En “La casa desolada”, novela que Charles Dickens publicó por entregas entre 1852 y 1853, aparecía por primera vez un detective. Así que, siguiendo su estela, investigaremos la vida y obra de Dickens a través de las mujeres que pasaron por su vida.
En 1836, y tras la boda de Charles Dickens y Catherine Hogarth, se trasladó a vivir con los ellos la hermana de Catherine, Mary. Algo habitual en la época, el hecho de que la hermana soltera acompañase a la recién casada para ayudarle en su nueva vida. La convivencia en armonía vino acompañada de las primeras entregas de «Los apuntes de Boz» y “Los papeles póstumos del club Pickwick”. Eran días de vino y rosas, hasta que… una noche, cuando regresaban del teatro, Mary cayó repentinamente enferma. Nada se pudo hacer por ella y, al día siguiente, moría en los brazos de Dickens a causa, probablemente, de un ataque al corazón. Mientras la mantenía entre sus brazos, le quitó el anillo que Mary llevaba y que, desde aquel día, acompañará a Dickens durante toda su vida. Nunca la vio como su cuñada, para él representaba la inocencia, la bondad, la ternura, un amor casi fraternal que quedará grabado en su epitafio:
Joven, hermosa y buena, a la temprana edad de 17 años ya se cuenta entre los ángeles de Dios.
Aquella dolorosa muerte y su desgraciada juventud marcarán sus próximos trabajos, también por entregas, “Oliver Twist” (1837-1839), “La vida y aventuras de Nicholas Nickleby” (1838-1839) y “La tienda de antigüedades” (1840-1841).
La juventud de Dickens, en su relación con las mujeres, tuvo un sabor agridulce, más agrio que dulce. A su madre Elizabeth, la primera mujer que en teoría a todos nos marca, nunca le perdonó que tras recibir una herencia por el fallecimiento de la abuela paterna, sirviese para pagar las deudas del padre, que lo habían llevado a prisión, pero no para sacar a su hijo de la fábrica donde sufrió de primera mano la explotación infantil. Aquel sentimiento, próximo a la orfandad, se reflejó en el protagonista de “Oliver Twist”.
Cuando comenzaba a tomar las riendas de su vida, ya publicaba crónicas políticas en Morning Chronicle y más tarde en The Mirror of Parlament, sufrió su primer desengaño amoroso por culpa de una sociedad tremendamente clasista. En 1829 conoció a un hermosa joven llamada María Beadnell, con la que mantuvo una relación de cuatro años. Cuando Dickens ya se planteaba algo más, el padre de María, un banquero de Londres, se opuso a que aquella relación entre su hija y «un simple reportero», y tuvieron que separarse. Años más tarde, y ya ambos casados, volvieron a encontrarse y aquella llama que apagaron las diferencias sociales volvió a avivarse, pero María ya no era aquella hermosa joven de la que se había enamorado.
En Catherine Hogarth encontró, más que una esposa, un ama de casa y una madre que le daría 10 hijos. Y en su suegro, el avispado editor George Hogarth, el padrino literario que le permitió ponerle cara y verdad a la sociedad inglesa a través del seudónimo de Boz. Aunque durante sus años de matrimonio vieron la luz “Cuento de Navidad” (1843) -su obra más conocido con el señor Scrooge y el “¡Bah, paparruchas!”- y su gran best seller “David Copperfield” (1849-1850), del que llegarían a vender más de 100.000 copias, su relación pronto se deterioró y sólo se mantuvo por los imperativos de una sociedad estrictamente puritana. Hasta el punto de que, en aras del decoro, prohibía mezclar en una misma estantería los libros escritos por hombres y por mujeres, a no ser que los autores estuviesen casados. Catherine siempre proclamó el amor de Dickens por ella, hasta el punto de que en su lecho de muerte, en 1879, su última voluntad fue que se llevasen las cartas que Dickens le había escrito durante su noviazgo al Museo Británico…
Que todo el mundo sepa que una vez me quiso.
El final de aquel matrimonio tuvo un guión propio de una novela de enredo. Dickens encargó un brazalete de oro y el joyero, pensando que era para su esposa, lo entregó en su casa. Pero aquella joya no era para Catherine, era para Ellen Ternan, una joven actriz que Dickens, metido a empresario teatral, había contratado para la obra “The Frozen Deep”. De nada sirvieron las explicaciones de Dickens justificando que entre ellos no había nada y que era algo habitual en el mundo de la farándula el hacer regalos a las actrices. Dickens y Hogarth se separaron en 1858, después de 22 años de matrimonio, aunque nunca llegaron a divorciarse, algo impensable en aquella época y, además, aquella sociedad victoriana no habría aceptado que su gran autor dejase a su esposa y a sus 10 hijos por una mujer 27 años más joven que él, Según la carta que Dickens le envió a su abogado Frederic Ouvry, se acordó una pensión de 600 libras al año para su esposa y sus hijos.
Muchos quisieron ver en aquella joven de 18 años un recuerdo de su primer desengaño o de su cuñada Mary. Lo cierto, es que esta relación todavía hoy es muy confusa y presa de la especulación. Incluso después de la separación, Dickens trató de mantener en secreto su relación con Nelly, así la llamaba él, pero un accidente ferroviario en 1865 destapó el affaire. Regresando de Francia, se produjo un accidente en Staplehurst en el que murieron diez personas y más de cincuenta resultaron heridas. Seis vagones cayeron al río y un séptimo se quedó suspendido en el aire, el de Dickens y, según parece, Ellen Ternan y su madre. Aunque salió ileso del accidente, desde aquel día sufrió constantes pesadillas y diversos cuadros de ansiedad. Ya llevaba varios años con la idea de volver a los Estados Unidos -su primer viaje lo había hecho en 1842 junto a su esposa- para comprobar, tras la abolición de la esclavitud, los cambios de aquella sociedad esclavista y decepcionante que había reflejado en “Notas de América” -«autoritarios, presuntuosos, vulgares, insensibles y sobre todo codiciosos; los estadounidenses no eran lo suficientemente ingleses«-. En 1867 se produjo el viaje y en una conferencia en New York se comprometió a incluir un apéndice en cada copia de “Notas de América”, reconociendo el cambio de la sociedad americana.
Todavía se cruzaría en su camino otro mujer más, la reina Victoria de Inglaterra. A pesar de ser el estandarte de la sociedad que él tanto había criticado, recibió una invitación para asistir a una audiencia privada con la reina y, por respeto y por aquello de mantener las formas, decidió asistir.
El 9 de junio 1870, y a causa de una apoplejía, fallecía Charles Dickens.
El padre de la novela social supo plasmar como nadie una sociedad tan avanzada como hipócrita. Tras una rápida expansión colonial y significativos cambios a nivel social, económico y tecnológico, que consolidaron a Inglaterra como la primera potencia de su época, se escondía una sociedad clasista, puritana y que explotaba a los niños en trabajos inhumanos, como reflejaría en “David Copperfield”, donde se sirve del pequeño David para contar, en primera persona, la vida desde los ojos de un niño… los suyos propios. Sus críticos, que también los tuvo, utilizaron como argumento recurrente el hecho de que Dickens tuvo una escasa formación. Pero él supo sacarle partido a esa rémora para convertirse en un gran observador de todo lo que le rodeaba sin estereotipos creados y devorar los escasos libros que su padre no empeñó, como el Quijote. Además de los trabajos ya citados cabría añadir, en la década de los cincuenta, “Tiempos difíciles” (sobre el proletariado y la consecuencias de la brutal industrialización) e “Historia de dos ciudades” (Londres y París, en los albores de la Revolución francesa).
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