Además de sus orígenes hispanos –Trajano nació en el 53 en Itálica, en el actual término municipal de Santiponce (Sevilla), y Felipe II en Valladolid en 1527- y por ser emperadores en los mayores imperios de su época, tienen algo  más en común: aparecen en el himno nacional de un país extranjero. Felipe II en el de los Países Bajos y Trajano en el de Rumanía. Y si ya es sorprendente que sean protagonistas de himnos de países que no son el suyo, todavía lo es más que, en su momento, fueron los que «sometieron» a los pueblos que hoy en día los honran en sus himnos nacionales.

El himno holandés, el llamado Wilhelmus, es el himno oficial más antiguo del mundo y fue compuesto en honor del príncipe Guillermo de Orange-Nassau, el gran héroe nacional, y vendría a justificar lo que ocurrió en Flandes, una guerra civil y religiosa travestida de proceso independentista que empezó en 1568 con Felipe II y terminó con la Paz de Westfalia de 1648, ya con Felipe IV. Es un himno acróstico (en neerlandés, la primera letra de cada estrofa forma el nombre de Willem van Nassov, variante de Nassau), largo, muy largo (15 estrofas diferentes) -de hecho, casi el 40% de la población no conoce toda la letra-, haciendo en todo momento referencia a Dios y, claro está, al Goliat de turno, que no era otro que Felipe II. Guillermo vendría a ser como un personaje a caballo entre Moisés y el rey David.

Yo soy Guillermo de Nassau de sangre germana, me mantendré leal a mi patria hasta el día en el que muera. Yo soy Príncipe de Orange libre y valiente, al Rey de España [Felipe II] siempre he honrado […]

Como David, que tuvo que huir por culpa del tirano Saúl, Así me siento yo. Y conmigo, muchos otros nobles, pero Dios levantó a David de todos sus sufrimientos y le dio el reino de Israel.[…]

Mi escudo y mi confianza sois Vos, Dios mi Señor, en Vos confío y me sostengo Nunca me abandonéis. Concededme valor siempre, siempre a vuestro servicio, y derrota la tiranía [española] que me destroza el corazón […]

Con apenas estas tres estrofas, se deja claro que Guillermo se ve en la «necesidad de combatir», no al rey, al que, según dice, siempre “ha honrado” (¿¿¿???), sino la tiranía impuesta por los gobernantes nombrados por la corona. Eso sí, imbuido en un halo divino y con la capa de superhéroe. Lógicamente, y a pesar de que en vida no lo consiguió, para Flandes o los Países Bajos (las 17 provincias que comprenderían los actuales territorios de Holanda, Bélgica, Luxemburgo, parte del norte de Francia y una pequeña parte del oeste de Alemania) es el gran libertador. O así lo venden.

Nuestro otro protagonista, Marcus Ulpius Traianus, Trajano para los amigos, fue el primer emperador nacido fuera de Italia. El mensaje de su elevación al trono fue claro: hombres calificados y educados de todo el imperio podían aspirar al cargo más alto del país. Su capacidad militar y el apoyo de los soldados llevó al emperador Nerva a adoptar a Trajano como su heredero. De hecho, incluso después de la muerte de Nerva, en el 98, Trajano, en lugar de ir corriendo a Roma para ser nombrado emperador, permaneció en Alemania junto a sus tropas hasta que completó su campaña. De si su nombramiento fue una elección de Nerva o una imposición del ejército al anciano emperador, no está claro, así que mejor dejarlo a un lado y no entrar en el terreno de la especulación.

Trajano extendió  los dominios de Roma hasta llegar a su máxima extensión durante su reinado, momento en que abarcaba un territorio de unos 5 millones km². Aunque con los partos se las tuvo tiesas en Mesopotamia, su verdadero dolor de cabeza fue Decébalo, el rey de Dacia (actual Rumanía). Desde su reino, los dacios atacaban con frecuencia las ciudades fronterizas romanas. No eran bárbaros greñudos los dacios, sino una nación sólida y refinada en disposición de desafiar a Roma. Poco después de ser proclamado Emperador por el Senado, el hispano retomó el asunto dacio en 101, reuniendo en el Danubio el ejército más imponente desde tiempos de Augusto, construyendo un puente nunca visto hasta la fecha sobre el río (1.135 metros de largo y hasta 45 metros de alto, en apenas dos años, que durante casi 1000 años fue el puente más largo nunca construido) y derrotando a los dacios. Trajano continuó su avance arrollador hasta la capital, Sarmizegetusa, y la sitió. Decébalo, antes de ver morir de hambre a los suyos, aceptó las magnánimas condiciones de rendición que el hispano le propuso. La victoria romana no aplacó sus ambiciones. Tres años después de aquello, Decébalo se deshizo de su papel como “rey cliente” tributario que le impuso Trajano tras el armisticio y masacró a la guarnición romana de Sarmizegetusa, desencadenando la gran campaña de la Dacia que podemos aún contemplar en la Columna de Trajano.

La respuesta imperial fue contundente. Tres ejércitos entraron en Dacia por tres puntos diferentes, asolando a su paso todo cuanto oponía resistencia. Tras el feroz asedio y asalto de Sarmizegetusa, Decébalo consiguió huir pero se vio conminado a suicidarse antes de caer en manos de las tropas de Trajano. Una inmensa estatua de 40 metros de altura esculpida en roca de la cara de Decébalo se puede ver cerca de Orsova, Rumanía, junto al Danubio. Justo enfrente de la estatua, pero en la costa de Serbia, existe una placa conmemorativa antigua (TABVLA TRAIANA) para recordar las victorias de Trajano en el reino de Dacia.

La muerte del caudillo supuso prácticamente el fin de las hostilidades y la rendición general de la Dacia. Además, el Emperador consiguió apoderarse del tesoro oculto de Decébalo: 165.000 kg de oro y 331.000 de plata. La campaña dacia fue costosa pero muy lucrativa para Roma. Cerca de 500.000 hombres y mujeres fueron vendidos como esclavos, reportando para el estado entre todos los ingresos derivados de la conquista cerca de 2.700 millones de sestercios, además de la explotación minera del territorio. Trajano celebró el triunfo ordenando 123 días de juegos en los que participaron 10.000 gladiadores. Pero no solo hubo dinero para vicios, también se preocupó de las obras públicas (construyó calzadas, puentes -como el de Alcántara (Cáceres) sobre el Tajo-, acueductos y puertos desde España hasta los Balcanes y el norte de África); en la propia Roma, un nuevo acueducto abastecía de agua a la ciudad desde el norte; así como un magnífico foro nuevo, que contaba con dos bibliotecas, y el Mercado de Trajano, el primer centro comercial de la historia, de planta semicircular, tenía 6 niveles con 150 tiendas. También se ocupó del bienestar del pueblo, aumentando la cantidad de grano entregado a los ciudadanos, reduciendo los impuestos y creando la Institutio alimentaria o alimenta, un programa cuya misión era alimentar y cuidar a los niños pobres y huérfanos. El historiador Plinio el Joven decía de él: “Trajano supo traer alegría a los romanos. Nos ordenó ser felices y lo seremos», y el Senado le concedió el título por el que es recordado: optimus princeps (el príncipe perfecto o el mejor gobernante). Tal fue su éxito que a los emperadores que le sucedieron se les deseaba, al inicio de su reinado, “sis felicior Augusto, melior Traiano”, es decir, que fueran “más afortunados que Augusto y mejores que Trajano», cuestión harto difícil. En casa, lo llamaban: Imperator Caesar Divi Nervae filius Nerva Traianus Optimus Augustus Germanicus Dacicus Parthicus -¡¡¡Toma ya!!!-. La admiración por su figura llegó hasta el Renacimiento, hasta el punto que Dante Alighieri lo colocó en el cielo de los justos en la Divina Comedia, y el himno nacional de Rumanía honra su pasado romano y a Trajano.

¡Despierta, rumano, del sueño de la muerte
en el que te sumieron los bárbaros tiranos!
Ahora o nunca, forjate tu destino
ante el cual se inclinen hasta tus crueles enemigos.

Ahora o nunca demos pruebas al mundo
de que por estas venas aún corre sangre de romano,
y de que en nuestro corazón conservamos con orgullo
un nombre que triunfa en la lucha, ¡el nombre de Trajano! […]