Aunque podríamos empezar este viaje a Turquía en el Paleolítico, en torno al X milenio a.C., cuando se construyó Göbekli Tepe, en el sudeste de Anatolia, considerado el santuario más antiguo del mundo o en el sur de este misma región, concretamente en Çatalhöyuk, cuyos orígenes se remontan al 6500 a.C. y para algunos la primera ciudad del mundo, situaremos el comienzo de la historia «turca» alrededor del 2000 a.C., sin salir de Anatolia, cuando los hititas controlaban esta zona rica en recursos naturales y de relevancia estratégica debido a su ubicación entre Asia y Europa. Los hititas fueron una de las primeras grandes civilizaciones en Anatolia, y su imperio rivalizó con Egipto y Mesopotamia en poder. Con la caída de este imperio y esta civilización, desaparecidos abruptamente por las invasiones de los llamados «pueblos del mar» allá por el 1200 a.C., el epicentro y liderazgo en la región se desplazó hacia las costas del Egeo, donde el intercambio entre sus islas y la Grecia continental era cada vez más fluido. Uno de los reinos más importantes del momento, en el siglo XIII a.C, era Troya, famosa por la guerra narrada en la Ilíada de Homero.

Y en este contexto, entre la realidad y la mitología, también tenemos la antigua Frigia, cuyo reino llegó a extenderse por buena parte del noroeste de Anatolia y que tuvo como uno de sus reyes más famosos a Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba, allá por el siglo VIII a.C. Otros pueblos que pasaron por aquí fueron los lidios, pioneros en la acuñación de monedas con carácter oficial, en el siglo VII a.C, con una aleación de oro y plata. Sin embargo, desde el este de Anatolia llegaba el empuje de otra potencia que pretendía frenar el avance de las colonias griegas. Hablamos de los peras que, para ello, invadieron Anatolia central, sometiendo precisamente a lidios bajo órdenes de famosos emperadores como Ciro, Darío I y Jerjes, quienes establecieron satrapías a lo largo y ancho de Asia Menor. Pero los persas se vieron frenados por los griegos en las batallas médicas y, sobre todo, se vieron obligados a retroceder a raíz de la expansión helénica con Alejandro Magno en el siglo IV a.C, que pese a la brevedad de su gobierno, sembró la semilla de la helenización de Anatolia. Con la división de su imperio y la decadencia de los sucesores de Alejandro en este territorio, en Anatolia se fueron asentando diferentes pueblos y culturas, de lo más variopinto.

En el siglo I a.C., el territorio de Anatolia pasó a formar parte del Imperio Romano. Durante este período, la región floreció en términos de desarrollo urbano, infraestructura y comercio. La importancia de la civilización romana no radica sólo en siglos de dominio directo, sino sobre todo en el legado que quedó tras ellos en forma de imperio Bizantino, desde el año 395. Para entender este cambio, hay que remontarse a la época del emperador Constantino I el Grande (280-337), quien pasó a la historia por designar el cristianismo como la religión oficial del imperio y cuya mayor contribución a la historia de Turquía fue fundar «una nueva Roma», Constantinopla (actual Estambul). Años después, tras la muerte del emperador Teodosio (395), el antiguo imperio Romano se dividió en dos: el de Occidente, en decadencia y con capital en Roma, y el de Oriente, próspero y gobernado desde Constantinopla. Los bárbaros y los problemas internos supusieron la caída del primero, pero en el segundo floreció una nueva civilización de religión cristiana, basada en la cultura romana pero con lengua griega: el imperio Bizantino. Este imperio trató de restaurar la gloria de sus predecesores, se convirtió en un baluarte del cristianismo durante siglos y fue testigo de grandes logros en arte, arquitectura y derecho. Santa Sofía, una de las estructuras más emblemáticas de Estambul, es un ejemplo sobresaliente de la arquitectura bizantina.

Tras Justiniano (siglo VI), el imperio Bizantino entró en una gran crisis territorial y económica, viéndose obligado a replegarse. A partir del siglo VII, el islam comenzó a expandirse por el Medio Oriente y alcanzó Anatolia a través de los selyúcidas, un pueblo turco musulmán que emigró desde Asia Central. Los selyúcidas se establecieron en Anatolia durante el siglo XI, tras la batalla de Manzikert en 1071, donde derrotaron al ejército bizantino, abriendo el camino para la expansión de los turcos en la región. En el XIII, la llegada de otro pueblo invasor agita el tablero de Anatolia: los mongoles de Gengis Khan, que asestan derrotas a los selyúcidas  y precipitan su final. El resultado fue una gran fragmentación del territorio que será el origen del gran imperio que acabaría dominando toda Anatolia en los siglos posteriores: el otomano.

Constantinopla

El Imperio otomano, que duró desde finales del siglo XIII hasta principios del siglo XX, fue fundado por Osman I en 1299. Aquel pequeño emirato turco de Anatolia se expandió enormemente convirtiéndose en uno de los imperios más poderosos de la historia. Los otomanos eran una entidad política multiétnica que absorbió un poco de todas las culturas presentes en la Anatolia de aquel momento, con elementos griegos, islámicos, cristianos y túrquicos. En cualquier caso, era un imperio de religión musulmana, en la que el sultán adoptaba también el cargo de califa. En 1453, bajo el liderazgo de Suleimán el Magnífico y especialmente de Mehmed II, conquistaron Constantinopla, la capital del Imperio bizantino, y la renombraron Estambul, convirtiéndola en su nueva capital. Esto marcó el fin del Imperio bizantino y el comienzo de una nueva era en la historia de la región. Durante su apogeo, el Imperio Otomano se extendió por vastas áreas que incluían partes de Europa, Asia y África, alcanzando una gran diversidad étnica, cultural y religiosa. A partir del siglo XVII, el Imperio comenzó a declinar, enfrentando desafíos internos y externos, como guerras con las potencias europeas, las luchas de independencia de las colonias, y el nacionalismo de las poblaciones sometidas. En la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el Imperio Otomano se alió con las Potencias Centrales, sufriendo una derrota que marcaría el desmoronamiento del imperio y culminaría con la Guerra de Independencia Turca (1919-1923), liderada por Mustafa Kemal Atatürk, quien se convirtió en una figura central en la historia moderna de Turquía. Atatürk y su movimiento nacionalista establecieron la República de Turquía en 1923, implementando una serie de reformas para modernizar el país, incluidas la secularización del Estado, la adopción del alfabeto latino en lugar del árabe, la promoción de la educación laica y el fomento de una identidad turca nacional. Bajo el liderazgo de Atatürk, Turquía se transformó de un estado agrícola en una nación moderna con un sistema educativo y una infraestructura avanzada. Sus reformas sentaron las bases para la Turquía contemporánea, aunque el país continuó enfrentando desafíos políticos y económicos durante el siglo XX.

La Turquía de hoy.

¿Estás pensando visitar Turquía y no sabes por dónde empezar? Tranquilo, hemos elaborado esta guía con las mejores atracciones en Turquía, para que sepas qué lugares no deben faltar en tu itinerario. No es una lista hecha por un algoritmo, sino una selección basada en experiencias reales, las de quienes han viajado, se han enamorado del país y vuelven siempre que pueden.

Estambul, donde Oriente y Occidente se encuentran
Si hay un lugar que define Turquía, ese es Estambul. Aquí puedes empezar tu recorrido sumergiéndote en la historia en la Santa Sofía, sentir la energía espiritual en la Mezquita Azul y perderte entre los puestos del Gran Bazar, uno de los mercados más antiguos y grandes del mundo. Pero no te quedes solo con los clásicos. Cruza el Puente de Gálata al atardecer, sube a la Torre de Gálata para ver la ciudad desde lo alto y date un respiro tomando un té junto al Bósforo.

Capadocia, el paisaje soñado
La Capadocia no se parece a ningún otro lugar del mundo. Sus formaciones rocosas, conocidas como chimeneas de hadas, sus ciudades subterráneas y los valles esculpidos por la naturaleza son pura magia. Nada como ver el amanecer desde un globo aerostático. Sí, suena turístico, pero créeme: flotar sobre este paisaje surrealista es una experiencia que jamás vas a olvidar. Y si prefieres algo diferente, recorre a pie el Valle de Ihlara o explora la ciudad subterránea de Derinkuyu.

Pamukkale, las piscinas de algodón.
Las terrazas blancas de Pamukkale parecen sacadas de un sueño. Estas formaciones de travertino se han creado por la acumulación de minerales de las aguas termales, y sí, puedes caminar sobre ellas y bañarte en las pozas naturales. Además, justo encima tienes las ruinas de Hierápolis, una antigua ciudad grecorromana donde puedes bañarte en la famosa Piscina de Cleopatra.

Éfeso, la joya arqueológica de Turquía.
Éfeso es uno de los yacimientos arqueológicos mejor conservados del Mediterráneo. Caminar por su calle principal, la Calle de los Curetes, y llegar hasta la impresionante Biblioteca de Celso es como viajar en el tiempo. No olvides visitar el Teatro de Éfeso, con capacidad para 25.000 personas, y la cercana Casa de la Virgen María, un lugar de peregrinación muy especial.

Antalya, la perla de la Riviera turca.
Si te apetece mar y relax, Antalya es tu lugar. Playas espectaculares como Konyaaltı y Lara, un casco histórico precioso conocido como Kaleiçi, y un puerto antiguo que invita a pasear sin prisas. Pero también es punto de partida para excursiones a lugares increíbles como las ruinas de Termessos o las cascadas de Düden.

Pérgamo y Troya, historia viva.
Pérgamo, con su teatro construido en la ladera y su acrópolis, es uno de esos sitios que impresionan tanto por su historia como por su ubicación. Y luego está Troya, famosa por la leyenda del caballo, pero también por sus capas de historia que se remontan a miles de años. No esperes un caballo gigante al estilo de Hollywood (aunque hay una réplica), sino un sitio arqueológico cargado de simbolismo.

Bursa, la ciudad verde.
Bursa es menos conocida, pero merece una parada. Fue la primera capital del Imperio otomano y conserva mezquitas impresionantes como la Gran Mezquita (Ulu Camii). Además, su famoso mercado de seda y los baños turcos tradicionales te muestran una Turquía más auténtica y tranquila. Ah, y no te vayas sin probar el iskender kebab, un clásico de la ciudad.

Ankara, la capital moderna.
Ankara es la capital y también el corazón político de Turquía. Pero más allá de los edificios oficiales, merece la pena visitar el Mausoleo de Atatürk, un lugar cargado de significado, y perderse por el barrio de Hamamönü, lleno de casas otomanas restauradas.

Busques historia, naturaleza, cultura o playas, Turquía tiene un rincón perfecto para ti, y si de verdad quieres aprovechar tu viaje al máximo, te recomendamos optar por circuitos Turquía bien organizados, donde puedas combinar varios destinos sin preocuparte por la logística. Así podrás vivir lo mejor de cada región y llevarte recuerdos inolvidables.

 

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