El lenguaje de los signos es un sistema de expresión gestual que permite a los sordos comunicarse entre ellos o con cualquiera que lo conozca. Eso sí, reconozco que, dadas mis limitaciones a la hora de expresarme en otros idiomas distintos al materno, he tenido que recurrir a esta forma de comunicación en alguno de mis viajes. Lógicamente, no al sistema de signos oficial, que no conozco, sino al «vulgar» reconocido en casi todas las partes del mundo… incluso en la antigua Roma.

Creo que casi todos en alguna ocasión hemos estirado el dedo corazón de la mano y mantenido los restantes apretados, recreando una figura que representa el pene y los testículos (lo que llamamos «una peineta»). En Roma, con este gesto, hecho con el digitus impudicus o digitus infamis (dedo impúdico u obsceno), podíamos querer decir «Que te den…» (lo mismo que hoy en día), pero también tenía una connotación mágica o espiritual: el falo es un símbolo protector frente al mal de ojo (Plinio el Viejo lo llama un medicus invidiae, remedio contra la envidia) y trae buena fortuna y prosperidad. De hecho, era habitual que los niños portasen amuletos fálicos (fascina) colgados al cuello o que los bebés tuviesen un tintinnabulum fálico en la cuna.

Tintinabulum fálico

Tintinabulum fálico

El tintinnabulum también se podía colocar en el umbral de la puerta y los falos pintarse o grabarse directamente en los paredes de la casa para proteger el hogar. Vale si, es verdad que en Pompeya también están grabados en las paredes y el suelo indicando la dirección de los lupanares.

Hay varias referencias en los Epigramas del poeta bilbilitano Marcial (siglo I).

Ríete, Sextilo, de quien te haya llamado maricón y levántale el dedo de en medio.

Enseña el dedo, pero el obsceno, a Alconte y a Dasio y a Símaco.

En el siglo VII, ya lo recoge también San Isidoro de Sevilla en su obra Etimologías cuando habla del nombre de los dedos…

Tertius impudicus, quod plerumque per eum probri insectatio exprimitur. (El tercero, impúdico, porque con frecuencia se expresa con él alguna burla infame).

Es curiosa también la descripción que hace del anular y del meñique:

Quartus anularis, eo quod in ipso anulus geritur. […] Quintus auricularis, pro eo quod eo autem scalpimus. (El cuarto, anular, porque en él se lleva el anillo. […] El quinto, auricular, porque con él nos rascamos el oído).

Según el santo, el anillo se pone en el cuarto dedo de la mano (anular) porque hay en él una vena que de allí lleva la sangre al corazón… Y hasta la fecha.