Giro el mando de mi máquina del tiempo y lo sitúo en «Antiguo Egipto», aprieto los dientes y… aparezco en mitad de la nada con una cómoda túnica blanca y en mi mano derecha un racimo de lino con unas espectaculares flores azules, como si estuviera esperando a la novia junto al altar. Pero no había altar. De hecho, no había nada, sólo arena y más arena. Con la palma de mi mano sobre mi ojos para protegerme del sol, oteé el horizonte hasta que vi, a lo lejos, una nube de polvo moviéndose hacia mi posición. Conforme se acercaban, pude reconocer la silueta de seis personas y monturas, una de ellas sin jinete. Puse el ramo delante de mi, a modo de presentación, y respiré aliviado cuando vi que el jinete llevaba un ramo en la mano similar al mío. Agradecí la maestría del escultor que hizo la talla de Pehernefer que se encuentra en el museo del Louvre, porque era una copia exacta del escriba que venía buscarme y que sería mi anfitrión. Le ayudaron a bajar del burro y se dirigió hacia mi repitiendo el ritual que yo había hecho con el lino. Y aquí tiré de Heródoto, y repetí el saludo que él indicaba en el libro segundo de su obra Historia: incliné mi cuerpo bajando mis manos hasta la rodilla y miré la sombra el escriba a ver qué hacía. ¡Bingo! Repetía el ritual.

Bienvenido Javier, soy Pehernefer, escriba real. Eres mi invitado, acompáñame -escuché mientras levantaba la cabeza y un miembro de aquel séquito me ofrecía su ayuda para subir al otro burro.

Pehernefer

Dimos media vuelta y nos pusimos en marcha siguiendo el camino por el que habían venido. La montura del escriba se puso junto a la mía y me preguntó si había visto algún azul tan intenso como el de aquellas flores. Lógicamente, mi respuesta, porque se veía que tenía ganas de contarme alguna historia, fue que no.

– En la naturaleza es muy difícil encontrar este color, apenas algunas flores y plumas de ave, pero nosotros hemos sido capaces de crear artificialmente este pigmento que utilizamos en tumbas y esculturas. Para obtenerlo mezclamos conchas marinas trituradas, cobre y arena del Nilo, y lo calentamos hasta una temperatura aproximada de 900º durante varias horas. Tras dejar enfriar el compuesto, lo sacamos del recipiente y se machaca hasta pulverizarlo –me contó orgulloso.
– Debe ser el primer pigmento creado artificialmente – contesté dándole una imaginaria palmadita en la espalda.

El escriba extendió el brazo y con el índice señaló lo que entendí como nuestro destino: una construcción de adobe rectangular y varias más pequeñas alrededor al pie de unas rocas. Asentí como la cabeza y agradecí que terminase aquel paseo en burro. Pehernefer me invitó a pasar al patio de la casa grande y una vez dentro dio instrucciones para que trajesen kohl y nos sirviesen una cerveza en la parte superior. Estaba claro que, por un motivo u otro, mis viajes al pasado comenzaban con una bebida y algo que echarse a la boca. Subimos a la estancia superior y agradecí la sombra de aquel lugar y, sobre todo, el ambiente extrañamente fresco en medio de aquel secarral. Y pregunté por ello…

-¡Qué bien se está en esta habitación! Supongo que, dada la orientación de la casa, las rocas protegen del sol la parte superior.
-Así es. Además, esa ventana está tapada con una estera de palma humedecida y la brisa cálida produce la evaporación y de esa forma se refresca el interior de la sala.
-¿Y para qué es ese recipiente de barro que hay sobre la estera? -pregunté mientras entraban los sirvientes con una bandeja con la cerveza y un cuenco que, supuse, sería el kohl para comer.
-Si te fijas un momento verás que está agujereado, así va goteando sobre la estera y la mantiene humedecida para que siga evaporándose y refrescando.

Después de comprobar que los egipcios tenían su particular aire acondicionado, nos sirvieron la cerveza. Una cerveza nada parecida a la que mi paladar estaba acostumbrado. Era turbia, casi de color rojizo, y tan espesa que casi se podría haber untado en pan. Y como soy de los que piensan que “donde fueres, haz lo que vieres”, puse la mejor de las sonrisas y eché un trago. No sabía si estaba bebiendo o comiendo, pero era lo que había. Cuando dejé la cerveza en la mesa, el escriba extendió su mano como para que me sirviera yo mismo el kohl. Era una sustancia negruzca, resinosa, nada apetecible. A falta de algún tipo de utensilio con el que cogerlo, metí dos dedos cogí una buena cantidad y me lo llevé a la boca…

-¡Qué haces! ¡Es kohl! -gritó el escriba mientras sujetaba mi mano, a la vez que comenzaba a reír a carcajadas-.

Supongo que mi cara de extrañeza le dejó claro que debía continuar y explicarme qué era aquello.

-Es un compuesto a base de mineral de galena triturado y mezclado con resina. Nos lo ponemos alrededor de los ojos para repeler a los insectos, reducir el reflejo del sol y, además, ayuda a los párpados a proteger los ojos atrapando las partículas de arena. Me parece que voy a tener que vigilarte muy de cerca para no tener ningún contratiempo durante tu estancia entre nosotros.

Mientras me disculpaba por mi estupidez, seguí los pasos que indicó mi anfitrión y maquillé mis ojos con aquel ungüento oftálmico. Cuando me dio el visto bueno, eché un trago de cerveza que alargué todo lo que pude para evitar, aunque sólo fuesen unos segundos, aquella mirada burlona a la par que condescendiente. Pehernefer pareció darse cuenta de que me estaba haciendo sentir incomodó y rebajó la tensión preguntándome por dónde quería comenzar mi visita.

-Si no es problema, me gustaría empezar por visitar la construcción de lo que será el enterramiento del faraón Khufu – respondí nombrando al faraón por su nombre egipcio y no el de Keops que le puso Heródoto.
-Como bien sabrás, soy el encargado de supervisar los trabajos del enterramiento del faraón Khufu, dios del Sol, así que te lo mostraré.

Le había elegido a él como anfitrión porque sabía de su cometido y porque era lo suficientemente poderoso en aquella sociedad como para poder actuar sin prohibiciones. Salimos de la casa y volvimos a recurrir a los burros para recorrer el camino hasta la que iba a ser la Gran Pirámide. Apenas diez minutos después, Pehernefer me dijo que desmontase y que fuese caminando hasta un montículo que teníamos a la derecha.

-Antes de bajar al valle, sube y contempla desde la altura las vistas de la mayor construcción jamás construida por el hombre. Nosotros te esperaremos aquí.

Lógicamente, obedecí las instrucciones del escriba. Al llegar a la pequeña cumbre, la única forma que encontré para describir lo que tenía a mis pies era plagiar a Isabel Allende “El cielo se aclaró y la abrumadora belleza del paisaje surgió ante mis ojos como un mundo recién nacido”. A falta de una cámara para inmortalizar aquel momento, le di al botón de grabar en mi cerebro mientras mi retina trataba de captar cada detalle: el Nilo a un lado, al otro la cantera, y allá a su frente la pirámide en construcción. Era una postal que transmitía organización y trabajo en equipo. Giré la cabeza hacia la comitiva con cara de admiración y el escriba asintió orgulloso como diciendo “ya te lo decía yo”. Regresé junto a ellos y descendimos por el camino hasta llegar a la cantera. Allí tomó la palabra Pehernefer para comenzar su discurso…

-En este cantera de piedra caliza se extrae la mayor parte del material necesario para la construcción del monumento funerario. Los bloques de piedra se llevan hasta el pie de la rampa sobre estos trineos de madera. Verás que delante del trineo va un trabajador humedeciendo la tierra a su paso, de esta forma se compacta la arena, se hace más firme y se reduce a la mitad la fuerza necesaria para moverlos. Y por la rampa se suben hasta la hilada de bloques correspondiente. Ahora mismo la rampa llega hasta una altura de algo más de 40 metros, y aunque la altura final será de 146 metros la construcción ya tiene casi un 80% de su volumen total. El resto del material necesario, como granito por ejemplo, viene a través del Nilo. Llega en grandes barcos hasta el puerto y allí se descarga en pequeñas barcas que se remolcan a través de canales artificiales para llegar lo más cerca posible a la pirámide. ¿Qué te parece?
-Pues que sigo sorprendido por la majestuosidad de un monumento que, a sus pies, me hace sentir insignificante, por la perfecta organización de los esclavos, por la maestría de los arquitectos y el ingenio que demostráis para construir una obra de esta envergadura.
-Muchas gracias por tus palabras, pero… ¿por qué has hablado de la “perfecta organización de los esclavos”? Aquí no hay esclavos. ¿Ves a alguien azotar o golpear a los que trabajan? Son trabajadores a sueldo. Si quieres puedes hablar con ellos y preguntarle al que tú quieras.

Dudé por un momento si preguntar a algún trabajador, pero eso habría sido cuestionar la palabra del escriba y me pareció que no era buena idea. Así que, decliné la invitación.

-No, no. No hace falta. Sólo es lo que yo creía.

-Los trabajadores están organizados por grupos de unas 40 a 60 personas que pueden aumentar en momentos puntuales. Cada uno está dirigido por un capataz y al frente de todos ellos están los arquitectos. Y mi labor es la de supervisar el estado de las obras e informar a mi señor Khufu. Ven, te enseñará los documentos en los que se anota todo lo relativo a esta construcción.

Sobre una mesa en la que había una maqueta de la pirámide, Pehernefer seleccionó algunos papiros y los extendió.

-Mira, aquí se anota el material que se extrae de la cantera y el que llega en los barcos, el que se emplea cada día, las pagas de los trabajadores y la comida que consumen, las incidencias en el trabajo… Todo lo que puedas imaginar está aquí detallado. No sé si tu cara de asombro es por todos los detalles que registramos o porque no escribimos con jeroglíficos y no entiendes nada.
-Entiendo que sin esa minucioso labor de contabilidad sería imposible acometer una de obra de este calado, pero la escritura es ininteligible para mi -contesté con la cara de tonto que ya se repetía en demasía en estos viajes al pasado.
-Es escritura hierática. La utilizamos los escribas sobre todo en textos administrativos y nos permite escribir de forma rápida, simplificando los jeroglíficos. Te leeré uno de los papiros. Por ejemplo, este que te resultará curioso y te confirmará que no son esclavos: «Incidencias y ausencias».

Trabajador Badru: ausencia por muerte de un hijo.
Trabajador Aswad: ausencia por picadura de escorpión. Pendiente de visita médica.
Trabajador Ebo: se ha caído y golpeado en la espalda. Trasladado al médico a la espera de los días de baja.
Trabajador Fadil: ausencia por necesidad de elaborar cerveza para una celebración.
Trabajador Hamadi: ausencia por embriaguez.
Trabajador Jabari: ausencia por, según dice, estar reponiéndose de una paliza de su mujer en una discusión conyugal.
Trabajador Kafele: se desmaya durante el trabajo. Trasladado al médico. Mañana podrá volver a trabajar… Y muchas más incidencias que obviaré para no aburrirte. ¿Tú crees que si fueran esclavos tendría asistencia médica y que podrían ausentarse del trabajo por estos motivos?

Ante aquellas demoledoras pruebas, ya no podía negar la evidencia: los constructores de las pirámides eran trabajadores libres, especializados y contratados por un sueldo.

-Lógicamente, el objetivo de esta megaconstrucción no es otro que el de albergar el cuerpo momificado de tu señor Khufu cuando fallezca, pero ¿cómo son el resto de enterramientos, también se embalsaman? -pregunté desviando la conversación hacia los embalsamamientos ya que, a muy pesar mío, el tema de las pirámides parecía ya zanjando.
-Vamos a la ciudad de los trabajadores, tomamos unos dátiles y cerveza y te cuento -contestó mi anfitrión mientras señalaba mi habitual medio de transporte.

Mientras nos dirigíamos a la población que el escriba había llamado “la ciudad de los constructores”, uno de los acompañantes se acercó para susurrarle algo al oído. Dio las indicaciones oportunas para el resto de mis acompañantes y se disculpó porque debía ausentarse durante un momento. Me senté donde me dijeron, junto a una casa de adobe bajo la sombra de un toldo, y esperé. Aquel lugar estaba lleno de vida, gentes de aquí para allá en sus quehareces diarios, matarifes empleándose en despiezar los animales sacrificados, el olor del pan recién horneado… aquí vivían los trabajadores del mausoleo del faraón. De entre todas las edificaciones, la inmensa mayoría de una sola planta, una de ellas me llamó la atención por su tamaño y por el trajín de gente entrando y saliendo. Viendo las condiciones de los que entraban, casi todos ellos ayudados por otros, y algunos gritos que se escapaban de su interior supuse que era el lugar donde se atendía a los heridos. En aquel momento, noté una mano sobre mi hombro…

-Perdona mi ausencia, pero me han informado de un accidente con varios heridos y hemos tenido que sustituirlos por otra cuadrilla que estaba descansando. Ahora los traerán para atenderlos en ese edificio -comentó el escriba mientras nos servían cerveza y unos dátiles-. Bueno, me preguntabas por el resto de enterramientos, ¿no?
-Así es -respondí mientras cogía uno de aquellos apetitosos dátiles
-Antes, te contaré que para nosotros la muerte no es un punto y final en el camino, es apenas una coma. Aquí sólo se queda nuestro cuerpo físico; el Ka, nuestra energía vital, abandona nuestro cuerpo para viajar al Más Allá. Eso sí, siempre que tus acciones y tus obras en esta vida sean suficientes para superar el Juicio de los Muertos. No es un viaje fácil hasta el reino de Osiris, los peligros acechan y el Ka deber seguir alimentándose, por eso se hacen ofrendas de comida, bebida y amuletos que ayudarán en el tránsito.
-Entonces, ¿para qué se momifican los cuerpos si no os acompañan en este viaje? -me atreví a preguntar interrumpiendo al escriba.
-Lógicamente, nuestro cuerpo físico no puede acompañarnos, pero sí el Ba, lo que nos hace característicos a cada uno de nosotros, y con el ritual de la apertura de la boca se libera el Ba que, en forma de ave, volará para unirse al Ka y crear el Akh que vivirá eternamente en el reino de Osiris. Al embalsamar nuestros cuerpos se mantiene nuestra esencia, lo que nos caracteriza, y de esta forma es un Ka idéntico al de este mundo. Además de la comida y los amuletos para el viaje, una vez que el Akh esté en el Más Allá precisará de bienes y utensilios para la otra vida, por eso junto al sarcófago también se deposita ropa, muebles, herramientas, alhajas…
-¿Y todos son embalsamados? -pregunté ya metidos en harina
-El enterramiento y el embalsamamiento depende, como casi todo en la vida, de los posibles del difunto y su familia. Como ya has visto, los faraones son enterrados en estas construcciones megalíticas y son momificados extrayéndoles las vísceras, excepto el corazón, y rellenando la cavidad abdominal con resinas y sustancias aromáticas. Una vez cosidas las incisiones, el cuerpo se deja “macerar” en natrón durante varios días para desecarlo. Una vez momificado el cuerpo, se cubre con vendas de lino impregnadas en goma extraída de la resina de los árboles, y ya está listo para introducirlo en el sarcófago de madera. Nosotros, los escribas, y otros funcionarios reales cercanos al faraón, somos enterrados en tumbas excavadas en la roca o pequeñas construcciones de piedra que, normalmente, financian nuestro señor por los servicios prestados. Los no tan pudientes se tienen que conformar con una purga que limpiaba la cavidad abdominal, sin evisceración, el correspondiente baño en natrón y el enterramiento en una tumba más humilde, como puede ser un pozo excavado en la arena. Aunque la mayoría de los súbditos del faraón no se pueden permitir estos privilegios y son enterrados sin embalsamar en un agujero en la arena.
-Pero si su cuerpo no se momifica el Ka no mantendrá su personalidad, ¿no?
-No creas, el calor y la arena del desierto hacen de secante y mantienen el cuerpo momificado de forma natural.
-¿Y quién realiza este ritual del embalsamamiento? -pregunté cerrando el círculo de un tema del que, esta vez sí, había podido conseguir toda la información que precisaba.
-Como bien dices es un ritual, y de ello se encargan el gremio de los embalsamadores que, al igual que el de los escribas, son ocupaciones en las que los padres enseñan a los hijos y cuyos cargos heredan. Normalmente, sus talleres suelen estar a las fueras de las ciudades, por aquello de los olores poco agradables y, sobre todo, cuando las familias tardan algún día en llevar los cuerpos a embalsamar.

Paró un segundo Pehernefer y con la mano me indicó que me acercase. Miró a ambos lados y cuando se cercioró de que nadie podía escucharnos, me dijo al oído: “se han descubierto casos de embalsamadores que han abusado de los cadáveres, y hay gente que ha decidido que, cuando las fallecidas son mujeres jóvenes y bellas, prefieren dejar el cuerpo 3 días en casa, hasta que empieza a descomponerse, y así evitar las tentaciones”. Con aquella respuesta, cobraba sentido aquello de que, a veces, es mejor no conocer toda la información.

Aunque al momento no parecía el más adecuado, el escriba me propuso degustar un menú con las exquisiteces culinarias de su tierra. No hizo falta responder, porque ya lo tenía todo previsto y allí era él quien mandaba. Así que, me relató todos los platos que iban a ir apareciendo: un aperitivo de lechuga, una sopa de habas y cebada, un pichón relleno de arroz y acompañado de verduras del tiempo, carne de buey asada, pescado del Nilo preparado al espeto, y pasteles de higos y nueves cubiertos de miel de abeja; todo ello regado con cerveza. La verdad, aquello me recordaba a esas bodas en las que, cuando lees el interminable menú, vas seleccionado qué platos vas a comer y cuales evitarás con un “gracias pero estoy lleno”. Pero aquí, con apenas dos comensales, no quedaba otro remedio que cumplir con aquel ovíparo banquete y mi orondo anfitrión. Comenzamos a degustar aquellas delicias, porque realmente la comida estaba muy buena, y yo iba picando lechuga a modo de ensalada entre plato y plato.

-Veo que te gusta la lechuga -comentó el escriba con una media sonrisa.
-Sí, no está mal y, además, desengrasa un poco para poder degustar el resto de platos -contesté preguntándome el porqué de aquella media sonrisa.
-Jajajajajajaja. Veo que no estás familiarizado con sus propiedades. La lechuga es un alimento sagrado y asociado a Min, el dios de la fertilidad, y es un afrodisiaco de primer orden, que enamoraba a los hombres y hace fértiles a las mujeres. Así que, no comas mucha no te vayas a enamorar de alguna de las mujeres que nos sirven.

Y sí, otra vez con la cara de tonto que está siendo una constante en este viaje. Como pude desvié el tema hacia el plato que, para mi gusto, habían sido los mejores: el pichón relleno de arroz y los espetos que me recordaron a los de mi querida Nerja en Málaga.

-Me alegro que te hayan gustado. Un menú de estas características sólo se elabora en grandes celebraciones o para agasajar a invitados dignos de un tratamiento real. Y así te hemos considerado. Terminemos con los postres, descansemos un rato y continuaremos la visita.

La comida de Cleopatra.

Mientras dábamos buena cuenta de los dulces, llamó mi atención algunas mujeres que se acercaban al Nilo con unas pequeñas cestas, unas recogían algo en la orilla, como barro, y otras arrancaban unas cañas en la orilla. Así que, pregunté por ello.

-Eres muy curioso Javier, muy curioso. A ver cómo te lo explico. Las mujeres no recogen barro, sino excrementos de cocodrilo. Luego, en sus hogares, los mezclan con miel y se aplican una fina capa de este emplaste en el cuello del útero cuando mantienen relaciones sexuales para no quedar embarazadas. Y las mujeres que recogen las cañas acuáticas, lo hacen por lo absorbente que es su tallo. Cuando están con la regla, lo limpian, lo suavizan y se lo introducen para absorber la sangre.

Vamos, que en el Antiguo Egipto ya tenían anticonceptivos femeninos y tampones -me dije a mi mismo. Con energías renovados y después de haber descansado un rato, la comitiva continuó su camino hasta un monumento del faraón erigido junto a la ciudad. Los dibujos que había en el pedestal de aquella estatua me iba a servir, en teoría, para conocer por qué los formas humanas se hacían con el llamado “perfil egipcio”.

-He visto que en todas vuestras representaciones artísticas de personas son todos jóvenes, sin arrugas, guapas y esbeltas. ¿Es porque hay pocas personas que pasen de los 40 años o porque sois muy coquetos y vanidosos? -me lancé a la piscina sin mirar antes si había agua.
-Pues un poco de todo, la verdad. Además del kohl que intestaste comerte antes, tenemos diferentes tratamientos de cuidado personal. En mi caso, por ejemplo, después de un buen baño perfumado me untan el cuerpo con aceite de oliva y una sustancia abrasiva para exfoliarme la piel; luego, una crema hidratante a base de miel o de aceite de moringa que también sirve para aliviar las quemaduras solares y eliminar las estrías. Y termino aplicándome en las axilas un ungüento a base de incienso o canela y unas gotas de aceite de flores en la peluca. Hay otros tratamientos, pero que yo no utilizo porque son muy dolorosos, como el de eliminar las arrugas de la cara frotándose la piel con una mezcla de polvo de calcita y natrón. Te deja la piel suave y sonrosada, pero porque te deja el rostro en carne viva.

A la vez que pensaba que en sus viajes este buen hombre necesitaría un baúl entero para su neceser, le pregunté por la perspectiva de sus dibujos.

-La importancia de las figuras que representamos tienen que ver con el tamaño, siendo las más grandes las de nuestros dioses, después las del faraón y así sucesivamente disminuyendo conforme las figuras representan clases sociales más bajas. El color de la piel oscura indica que se trata de un hombre y el claro se utiliza para las mujeres. Además, verás que, dependiendo de la parte del cuerpo que sea, unas se dibujan de frente y otras de perfil: la cabeza se muestra de perfil, aunque con una vista frontal de la ceja y el ojo; los hombros y el torso frontalmente; mientras que la cadera y las extremidades recuperan el perfil. No pienses que el artista dibuja un todo, sino partes de un todo y a cada una de ellas la refleja con la vista que mejor la describe y la importancia que tienen dentro del todo. Es como una representación gráfica de su Ba.

Aunque aquellos dibujos carecían de profundidad y volumen, la realidad es que iban más allá de un simple dibujo, tenían más que ver con el mundo mágico y divino que envolvía e impregnaba toda la sociedad egipcia. Ahora vería con otros ojos aquellos dibujos otrora deformes. Había sido una clase magistral de arte espiritual. Yo, por mi parte y viendo que pronto se pondría el sol, podía dar por terminado aquel fructífero viaje. Pehernefer pareció leerme el pensamiento cuando advirtió de que había que regresar antes de que se pusiese el sol. Así que, me dirigí a mi burro, pero el escriba llamó mi atención.

-¡Espera Javier! Yo me quedó aquí, el resto de la comitiva te acompañará hasta el punto donde te recogimos. He disfrutado esta jornada en tu compañía y espero que se haya cumplido el propósito de tu viaje mi buen amigo.
-Plenamente Pehernefer. Ha sido un placer y doy las gracias por todo lo que me has enseñado -contesté mientras repetía el mismo saludo ritual que a mi llegada.

Como sin el escriba no podíamos movernos por el valle a nuestro antojo, el camino de regreso fue mucho más largo. Cansado y con la entrepierna maltrecha de aquella incómoda montura, agradecí que uno de los miembros de la comitiva se acercase para ofrecerme agua. Bebí y, agradecido, le devolví el odre. Cuando lo cogió, sujeto mi mano y me dijo: “Los trabajadores del monumento no son esclavos, pero yo sí. He visto que preguntabas por todo y supongo que contarás lo que aquí has visto a tu pueblo. No olvides que los egipcios también tenían esclavos”. Me soltó la mano, agachó la cabeza y aminoró su paso para recuperar su posición a la cola de la comitiva. Cometí el error el girar la cabeza y el que ocupaba la montura del escriba, que había quedado al mando, vino hasta a mi para preguntarme si me había molestado.

-No, no. Sólo me ofreció agua y se disculpó porque no estuviese más fresca -le exculpé ante aquel hombre malencarado que, seguro, no alcanzaría la vida eterna en el reino de Osiris.

Recuperamos la marcha, dejamos atrás la primera casa en la que tuve el percance con el kohl, y en poco tiempo llegamos a mi destino. Se despidieron y allí me dejaron tal y como había venido.

Fuente: Historias de la Historia (Storytel)

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