Vale, ya sé que la misión de la RAE, según su artículo primero, es «velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico», pero como no puedo «culpar» a la evolución del lenguaje, hago responsables de esta injusticia linguística a los miembros de esta institución (y tranquilos, que no les supone ningún problema… espero).


Hace unos meses, una empresa especializada en microcréditos rápidos online lanzó una campaña publicitaria en la que se hacía esta pregunta: “¿Sabes qué tienen en común los Reyes Godos con la .piiiiii (la susodicha empresa)?” Y la voz en off respondía: “Que ambos tienen cero interés”. Y aunque sea injusto, que lo es, es lo que cree la mayoría de la gente, porque lo primero que nos viene a la cabeza cuando se habla de los godos es la famosa lista que muchos tuvieron que memorizar en sus tiempos de estudiantes, y a la que yo mismo demonicé hace unos años con el título de mi primer libro “Nunca me aprendí la lista de los Reyes Godos”. Pero no lo hice para echar más leña al fuego de su mala reputación, sino para desterrar aquella imagen de la historia rancia y caduca que se contaba en los colegios, y cuyo estandarte y emblema era la tediosa lista. Y no queda aquí la cosa, la Real Academia Española (RAE para los amigos) nos brinda algunas lindezas semánticas de estos pueblos germánicos.

Según el Diccionario de la RAE, además de perteneciente o relativo a estos pueblos, define el término “godo” como español peninsular (utilizado en Canarias) y como natural de España en algunos países de Latinoamérica. Eso sí, utilizado de forma despectiva. En Canarias comenzó a usarse godo con sentido despectivo en el siglo XIX, para señalar a los naturales de la Península que se las daban de nobles, a los que los canarios veían como prepotentes. Hacerse el godo era darse importancia. Y en Chile, Colombia y Uruguay, durante el proceso de independencia, también se llamó así a los españoles de forma peyorativa. Igualmente, el adjetivo gótico también se define como perteneciente o relativo a los pueblos godos, pero desde el siglo XVI comenzó a utilizarse para referirse a la arquitectura anterior al Renacimiento, propia de la oscura Edad Media, en contraposición con la perfección y racionalidad del arte clásico. El concepto de gótico fue evolucionando con el tiempo pasando a asociarse con lo morboso y lo siniestro. Y de ahí esa subcultura gótica vinculada a la ropa y el esmalte de uñas negro, el maquillaje tipo geisha, la narrativa siniestra, las películas de terror y la música que te transporta el lado oscuro.

El término bárbaro. En su primera acepción, dice la RAE “perteneciente a los pueblos que desde el siglo V invadieron el Impero romano y se fueron extendiendo por la mayor parte de Europa”, y en posteriores acepciones lo hace sinónimo de fiero, cruel, temerario, inculto, grosero, tosco… y todo lo que queráis añadir. Entonces, ¿cómo se llegó a esta relación? En origen, la palabra “bárbaro” procede del griego y significa “extranjero”, y se utilizaba para designar a cualquier persona de fuera del territorio heleno. A los ciudadanos de otras polis distintas a la propia les llamaban xenos (de ahí viene xenofobia). Aunque cada ciudad de Grecia era un Estado independiente, el hecho de compartir una cultura, una religión y una lengua, les daba una identidad común frente a los pueblos extranjeros, especialmente frente a los persas. Estos mismos persas son, de forma inconsciente, los creadores de la palabra “bárbaro”. La lengua persa se caracterizaba por el uso, casi abusivo, de la letra “–a”, por lo que cuando ellos hablaban ,los griegos entendían “barbar-“. Por lo tanto, “bárbaro” es una onomatopeya de la lengua de los persas. Ya en época romana, el pueblo latino, que en principio fue tenido como “bárbaro” para los helenos, dejó de serlo cuando tomaron y adaptaron la cultura griega. A su vez, ellos usaron este término para los pueblos que fueron conquistando y para los que vivían más allá de sus fronteras. Por eso, los pueblos germanos del norte que entraron en el imperio romano tenían este apelativo. Y si a esto añadimos que no solo entraron, sino que conquistaron el territorio romano de Occidente en un visto y no visto, tenemos la explicación de que el significado de “cruel, violento” fuese ganando terreno en detrimento de “extranjero” hasta que este último significado desapareció.

Y terminaremos con el término vándalo. Volviendo a recurrir a la RAE, tenemos un su primera acepción: “que comete acciones propias de gente salvaje y destructiva”, y en la segunda “de un pueblo bárbaro de origen germánico oriental procedente de Escandinavia”.

Genserico y los vándalos saquean Roma

Para explicar esta relación de los vándalos con el salvajismo y la destrucción nos vamos hasta el 428, año en el que Genserico fue elegido rey de los vándalos. Un año más tarde, organizó una de las mayores operaciones navales de la Antigüedad, embarcando a 80.000 personas –de las cuales sólo 15.000 eran guerreros– en las costas de lo que hoy es Algeciras y trasladándolas a las playas de Ceuta. En muy poco tiempo, ocuparon la provincia romana de Mauritania y, la verdad, es que a los africanos no les resultó complicado aceptar a unos nuevos amos que, por lo menos, ponían orden en un territorio muy inestable. Al que tampoco le costo mucho aceptar aquella nueva situación fue al emperador romano Valentiniano III que, retirado en Rávena y siendo consciente de su posición de debilidad, le concedió a Genserico el título de Rex Vandalorum y reconoció a su pueblo como federado de Roma en África. Pensó que sería suficiente para contentarlos y se centró en los problemas que tenía en su propia casa, que no eran pocos, pero… se equivocó. Genserico siguió apretando las clavijas y asaltó Cartago apoderándose de la flota imperial que permanecía amarrada. Con este golpe, los vándalos se hicieron los dueños del Mediterráneo Occidental, y en poco tiempo se hicieron con Córcega, Cerdeña, Sicilia y las Baleares. Y lo que es peor, supuso el corte de suministro del cereal africano que llegaba a Roma, y a partir del 439 tuvo que comprárselo a los nuevos dueños del Norte de África, los vándalos.

En el 455 fue asesinado Valentiniano III y Genserico se vino arriba: mandó su flota rumbo a Roma. El nuevo emperador, un miserable sin escrúpulos llamado Petronio Máximo, en cuanto se enteró de la inminente llegada de los vándalos huyó cargada de tesoros, pero el pueblo le salió al paso y le dieron lo suyo… lo lincharon. Roma estaba descabezada y abandonada a su suerte, ¿y quién dio un paso al frente? El Papa León I que, en un alarde de soberbia y tratando de repetir el éxito obtenido cuando paró a Atila a las puertas de Roma (aunque realmente tuvieron más peso ciertas cuestiones epidemiológicas y otras crematísticas, como el pago de un cuantioso rescate, que la figura del papa con nombre de poderoso animal). El caso es que salió al encuentro de los vándalos para negociar con Genserico un armisticio que evitase su entrada en Roma. El Sumo Pontífice no pudo evitar lo inevitable. León fracasó en su intento de conminar al rey vándalo y sólo consiguió que el pueblo no fuese violentado en exceso ni que la ciudad y sus basílicas fuesen incendiadas. La ciudad fue saqueada durante dos semanas. El expolio fue tal, que llegaron a desmontar el techo de oro del templo de Júpiter y no dejaron en pie ni una obra de arte (ojo, no las destrozaron como hicieron años atrás los godos de Alarico, sino que se las llevaron a Cartago). Con este descalabro pontificio comenzó la leyenda negra de los vándalos, fomentada desde entonces por la Iglesia y que convirtió a los vándalos en sinónimo de salvaje o desalmado. Supongo que si Atila hubiese saqueado Roma, ahora huno sería sinónimo de salvaje o desalmado. Un sambenito histórico…

¿Otro sambenito histórico? El que culpa de la caída del Imperio romano de Occidente, directamente a las incursiones o migraciones masivas de los pueblos germánicos. Y nos quedamos tan anchos, cuando los bárbaros lo único que hicieron fue rematar la faena. Las instituciones que en el pasado organizaron aquel vasto territorio quedaron vacías de poder, y las victoriosas legiones ya no eran más que un batiburrillo de mercenarios o buscavidas sin orden ni cohesión, y que además se permitían poner y deponer emperadores a su antojo. Emperadores que, por cierto, a cual más nefasto, ya que solo se preocupaban por asegurarse el saneamiento de sus cuentas personales y hacer lo que fuese por seguir ocupando el trono un día más. Lo de ocuparse del pueblo, eso ya era cuestión del pasado. Aquel gigante con pies de barro se vino abajo y los godos recogieron sus restos para tratar de emular su esplendor. Así que, es normal que te difamen si los que escribieron tu historia, porque los godos no eran de escribir mucho, fueron los que perdieron su posición de privilegio.