las 4 de la tarde! El tiempo se me había pasado volando y mi estómago tampoco me había avisado. Eso sí, nos advirtió que, como la cocina ya estaba cerrada, debería ser un emparedado de pollo, unas patatas fritas y una Coca-Cola. Ya que no teníamos otra opción, aceptamos. Dimos buen cuenta de nuestro menú fast food y al terminar pregunté si sería posible tomar un café. Oto se decantó por un té.

– No sé si recuerda que está en una prisión estadounidense, le van a servir café aguado, sin aroma y sin apenas sabor. Lo que ellos llaman café americano. Yo por eso desde que estoy aquí tomo té -me advirtió mi interlocutor.
– No había caído. Gracias por la advertencia, pero ya es tarde -respondí mientras entraban con nuestras bebidas.

La entrevista estaba superando todas mis expectativas y Oto estaba contestando sin dejarse nada en el tintero. Todavía me quedaban algunos temas que tratar y no podía perder tiempo. Así que retomé la entrevista con el tema de la educación.

– También ha nombrado antes que Hitler tenía claro que debía controlar la educación, ¿cómo lo hizo?
– Fue otro de los puntuales de su política de control de la sociedad. Al igual que en el resto de Europa, en Alemania la primera gran oleada de movilización juvenil apareció tras la Gran Guerra. Muchos quedaron huérfanos y tuvieron que asumir responsabilidades que antes no tenían, numerosas familias quedaron completamente desestructuradas, lo que aumentó el nivel de autonomía de la juventud y, en consecuencia, el acrecentado interés de los grupos políticos en ella. Las dificultades económicas que atravesaba la sociedad alemana junto a la incertidumbre política y a la baja moral de los adolescentes tuvieron un efecto devastador: la tasa de suicidios entre los estudiantes universitarios era tres veces más alta que la de la población en general. El suicidio pasó a convertirse en un acto extremo de protesta social. Hitler entró en escena en medio de este panorama de malestar y se presentó como una nueva fuerza y esperanza de cambio para el futuro. Al César lo que es del César, Hitler tuvo el mérito de saber aprovechar la situación y sacarle el mayor partido posible. Verá que esto ha sido una constante a lo largo de la entrevista, pero es que fue así. Los jóvenes, con sus ideales e inquietudes, fueron especialmente vulnerables a sus propósitos. Por ello, fueron tomados como pilares fundamentales de la política nacionalsocialista. De todas formas, ya lo había anticipado en Mein Kampf cuando escribió: “habrá que atender antes que a ninguna otra cosa, a la formación del carácter, al fomento de la fuerza de voluntad […] El Estado debe actuar en la presunción de que un hombre educado, sano de cuerpo, firme de carácter y lleno de confianza en sí mismo es más valioso para la comunidad que el poseedor de una alta cultura pero encanijado y pusilánime”. Muchos jóvenes fueron cautivados por el sentimiento de comunidad, de fe nacional y de odio racial que profesaba el régimen nazi.
– Está claro que usted tenía razón cuando ha comentado que si resto del mundo hubiese estudiado al detalle Mein Kampf igual la historia habría sido diferente. Lógicamente, ese moldeamiento de los jóvenes se tuvo que producir reformando el sistema educativo alemán.
– Así fue. Esta nueva educación, que fue dejando la formación intelectual en un segundo plano, buscaba dar un mayor énfasis al entrenamiento, a la disciplina, la lealtad y al fortalecimiento del carácter, hasta convertirla casi en un entrenamiento militar. El sistema escolar fue suplantado por una herramienta de control y manipulación en la que el individualismo quedaba aparcado en beneficio de un bien común: la nación. También se organizaban excursiones por la naturaleza para conocer mejor la patria, además de intercambios de estudiantes de diferentes lugares para fomentar el sentimiento de comunidad y de pertenencia a un grupo homogéneo. Y al igual que a los adultos nos facilitaba la vida pertenecer al Partido Nazi, para los jóvenes ingresar en las Juventudes Hitlerianas era sentirse parte de esta ola que engullía a toda la sociedad. Un ejemplo claro de la obsesión por controlarlo todo fue la creación del Servicio de Patrulla de la Juventud Hitleriana para combatir tanto la delincuencia como la mala conducta de los adolescentes y, además, vigilar a sus mayores. El nuevo rol que adquirieron los jóvenes en Alemania produjo una separación de la familia. Los hijos se convirtieron en los faros de sus padres.
– Hemos hablado de los alumnos pero ¿qué hay de los profesores?
– Cuando Hitler llega al poder, casi el 100% de ellos estaban agrupados en la Unión Nacionalsocialista de Profesores. Apenas 3 años más tarde, un tercio de todos ellos ya pertenecían al Partido Nazi, y en el caso de que no fueran simpatizantes del nuevo sistema educativo eran excluidos de su trabajo o reciclados para simpatizar con el régimen. De todas formas, ¿sabe qué es lo peor de todo?
– Dígame
– Cuando comenzó la guerra muchos integrantes de las juventudes, sobre todo los más comprometidos y fanáticos, se alistaron para luchar en la primera línea del frente. A medida que la guerra avanzaba, se fueron reclutando más jóvenes y muchos de ellos sin haber sujetado un arma entre sus manos y enviados a luchar de manera desigual sufrieron elevadísimas bajas. La finalidad del sistema educativo nazi era formar jóvenes para que estuvieran preparados para morir y luchar por la nación. Y aunque Hitler en sus últimos momentos escribió “muero con el corazón feliz, consciente de los incalculables legados y logros de nuestros soldados en el frente, nuestras mujeres en casa, los logros de nuestros campesinos y obreros en su trabajo, únicos en la historia, y de las juventudes que llevan mi nombre”, la realidad es que utilizó a la juventud como carnaza en la guerra. Así era el hipócrita de Hitler.
– Y ahora que adjetiva a Hitler de hipócrita, hablemos de su personalidad.
– Megalómano, sanguinario, hipócrita, desconfiado, dictatorial, vengativo, hipocondríaco… y también afortunado. Y de todos estos calificativos hay múltiples ejemplos. Otro ejemplo de su hipocresía lo tenemos en su falsa modestia. A Hitler le gustaba venderse como un hombre humilde que había tenido que trabajar desde muy joven. Goebbels le bailaba el agua llamándolo “el más humilde de los alemanes”. En su libro contaba que en 1909, mientras vivió en Viena y fue rechazado por la Escuela de Arte, debió trabajar duro como obrero y aún así pasó hambre. La verdad es que dilapidó rápidamente la herencia de su madre y fue cuando tuvo que buscar trabajo. En los discursos que daba en las fábricas siempre incluía una expresión del tipo “He surgido del mismo sitio que vosotros. Antes yo ocupaba vuestro lugar, pero he ascendido a base de trabajo, y ahora lucho por vosotros”. Cuando la realidad es que nada más salir de la cárcel se compró el Mercedes más caro que se fabricaba con todo lujo de detalles, incluido el chófer, y que amasó una inmensa fortuna con las donaciones al partido, los cohechos por las adjudicaciones de obra pública, las obras de arte robadas, las casas incautadas, los derechos de imagen de las fotografías que la hacía su fotógrafo oficial Hoffmann o los derechos de autor de su libro. Por cierto, sus declaraciones al fisco hasta ser nombrado Canciller eran peliculares: su profesión era la de escritor y declaraba no tener posesiones ni recibir ninguna pensión. Cuando el fisco el abrió un expediente, debía casi medio millón de Reichsmarks en impuestos que no había pagado desde hacía años. Lógicamente, aquel expediente se cerró tal y como se abrió.
– Supongo que lo de afortunado se refiere a las decenas de planes para acabar con su vida y de los que ninguno llegó a buen puerto.
– Así es. Tanto desde dentro de Alemania como desde el exterior se tenía claro que, en un régimen tan personalista como el nacionalsocialista, la muerte del dictador supondría un duro revés para el país, y librarse de Hitler podría incluso llevar aparejada el fin de la guerra. Y muchos lo intentaron, pero no hubo forma. Aunque si me lo permite, le diré que algunos de estos planes eran casi irrisorios, como el de feminizar a Hitler o, como mínimo, dulcificar su carácter contaminando su comida con estrógenos. Y de este plan me he enterado aquí en prisión. La idea de un envenenamiento siempre la tuvo presente Hitler, y por ello contaba con una legión de catadores. Así que, los británicos parece que estudiaron la idea de usar algún elemento con efectos a medio o largo plazo para que pasase el control de los catadores. Y pensaron en suministrarle hormonas sexuales, una sustancia insípida, incolora y sin ningún efecto inmediato, creyendo que así variarían su condición sexual. Sólo el hecho de plantearse esta cuestión fue una muestra de la desesperación de los británicos.
– ¿Y lo de su carácter vengativo?
– Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. Pues fíjese que frío estaba el plato de Hitler que esperó casi 22 años. El 11 de noviembre de 1918 se firmó el armisticio entre los Aliados y Alemania que ponía fin a los combates en la Gran Guerra en un vagón situado en una vía muerta en el bosque de Compiègne (Francia). Tras la batalla de Francia, el 22 de junio de 1940 alemanes y franceses firmamos otro armisticio, y no fue una casualidad, sino una exigencia de Hitler, el hecho de que se firmase en el mismo lugar que el de 1918, en el bosque de Compiègne. Pero no sólo eso, también que se firmase en el mismo vagón. Este vagón estaba en un museo desde 1927 y Hitler ordenó sacarlo, haciendo un boquete en la pared, y situarlo en el mismo lugar para que los franceses sufriesen la misma humillación y en el mismo sitio. Tras la firma se trasladó a Berlín donde fue expuesto como un símbolo de la recuperación.
– Cuando ha comentado lo de hipocondríaco, me ha venido a la cabeza Morell, su médico personal. ¿Tuvo algo que ver?
– Podemos decir que se juntaron el hambre con las ganas de comer. Hitler sufría desde hacía tiempo flatulencias y problemas estomacales que agriaban su carácter y le provocaban irascibilidad, rabia y enfado. Y el médico Morell tuvo la suerte de dar con un fármaco, el Mutaflor, que lo curó en poco tiempo. Desde ese momento, allá por 1936, se convirtió en su médico personal. Hitler era el paciente perfecto para experimentar nuevos tratamientos de los múltiples problemas de salud que iban apareciendo en un hipocondríaco de manual. De hecho, en 1945 Hitler tomaba, según los informes médicos de Morell, más de 25 píldoras y varias inyecciones al día. Entre las sustancias suministradas, muchas de ellas en combinaciones ideadas por el propio médico, había testosterona, belladona, anfetaminas, atropina, cocaína… y así hasta más de setenta. Hitler era vegetariano, no fumaba y no bebía alcohol pero, en secreto, era un politoxicómano, y su camello era Morell. Algo que también se hizo con los soldados durante la guerra, suministrarles Pervitin.
– Pervitin, ¿qué es el Pervitin?
– Pues una metanfetamina creada en 1938 por la empresa farmacéutica Temmler. En un principio se comercializó entre la población civil, pero después del informe del médico Otto Ranke, miembro de la Academia de Medicina Militar, se suministro indiscriminadamente a las tropas porque, y así se reflejó literalmente en el informe, “El Pervitin podía ayudar a la Wehrmacht a ganar la guerra”. Este tipo de ayuda química era ideal para la táctica militar que Hitler planteó al comienzo de la guerra, que implicaba un bombardeo masivo de la aviación y la artillería terrestre seguido de un rápido ataque de la infantería y los blindados para romper las líneas enemigas. Lógicamente, esta táctica dependía de la rapidez de maniobra de las fuerzas terrestres y de mantener la intensidad de la lucha el tiempo necesario y el Pervitin se encargaba de proporcionar ese plus de resistencia e intensidad necesarios. El problema es que lo que inicialmente era un simple estimulante, se convirtió en una necesidad para los soldados y, además, los oficiales comenzaron a distribuirlo sin ningún control. Solamente durante el período comprendido entre abril y julio de 1940 se distribuyeron más de 35 millones de tabletas de Pervitin. Debido a los problemas físicos y psíquicos que comenzaron a aparecer por casos de sobredosis, en 1941 se prohibió su distribución sin control en el ejército y sólo los médicos militares podían distribuirla. En la práctica, no existió tal prohibición porque en el transcurso de la Operación Barbarroja, en la que intentamos invadir la Unión Soviética, se siguió distribuyendo.
– Bueno, se está acabando el tiempo y quería terminar con una pregunta muy personal: ¿nunca pudo parar aquel tren sin frenos que me comentó al principio?
– Como le dije, la única forma de pararlo era eliminando al maquinista. Desde que llegó al poder y hasta la guerra, e incluso en sus primeros momentos, el pueblo tuvo una venda en los ojos. Y aunque algunos fuimos viendo cómo cambiaba su discurso y la evolución de sus decisiones, nunca consultadas sino simplemente comunicadas, Hitler era el líder que había devuelto la identidad a un pueblo humillado y todos estaban con él. Si en aquel momento alguien lo hubiese eliminado, habría tenido que cargar con el estigma del gran traidor a la patria. Además, en los libros de historia ocuparía el lugar de Hitler, y éste un lugar entre los mártires venerados en Alemania. Más tarde, cuando ya el pueblo alemán se dio cuenta de que su personalísimas decisiones nos habían llevado a un callejón sin salida, ya fue imposible. Como le he comentado al principio, todo lo que he dicho y todo lo que yo viví está recopilado en el libro que he escrito durante mi estancia aquí. No sé si algún día verá la luz, pero es la verdad de lo que yo viví durante los años que pasé en el cargo hasta que, en 1945 acusado por Goebbels de derrotismo, fui destituido.

Pensé para mis adentros: “tranquilo, verá la luz, pero se publicará después de tu muerte”. Me despedí dándole la mano, agradeciéndole su sinceridad y el hecho de no haber rehusado ninguna de mis preguntas. Se dio la vuelta y abandonó la sala acompañado del mismo soldado que nos atendió desde el comienzo.

Como complemento a esta publicación, aquí tenéis una entrevista (real) a Rainer Höss, nieto de Rudolf Höss, el comandante del campo de Auschwitz desde 1940 hasta 1943

Fuente: Historias de la Historia (Storytel)

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