Las proclamaciones de independencia en cascada de los virreinatos españoles de América a principios del siglo XIX fueron la consecuencia de un proceso complejo que comenzó el siglo anterior. En ese proceso se incluye el fenómeno de la Ilustración, que tanto influyó en la nueva consideración del ser humano y su naturaleza y derechos; las reformas tributarias en las colonias, que desencadenaron varias revueltas a lo largo del siglo; la independencia de los Estados Unidos de la pérfida Albión, que demostró que era posible la emancipación de la metrópoli; la Revolución francesa y sus postulados de libertad, igualdad y fraternidad y su ejemplo de lucha contra la opresión; y, al fin, la crisis que se vivía en España tras la invasión napoleónica, la Guerra de la Independencia y el vacío de poder creado por la ineptitud y felonía de Carlos IV y Fernando VII. Si añadimos las condiciones de subordinación social de la población indígena y la dependencia comercial y mercantil a favor de la hacienda española, vemos que solo era cuestión de tiempo que la tormenta perfecta se desencadenase. Desde la creación de las primeras Juntas de Gobierno en América hasta la independencia de todo el continente pasaron apenas 16 años, 1809 a 1825. Tras este primer empujón solo permanecieron dependientes los territorios caribeños de Puerto Rico y de Cuba. Hasta aquí la teoría, además una teoría aceptada por la historiografía oficial e incluso por los acérrimos defensores de la leyenda negra y por los que alimentan la furia iconoclasta contra todo lo que huele a “español” al otro lado del charco. Pues siento decir… que la realidad es bien distinta.

Los procesos de independencia no los hicieron los indios, ni se hicieron por la libertad de los indios, los hicieron los burgueses hispanoamericanos, la casta de los criollos, y, además, no actuaron inspirados en los ideales de la Revolución francesa, sino todo lo contrario, trataron de controlar la asonada y evitar que se extendiese la proclama francesa entre los explotados para que no peligrasen sus propios intereses. Hoy en día, estos criollos son los héroes de la independencia de los territorios que conformaban los virreinatos y son venerados por ello.

Se pusieron al frente de las Juntas y proclamaron las Actas de independencia de América para evitar una “revolución”, no para hacerla. Generalmente, las independencias las han hecho los colonizados contra los colonizadores, pero en este caso, al igual que ocurrió con las Trece Colonias británicas en América del Norte, la rebelión no es de los indios, que son los colonizados, sino de los colonizadores europeos contra la metrópoli. Luis Navarro García Catedrático, emérito de Historia de América Universidad de Sevilla, en «La Independencia de Hispanoamérica, un proceso singular«, nos deja algunas perlas de la época atribuidas a la sabiduría popular, como “América la conquistaron los indios y la independizaron los españoles”, “la independencia fue el último día del despotismo y el primero de lo mismo” o “que los tres nuevo poderes imperantes serían infantería, caballería y artillería”, e incluso recuerda las palabras del mismísimo Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios, Simón Bolívar o el Libertador para los amigos, cuando dijo:

Hemos ganado la independencia a costa de todo lo demás.

Además, enfatiza nuestro emérito de cabecera en esta tema, “la independencia no obedeció a ningún proyecto trazado con antelación, ni a una concepción de nación particular. Primero las clases sociales y sus fracciones actuaron en procura de sus propios intereses y luego sus ideólogos fueron acomodando el discurso para justificar sus actos y compactar a la sociedad tras su proyecto particular”.

Antes de continuar, una advertencia de las autoridades sanitarias: seguir leyendo esta historia puedo provocar sarpullidos y generar un estado de ansiedad propio de quien no ve más allá de sus propias narices y da por sentadas y establece como verdades absolutas las cosas tal y como se las han contado o enseñado. Ya decía el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela, y decía bien, que “historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es lo que sucedió”. Si no estás entre la población de riesgo y si, estándolo, asumes las consecuencias y/o efectos secundarios, podemos seguir adelante con este titular: “Fue una guerra entre españoles, pero no una lucha entre peninsulares y criollos”. En América, los “peninsulares”, los españoles nacidos en Europa, sólo eran el 1% de los “blancos”, frente al otro 99 % de “criollos” – españoles nacidos en América- y mestizos. Un conflicto armado entre estos dos grupos habría durado un suspiro. La guerra de independencia hispanoamericana fue una lucha entre dos bandos de españoles, mayoritariamente criollos, en que se escindió la élite blanca colonial, dispuestos a favor o en contra de la unión con España (realistas y revolucionarios, respectivamente), con escasísima participación de fuerzas peninsulares. Tan escasa como que “España envió a América 40.000 soldados entre 1808 y 1820, y después ya no se enviaron más, aunque la lucha, la resistencia a la independencia, siguió hasta 1825. Menos de 4.000 hombres al año, en contingentes reducidos, para cubrir desde el norte de México hasta Chile”.  Y para cerrar el círculo de las evidencias, hay dos ejemplos representativos de rebeliones en el siglo XVIII, encabezas esta vez sí por indios, mestizos y/o nobleza indígena, pero que al no estar organizadas y orquestadas por los criollos se quedaron en agua de borrajas: Michaela Bastidas y Túpac Amaru II, en el virreinato del Perú, y Bartolina Sisa  y Túpac Katari, en el virreinato del Río de la Plata.

Liderazgos fallidos, la progresiva fragmentación de los virreinatos, rebeliones internas y élites depredadoras, dieron como resultado naciones inestables, aisladas, cuando no enfrentadas, presas de prolongadas anarquías y economías subdesarrolladas con una gran desigualdad en la distribución de la renta. Suena duro, pero así fue. Tan sencillo o tan complicado como que la historia no va de buenos y malos.