Decía el periodista y escritor Ramón Pérez de Ayala que “cuando la estafa es enorme ya toma un nombre decente”. Apelativo que en el caso de la artimaña realizada por el escocés Gregor MacGregor tomó el nombre de Reino de Poyais, un país ficticio que jamás existió y con el cual logró embaucar a banqueros, empresarios y colonos, una estafa con la cual esta persona se hizo millonaria a costa de la codicia y la ilusión de muchos desaprensivos.

Gregor MacGregor

MacGregor fue un militar de cierto prestigio que durante buena parte de su juventud sirvió en el ejército británico donde alcanzó el grado de general. Cerrada su etapa castrense participó como mercenario en varios movimientos de sublevación contra la Corona española, luchando incluso junto a Simón Bolívar. Quizás cansado de los vaivenes en su vida, quizás queriendo iniciar otra etapa, decidió regresar en 1821 al Reino Unido.

Una vez en Londres, el ex militar extendió el rumor de que había sido nombrado “cacique de Poyais”, un territorio situado en Centroamérica, en el espacio que hoy ocupa Honduras, y que según varias expediciones era inmensamente rico en recursos naturales que debían ser explotados. Sin duda la oferta resultaba tentadora para banqueros y empresarios ávidos de invertir en nuevos mercados, pero lo que no imaginaban es que dicho país fuese una invención que solo existía en la mente del tal MacGregor.

El inicio del engaño

Para entender el engaño en toda su extensión, hay que tener en cuenta en qué contexto histórico se desarrolla. Tras la derrota de las tropas napoleónicas daba comienzo la edad de oro del Imperio británico. Talleres y fábricas textiles se multiplicaban en los grandes núcleos urbanos y las minas de carbón no daban abasto para cubrir la demanda. La rentabilidad ofrecida por los bonos estaba en mínimos históricos, y los inversores querían diversificar sus carteras. Países como Rusia o Dinamarca se consolidaban como destinos preferentes, pero entre estos se colaron aquellos países que nacieron del colapso del Imperio español. Nuevos países como Méjico o Colombia precisaban de financiación, y ofrecían bonos al 6%, así que a nadie le extrañó que un país como Poyais ofreciera una rentabilidad similar. A pesar de que no había ningún registro cartográfico del país, MacGregor puso en circulación anuncios en prensa hablando de la fundación de dicha nación e imprimió libros que hacían referencia al mismo. El engaño se completó con otras formalidades, como la redacción de una constitución, la atribución de un himno, la creación de una bandera e incluso su propia moneda, el dólar de Poyais. Todo ello estaba además respaldado por el prestigio que ese militar había adquirido en sus campañas, y por una labia con la que conseguía embaucar a todos.

Con ello logró una primera inversión de 200.000 libras de la época, el equivalente a 553 millones de libras en la actualidad. El botín hubiese sido suficiente para muchos, pero MacGregor prosiguió con su engaño en vista de la rentabilidad del negocio. No contento con la cantidad defraudada, viajó a su Escocia natal en busca de colonos con los que poblar el imaginario país. No sólo logró nuevas inversiones, sino que hasta 250 personas se ofrecieron a viajar a dicho país con ánimo de fundar puertos comerciales y explotar las supuestas minas de oro y plata, algo por lo que, obviamente, tuvieron que remunerar al autodenominado cacique, y fueron obligados a pagar un peaje y cambiar todos sus ahorros por dólares de Poyais antes de embarcar.

El buque acabó partiendo de Escocia con los colonos y llegó al autodenominado territorio de Poyais en algún momento indeterminado entre 1822 y 1823. Y el desembarco no pudo ser más descorazonador. Uno de los buques encalló, provocando la muerte de parte de los nuevos colonos. Los que sobrevivieron desembarcaron en la costa de los Mosquitos, un cenagal con una vegetación espesísima y donde ni había recursos que explotar ni tierras aptas para el cultivo. Se toparon además con la hostilidad de los nativos que no estaban dispuestos a comerciar ni cederles alimentos. En ese ambiente la malaria y otras enfermedades tropicales no tardaron en aparecer, y hasta dos tercios de los nuevos colonos perecieron en esta aventura. Los rumores acabaron por llegar a Londres, y se tomó la decisión de enviar a la marina para rescatar a los pocos supervivientes que quedaban.

Huida a París

Tras esta estafa, para evitar represalias y escapar de la justicia, MacGregor huyó a París. No contento con la cantidad de dinero que había estafado hasta el momento, intento repetir el engaño repitiendo el mismo sistema, intentando colocar bonos en el mercado francés y buscando colonos que debían de pagarle un peaje para establecerse en su imaginario país. Quizás porque las autoridades galas fueron más diligentes en el control, quizás porque ya habían sido advertidas de la treta, esta vez MacGregor no pudo repetir el engaño en toda su magnitud. Acabó por huir de nuevo a Londres para escapar de la justicia francesa, pero una vez en territorio británico fue detenido y enviado a Edimburgo.

Sus conexiones le valieron para escapar de la acción de la justicia, y mientras sus colaboradores más íntimos fueron condenados a penas de prisión, a él se le atribuyó solamente un delito de “falsas promesas”. Por increíble que parezca, logró de nuevo financiación (y además, del mismo banco que le había prestado dinero en los engaños anteriores) con las que organizó ventas a gran escala de tierras de su país a otros incautos, y para poder continuar con el engaño cambió el nombre de éste por el de ‘Territorio de Mosquitia‘. Operó así hasta 1837, fecha en que ya no lograba engañar a nadie, y terminó por trasladarse a Venezuela. En dicho país fue recibido con honores por sus antiguos compañeros de armas, siendo premiado con los salarios acumulados desde su partida en 1820 y llegó a obtener la nacionalidad venezolana. Pasó sus últimos años dedicados a la cría de gusanos de seda, y acabó falleciendo en 1845 en Caracas, no sin antes dejar su propia biografía para la posteridad.

Gregorio Mac Gregor

Colaboración de Antonio Capilla Vega de El Ibérico