Supongo que será una cuestión de probabilidades y de genética, pero si eres mujer, nacida en las Islas británicas y quieres aparecer en los libros de historia o, por lo menos, que tu historia sea conocida, más te vale que seas pelirroja. Como muestra, la reina Boudica, la princesa Mérida de Disney o las piratas Anne Bonny y Grace O’Malley. De Boudica y de Anne Bonny ya hemos hablado, para conocer a Mérida es mejor que veáis la película Brave (Indomable), así que, poneos cómodos, porque os voy a contar la historia de la pirata Grace O’Malley.

Para ambientarnos y ponernos en situación os voy a pedir que penséis en las películas Braveheart y Rob Roy que, aunque son relativas a héroes escoceses y nuestra protagonista es irlandesa, os van a servir para que os podáis hacer una idea de esas sociedades de clanes, del paisaje, del paisanaje y de la opresión inglesa. Pues Grace, nacida en 1530, pertenecía a los O’Malley, uno de los clanes irlandeses más poderosos con flota propia y dedicados al comercio y a alguna que otra actividad no tan legal (algún saqueo que otro). A pesar de recibir la educación propia de una noble -lo que era-, el hecho de nacer y criarse junto al mar despertó el lado más aventurero de Grace que, desde niña, soñaba con navegar en aquellos barcos que recorrían los océanos. Siendo una niña, se ganó el apodo de Mhaol (calva) por un hecho ocurrido cuando su padre estaba preparando un viaje a España. Grace quería acompañar a su padre a toda costa y, para quitarle la idea de la cabeza y no herirla, le dijo que no podía porque su pelo se enredaría en las velas. La niña, ni corta ni perezosa, se lo cortó. Carácter no le faltaba, y no os preocupéis porque desde este momento Grace lucirá una melenaza pelirroja con tirabuzones. Como era de esperar, por su posición, con 15 años la casaron con el hijo del jefe de un clan vecino con el que tuvo dos hijos, Owen y Murrough, y una hija, Margaret. Y a pesar de tener el título de familia numerosa y todo lo que ello conlleva de trabajo y preocupaciones, siempre que podía se embarcaba con su marido en algún viajecito para matar el gusanillo, una compraventa aquí y un saqueo allá. Y así transcurrían los días hasta que su marido fue asesinado por un clan rival en 1560, e incluso llegaron a plantarse a las puertas de su castillo para tomarlo. Pensaron que con una mujer al frente iba a ser cuestión de coser y cantar. ¡Qué equivocados estaban! La calva les dio para el pelo —sorry, pero es que no he podido evitarlo—. Aun así, sabía que estaba en una posición muy complicada y que otros clanes tratarían de aprovechar aquella situación. Así que, cogió a sus hijos y regresó a las tierras de los O’Malley, donde bajo su protección podría empezar de cero con una pequeña flota y las familias leales a su marido que quisieron acompañarla. ¿Y a qué se dedicó? Pues a lo que sabía hacer: comerciar, saquear fortalezas de la costa, asaltar barcos y hacer pagar impuestos a los pescadores ingleses. Lo que viene siendo un emporio comercial con actividades legales, alegales e ilegales, con cuyos beneficios consiguió ampliar enormemente sus posesiones de partida y armar una flota que controlaba el Atlántico Norte, sobre todo cuando también se hizo cargo del clan O’Malley. A lo largo de todo este tiempo, según su biógrafa Anne Chambers, demostró ser una líder intrépida por tierra y por mar, seguidora acérrima del ojo por ojo, pragmática y estratega, rebelde, pirata y matriarca, la mujer que desafió la turbulenta política del siglo XVI…

aprendió sobre mareas, corrientes y los estados de ánimo del mar, para convertirse en una profeta del clima, para saber cuándo zarpar y cuándo quedarse en tierra; conocer la capacidad de los barcos que navegó, sobre lienzo y guindaleza, lastre y ancla, navegar por estrella y brújula; para aprender sobre los peligros de la traicionera costa irlandesa.

Y si hay que casarse con un rico terrateniente que controla algún castillo y posesiones que nos vienen que ni de perlas para los negocios, pues se monta un matrimonio de conveniencia y apañado. Y si hay que demostrar que para ella lo de ser valiente era algo natural, pues se «cuenta» que nada más dar a luz a su cuarto en hijo (primero con Richard Burke, que así se llamaba su segundo marido), porque lo hizo a bordo de uno de sus barcos durante una travesía, fueron asaltados por otros piratas y Grace, a la que acababan de cortar el cordón umbilical, subió a cubierta espada en mano para echar a los asaltantes. De hecho, parece ser que renunció a la baja por maternidad y, claro está, tampoco permitió que el padre se cogiese las semanas correspondientes. Así era ella.

Las cosas comenzaron a complicarse cuando la todopoderosa (y anglicana) Inglaterra se lanzó definitivamente a controlar a la díscola (y católica) Irlanda, y lo hizo socavando la estructura social de los irlandeses basada en los clanes. Para ello, la reina Isabel I puso al frente de esta operación a Sir Richard Bingham, que comenzó a desmantelar la antigua estructura mediante campañas militares, sobornos y provocar enfrentamientos entre señores irlandeses. Lógicamente, una de las afectadas fue Grace a la que, además de complicarle seguir con sus negocios, Bingham puso la primera en su lista de objetivos. A cada palo que le daban a la pelirroja, respondía con otro a los ingleses o a los señores que se habían vendido a la libra esterlina. A pesar de seguir la política impuesta desde Londres, estaba claro que el inglés se sentía muy cómodo con el palo y sin la zanahoria, hasta el punto de excederse, incluso para un inglés de la época. Grace optó por la vía diplomática y envió cartas a la reina para contarle las correrías de su subordinado, y que ella lo único que hacía era defenderse.  Aquello de que lo puenteasen y se dirigiesen directamente a la jefa soliviantó sobremanera al miserable Bingham que optó por tomar el camino de los malos de las pelis: capturar a la esposa y/o los hijos. Y como aquí la esposa era la rebelde, pues capturó a dos de sus hijos. Y volvió a demostrar que esta mujer era la pera limonera, porque envió una nueva misiva a la reina en la que le decía que…

¡¡¡ponía rumbo a Inglaterra para entrevistarse con ella!!!

Y, contra todo pronóstico, la reina accedió a recibirla. A pesar de que iba a interceder por sus hijos, era importante mantener su dignidad. Así que, en el verano de 1593 se presentó ante Isabel I de Inglaterra ataviada como una reina y, por ello, no se postró ante la soberana. Mantuvieron una conversación en latín (el único idioma que tenían en común), de igual a igual, y llegaron a un acuerdo: la reina liberaría a su familia, retiraría al gobernador que le hacía la vida imposible, le devolvería las tierras incautadas y perdonaría todos sus crímenes de rebelión; como contrapartida, la irlandesa dejaría de enfrentarse a los ingleses y mantendría la paz entre los clanes.

Marchó con el certificado de penales limpio, liberaron a los suyos y el gobernador fue destituido… y ella enterró el hacha de guerra. Pero, poco tiempo después, los ingleses volvieron a enviar al gobernador y donde dije digo, digo Diego. Desencantada, Grace dejó a un lado su causa personal y se unió a los irlandeses en el levantamiento contra los ingleses en la llamada Guerra de los Nueve años (1594—1603). Curiosamente, en 1603 fallecían las dos mujeres que protagonizaron aquel momento histórico… de tú a tú.

Hoy, aquella reina irlandesa no coronada es uno de los símbolos de la lucha por la independencia de la isla.

Fuente: Malas y cabronas.