Aunque el término «guiri» se ha generalizado y ya se utiliza para designar a cualquier turista extranjero, los guiris pata negra están representados por una pareja anglosajona o germana, con acento versión doña Croqueta, amante de los topicazos del folclore nacional, de tez pálida que en nuestras playas se torna color cangrejo y que calzan sandalias con calcetines (normalmente blancos). Y cuidado, porque lo que para los españolitos de a pie era el cénit del mal gusto ha encontrado su sitio sobre la pasarela internacional y, lo que es peor, los insiders, los influencers, los trendsetters… (y otros anglicismos que nacieron para vivir del cuento) se han encargado de convertir en tendencia. Pues nada de nada, porque aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, también les debemos este «invento» a los romanos.

El calzado militar era la caligae, una sandalia fabricada con una gruesa piel bovina engrasada en base a un patrón de forma que la producción en masa era bastante fácil, y una suela un poco más gruesa que podía estar reforzada con clavos de cabeza cónica. Y como las caligae llevaron a los legionarios hasta lugares de todos los climas, en su expansión por el norte tuvieron la necesidad de añadir calcetines de lana (udones) para los crudos días de invierno. Para los más delicados, tuvieron la función adicional de proteger los pies contra las rozaduras del cuero de las caligae.

Una carta descubierta en Vindolanda, un campamento que custodiaba el Muro de Adriano, similar a la que habría enviado una madre a su hijo tinerfeño mientras hacía la mili en Teruel, decía así…

Os he enviado calcetines de Sattua, dos pares de sandalias y dos pares de calzoncillos.

Y ya puestos, ¿cuál es el origen del termino guiri?

Corría el año 1833 cuando el infante Carlos María Isidro, hermano del difunto rey Fernando VII, organizó un ejército para enfrentarse a la incipiente monarquía de Isabel II. Defensores a ultranza del tradicionalismo y el Antiguo Régimen, los carlistas rechazaban los valores del liberalismo que representaba aquella reina, todavía una niña. De hecho, María Cristina, su madre y a la sazón regente, se había visto obligada a apoyarse en los liberales para asegurar la permanencia de su hija en el trono. Sin embargo, el bastión carlista vasco, apoyado por el clero local, se convertiría en el quebradero de cabeza de los soldados de Isabel II. Será aquí donde aparece el término «guiri» por primera vez. Se trata de una adaptación al vasco de la palabra cristino, que en ese idioma se pronunciaba como guiristino. De este modo, en sus inicios era un apelativo puramente despectivo, pues, en el marco de una guerra, se usaba para referirse a los “otros”. Con el tiempo, guiri ya no solo era un soldado isabelino, sino también un foráneo, un extranjero.