Continuamos con la segunda parte de esta versión criminal de la lista de los reyes godos con Teudis. Este Teudis no era uno que pasaba por allí, era un tipo que sabía lo que se hacía, porque, además de conseguir cierta reputación dentro del ejército -era una especie de comandante-, hizo buenas migas con la nobleza local casándose con una rica hispanorromana. Consiguió echar los francos de la península y comenzó a hacerle a ojitos a Toledo como la futura capital. Y a pesar de tener todo atado y bien atado, en el 548, tras 17 años de reinado, también iba a ser asesinado En esta ocasión, y sin que sirva de precedente, no hubo una conspiración de una facción rival, fue obra de un ofendido con alguna cuestión personal pendiente que se hizo pasar por un demente para acercarse al rey y matarlo. Lo curioso es que, moribundo en el suelo y todavía con el cuchillo clavado, Teudis le perdonó la vida. Quizás fue su forma de expiar sus pecados por ordenar la muerte de Amalarico o, como mínimo, por no hacer algo para evitarla.


Teudiselo, el general de los ejércitos de Teudis que consiguió echar a los francos, iba a ser el próximo rey. Y, la verdad, apenas le dio tiempo de sentarse en el trono, porque solo duró un año ¿Y quién lo mató? Pues Fuenteovejuna. La versión goda dice que lo mataron los partidarios de Ágila, el futuro rey, pero la versión hispana es más… más nuestra, es más Fuenteovejuna. Parece ser que este Teudiselo era de conquistar a jóvenes hispanorromanas, prometer hasta meter y, una vez metido, olvidar lo prometido. Sus correrías eran conocidas en todo el reino y, estaba claro, que en algún momento le iba a llegar su San Martín. Y no fue un padre enfurecido al conocer la deshonra de su hija, sino un plan urdido por la nobleza local. Organizaron un banquete con las mejores viandas y los mejores vinos para homenajear al rey y, como era gratis, allí que se presentó Teudiselo, dispuesto a disfrutar de los exquisitos manjares de la tierra y, ya puestos, de la hispana que se pusiese a tiro. Cuando el vino ya hacía de las suyas, se cerraron las puertas del comedor, se apagaron las luces -versión velas y antorchas- y los padres de las hijas ultrajadas fueron pasando a darle lo suyo al rey. Se encendieron las luces y, ¡oh, sorpresa!, el rey estaba muerto. Ni el equipo de CSI Las Vegas habría sido capaz de averiguar el número exacto de armas asesinas. ¿Y en qué quedo aquello? Pues en nada, porque, todavía con el cuerpo caliente, los partidarios de Ágila lo eligieron rey y aquí paz y después gloria.

Bueno… paz, lo que se dice paz, en este mundo de godos, la justa, porque apareció un grupo opositor a Ágila, liderado por Atanagildo, y se volvió a liar. Aunque había escaramuzas entre facciones rivales cada cierto tiempo, normalmente las disputas se solían zanjar llevándose por delante al rey de turno y entronando a uno nuevo, pero esta vez fue una guerra civil en todo regla que duró varios años y, por si no fuera suficiente, con un tercero en discordia: los bizantinos de Justiniano, el emperador del Imperio romano de Oriente. Tras derrotar a los ostrogodos en la Península itálica, y en su intento por recuperar la grandeza y los territorios del Imperio romano, Justiniano dirigió sus tropas a la costa levantina de Hispania. Cn una política (digamos) ambigua, aprovechó el río revuelto entre el rey Ágila y el rebelde Atanagildo para aliarse con uno o con otro dependiendo de lo que más le interesase en cada momento y lugar para conseguir su objetivo, que no era otro que establecerse en la Península ibérica y derrotar a los visigodos. Había tal maraña de intereses cruzados que ni los propios godos habrían sido capaces de confesar quién había metido a los bizantinos en aquella guerra doméstica. Lógicamente, aquel revoltijo no iba a tener un final feliz y, como ya habréis intuido, el causante fue un objeto punzante. ¿Y la víctima? El rey Ágila. Y ahora viene lo bueno, fue asesinado en 555 por sus propios seguidores acusándolo de haberse aliado con Justiniano. Proclamaron rey a Atanagildo y ambas facciones unieron sus fuerzas para echar a los bizantinos. Vaya excusa más barata. A ver, primero, los godos nunca han necesitado justificar sus regicidios y, segundo y más importante, fueron los bizantinos los que impidieron la derrota del ejército de Atanagildo en la Bética. Lógicamente, todo esto jugaba a favor de los intereses de Justiniano que consiguió establecerse en el litoral suroriental de la Península, incluidas las islas Baleares, creando la provincia de Spania. Y a pesar de que los visigodos intentaron echarlos una y otra vez, consiguieron fortificarse en las ciudades costeras y aguantaron hasta el año 624.


Obviaremos el reinado del rebelde Atanagildo y de su sucesor Liuva y nos pondremos en pie para dar la bienvenida a nuestro siguiente protagonista: el rey Leovigildo, el más importante de todos los reyes visigodos y cuyo reinado marcó un antes y un después… (y sigue).