Las luchas de gladiadores en sí fueron una degeneración. El origen se remonta a la época de los etruscos cuando se celebraban este tipo de combates entre prisioneros para honrar la muerte de un personaje notable fallecido. Un ritual funerario que se convirtió en un espectáculo lúdico. Y ya puestos, más tarde se añadieron la lucha entre animales o la de hombres contra animales, cualquier cosa para que no decayese el espectáculo.

La mayoría de los combates eran a primera sangre o con posibilidad de perdón por parte del emperador o el editor del espectáculo, sólo en contadas ocasiones se luchaba a muerte (sine missione). Hay que pensar que era un negocio: el editor que organizaba y financiaba los combates, para ganarse el favor pueblo, tenerlo contento o conseguir los votos para algún puesto en la magistratura, alquilaba a los lanistas (dueños de las escuelas de gladiadores) los luchadores que iban a combatir y, lógicamente, pagaba por ello. Si era a muerte había que pagar mucho más, porque un gladiador muerto era un luchador menos que el lanista podía alquilar para otros espectáculos. Así que, para amortizar los gastos (alojamiento, rigurosos entrenamiento, alimentación, atención médica especializada…) interesaba que peleasen en muchas ocasiones para que fuese un negocio rentable.

Escuela de gladiadores

Es fácil pensar, sobre todo por las licencias artísticas del cine o de los libros, que estos gladiadores eran esclavos, prisioneros de guerra o criminales obligados a luchar en la arena, pero también había gladiadores profesionales: los auctorati, hombres libres que luchaban por el dinero y la gloria. Se podría decir que su profesión era la de gladiador. Es más, según las fuentes,  daba más prestigio organizar ludi con auctorati, porque eran más competitivos y daban más espectáculo -peleaban por el honor, la gloria y el dinero- que los gladiadores condenados, prisioneros o esclavos, que eran obligados a luchar. Además, estos hombres libres convertidos en gladiadores solían combatir apenas tres o cuatro veces al año.

¿Qué había que hacer para ser auctoratus?

Estos voluntarios se dirigían a una escuela de gladiadores y firmaban un contrato con el lanista, normalmente de cinco años, que podían renovar por períodos del mismo tiempo si ambas partes estaban de acuerdo, a cambio de una paga fija y comisiones por objetivos (victorias). Pronunciaban el juramento «uri, vinciri, verberari, ferroque necari» (ser quemado, atado, golpeado y muerto a hierro)- es decir, que lucharían hasta la muerte y aceptaban su destino fuese cual fuese- y, desde aquel momento, se convertían en gladiadores profesionales. Aunque gozaban de la admiración popular, pronunciar el juramento y convertirse en gladiador conllevaba la pérdida de los derechos políticos (la infamia). El derecho romano reconocía dos tipos de infamia: la infamia facti, por el ejercicio de una actividad infame (como la de gladiador), y la infamia iurs, por sentencia judicial como consecuencia de un fraude o de alguna acción dolosa. De esta forma, el auctoratus adquiría un estatus similar al de actores y prostitutas. La hipócrita sociedad romana marcaba estas profesiones con el estigma de la infamia para diferenciarlos de los «rectos y honestos» ciudadanos, pero luego bien que exigían las luchas de gladiadores, llenaban los teatros y frecuentaban los lupanares.

Pensándolo bien, si no te importaba mucho lo de perder ciertos derechos, era mucho mejor ser auctoratus que legionario: cobrabas mucho más, te exponías mucho menos y podías conseguir la admiración popular. ¿No os parece?