El éxito del Apolo XI, la misión espacial tripulada de Estados Unidos que logró que un ser humano caminara en la superficie de la Luna, fue el resultado del compromiso de todo un país y de su ambición como sociedad. Pero conviene recordar que en los años sesenta del siglo XX en Estados Unidos estaba muy arraigada y todavía vigente la segregación racial de la minoría afroamericana.
Ya durante la Segunda Guerra Mundial se habían planteado problemas por la segregación racial que impedía que los negros pudieran acceder a trabajos cualificados relacionados con la defensa nacional y a los buenos salarios que eso suponía. El presidente Franklin D. Roosevelt promulgó la Orden Ejecutiva 8802 el 25 de junio de 1941 por la cuál se prohibía la discriminación racial en la industria de defensa, estableciendo la igualdad de oportunidades en la contratación directa por la administración y exigiendo a los contratistas el mismo comportamiento:
…por la presente reafirmo la política de los Estados Unidos de que no habrá discriminación en la contratación de trabajadores en industrias de defensa o del Gobierno por razón de raza, credo, color u origen nacional, y por la presente declaro que es deber de los empleadores y de las organizaciones laborales, en cumplimiento de dicha política y de esta Orden, garantizar la participación plena y equitativa de todos los trabajadores en las industrias de defensa, sin discriminación por motivos de raza, credo, color u origen nacional.
Esta orden permitió que pudieran entrar a trabajar en la NACA (National Advisory Committee for Aeronautics), antecedente de la futura NASA, una serie de mujeres afroamericanas para desarrollar trabajos de cálculo matemático relacionados con la navegación aérea: las llamadas Calculadoras. Y desde sus respectivas responsabilidades contribuyeron decisivamente al éxito de las misiones espaciales.
Dorothy Vaughan se licenció en matemáticas y ejerció como profesora. Entró a trabajar en el Centro de Investigaciones Langley de la NACA en 1943 como parte del grupo de mujeres afroamericanas matemáticas encargadas del procesado de datos y de la realización de cálculos y resolución de ecuaciones. Todas ellas fueron alojadas en la West Area Computing, bajo las leyes de segregación racial vigentes en los Estados Unidos, aisladas del resto del personal con servicios y emplazamientos separados. Dorothy llegó a ocupar el puesto de supervisora del grupo, lo que la convirtió de hecho en la primera mujer afroamericana en lograr un puesto de esa categoría. Cuando en 1958 la NACA se transformó en la NASA se abolieron las instalaciones segregadas y muchas de estas mujeres se integraron en la nueva División de Análisis y Computación. Vauhgan se convirtió en una experta programadora en el lenguaje Fortran, desarrollado por IBM específicamente para el cálculo científico. Supo ver que el futuro de su trabajo pasaba por ser capaz de manejar y programar las máquinas que se empezaban a incorporar y que estaban llamadas a sustituir a las personas como fuerza bruta de la computación.
Mary Jackson también se graduó en matemáticas y también trabajó como profesora hasta que en 1951 entró en la NACA y comenzó su trabajo como Calculadora en Langley bajo la supervisión de Dorothy Vaugan. Dos años después pasó a formar parte del equipo de diseño y desarrollo del Túnel de Presión Supersónica dirigido por Kazimierz Czarnecki, en el que se estudiaba la aerodinámica de aviones y naves y allí realizó numerosos experimentos. Por recomendación del propio Czarnecki cursó los estudios de capacitación que le permitieran el ascenso de matemática a la categoría de ingeniera. Las leyes de segregación racial no se lo pusieron fácil pero Mary finalizó sus cursos y se convirtió en la primera ingeniera afroestadounidense de la NASA en 1958.
Katherine Johnson fue una sobresaliente estudiante de matemáticas y se graduó en esta especialidad con honores a los dieciocho años tras lo que, también ella, se dedicó a la docencia. Hasta que en 1952 oyó hablar de los puestos vacantes del West Area Computing. La familia se trasladó para aprovechar la oportunidad y en 1953 comenzó a trabajar en el centro de Langley analizando datos de pruebas de vuelo y aportando las comprobaciones necesarias para el desarrollo de los diseños de ingeniería. También Katherine pasó a formar parte de la NASA en 1958 y formó parte de los proyectos Mercury y Apollo. No se limitó a realizar comprobaciones, sino que a base de preguntar el porqué de las cosas consiguió formar parte de las reuniones en las que se tomaban las decisiones. Suyos fueron los cálculos de la trayectoria del primer vuelo espacial tripulado norteamericano, el de Alan Shepard: «Decidme cuándo y dónde lo deseáis en la Tierra y os indicaré cuándo debe despegar«. Por petición expresa de John Glenn, por sus manos pasó también la comprobación de los datos de la computadora de vuelo de lo iba a ser el primer primer vuelo orbital norteamericano: «si (ella) dice que son buenos, entonces estoy listo para partir«. Para Katherine Johnson, su mayor aportación fueron los cálculos de la trayectoria del Apolo XI y de la sincronización de los módulos lunar y orbital. También aportó sus conocimientos en la misión de rescate del Apolo XIII después de que tuvieran que abortar su misión tras el famoso problema reportado a Houston.
Christine Darden se añadió al grupo de Calculadoras en 1967 después de haber trabajado como… profesora. Pero ella quería hacer algo más que procesar información, quería crearla. Consciente de sus capacidades, reivindicó ante su supervisor por qué hombres con iguales méritos académicos y laborales que ella conseguían contratos como ingenieros y ella no. Y así fue como alcanzó el puesto de Ingeniera Aeroespacial. Sus investigaciones fueron decisivas en el desarrollo de los modelos de simulación de explosiones sónicas, en las que se convirtió en una autoridad mundial, que tanto habrían de influir en los vuelos supersónicos. Mujeres como Darden ayudaron a demostrar que la pasión impulsa el éxito, independientemente del género o de la raza. Parafraseando a Isaac Newton, suya es la frase: «Pude apoyarme en los hombros de las mujeres que me precedieron; y las mujeres que vinieron después de mí pudieron apoyarse en los míos».
Todas ellas continuaron con sus responsabilidades en la NASA y fue la publicación de la novela Figuras ocultas de Margot Lee Shetterly la que rescató la labor de estas mujeres del general desconocimiento del publico. La reciente adaptación al cine de la obra ha puesto de manifiesto su aportación a la ciencia y su coraje para afrontar las dificultades sociales de la época que les tocó vivir.
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Los ojos y el corazón de la humanidad lo proporciona la ciencia.