La Brevísima relación de la destrucción de las Indias, La Brevísima para los amigos, publicada en 1552 por fray Bartolomé de las Casas, fue, es y será la Biblia de todo aquel creyente de la Leyenda Negra. No voy a juzgar al autor, del que, para bien o para mal, de todo se ha dicho ya, solo unas pinceladas que, ni unos ni otros, podrán refutar porque es su propia vida: es cierto que, al principio de su estancia en América, recibió indígenas como esclavos y una encomienda; es cierto que llegó a sugerir que se importaran africanos para aliviar las miserias de los indios; es cierto que, por cuestiones de fe, defendió la imposición del colonialismo en territorio americano y, además, se le permitió poner en práctica la colonización pacífica -sin soldados-; es cierto que, incluso después de publicar su Brevísima, fue nombrado obispo; es cierto que se le permitió publicar todo lo que quiso e incluso interferir en la publicación de otros escritos… todo esto es completamente cierto. Y simplemente lo incluyo para dejar claro que, a pesar de su mensaje y de disparar a diestro y siniestro, tuvo, lo que podríamos llamar, libertad de expresión, algo no muy habitual en una monarquía absolutista de la época. Para muchos, una causa tan noble como la defensa del débil frente al abusón (que lo es) está por encima de cualquier análisis crítico y objetivo de su obra. Pues siento estar en desacuerdo, porque si los escritos de Bartolomé de las Casas han sido la piedra sobre la que los leyendanegristas edificaron su «Iglesia» y dieron lugar a la difusión de la crueldad y codicia de los españoles, creo que merece un análisis.

No diré que el contenido de su obra no tenga fondo de verdad, de hecho, cuando publiqué el artículo ¿Por qué se acusa a los españoles de haber cometido genocidio en el continente americano?, ya apunté que “el problema no eran las leyes, sino el inmenso océano que las diluía, que algunos gobernantes las obviaban y que colonos españoles las tergiversaban en beneficio propio”. La historia ha demostrado que el abuso del poderoso sobre el débil o lo de saltarse las leyes, esquivarlas o tergiversarlas, son características innatas de la especie humana ayer, hoy y siempre (y en lo de abusar hasta de todo el mundo animal). El que crea lo contrario, que se pellizque. De las Casas sabía que para que su mensaje llegase y fuese tenido en cuenta debía tocar la fibra y conseguir que el lector empatizase con los indígenas. Y para ello, recurrió a una figura literaria que siempre ha dado buen resultado, la hipérbole. No era necesario que su crónica fuese veraz, era suficiente con relatar hechos verosímiles. De hecho, hoy en día tenemos ejemplos un día sí y otro también en las redes sociales y, lamentablemente, en los medios de comunicación, donde los discursos indignados y los tuits del resentimiento se convierten en tendencia/noticia cuando la gente está dispuesta a creerlos a pies juntillas. Y en la segunda mitad del XVI había muchos dispuestos a comprar aquellas exageraciones que, repetidas como una letanía, acabaron dando lugar a mitos y estereotipos sobre los españoles que han llegado hasta nuestros días. Quien escribió aquello de que la mentira tiene patas cortas, no se percató de que algunos charlatanes las tienen muy largas.

Tengo claro que la intención del fraile al denunciar las injusticias de determinados sujetos era noble y en ningún momento pensó en menoscabar la reputación de su patria o su monarca, pero la verdad es que se le fue mano, y las hienas, que permanecían al acecho, olieron la sangre y convirtieron a la Brevísima en un superventas. Allí donde metían el morro los Austrias, se traducía la obra del fraile para que los lugareños conociesen lo que se les venían encima y las miserias de la raza hispana. Bueno, y después de los Austrias, porque en 1898, en lo que fue llamado el Desastre del 98 (perdimos a manos de los yankees Cuba, Puerto Rico y Filipinas), en Nueva York se reeditó la obra bajo el llamativo e esclarecedor título de “Histórica y verdadera narración de la cruel masacre y matanza de los veinte millones de personas en las indias occidentales” -la versión de bolsillo no pudo editarse porque no cabía el título en la portada-. Eso sí, en los Países Bajos quisieron darle un toque personal y, por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, el orfebre y grabador Thierry de Bry se encargó de editar la obra y acompañarla de varios grabados en los que los indígenas son empalados, abiertos en canal y asados a la parrilla, descuartizados y vendidos al peso para consumo de los españoles (era cruzar el charco y convertirte en antropófago) y los niños echados a los perros. Y a pesar de que cualquiera con dos dedos de frente habría puesto en cuarentena todas estas salvajadas, el caso es que esta particular edición tuvo un gran éxito y hubo varias ediciones entre 1590 y 1634, e incluso algunas coloreadas. Publicada inicialmente en latín y alemán, la gran demanda obligó a traducirla a varios idiomas. Vamos, que se vendió muy bien entre todos aquellos dispuestos a creer aquella mentira para convertirla en verdad.

¡Qué razón tenía Göbbels! (si fue el que dijo que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”).

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