Antes de nada habría que precisar que el único método anticonceptivo seguro al 100% era (y es) la abstinencia, el problema es que es muy difícil de vender, hasta el punto de que es el más impopular. Por el contrario, el más popular de todos en la Antigua Roma, por sencillo y barato, fue el  coitus interruptus (la marcha atrás de toda la vida). El médico griego del siglo II Sorano de Éfeso ya escribió:

En el momento más crítico del coito, cuando el hombre esté próximo a descargar la simiente, la mujer debe contener la respiración y retirarse un poco, de manera que la simiente no sea depositada demasiado profundamente en la cavidad uterina. Entonces, la mujer debe levantarse inmediatamente, acuclillarse, inducirse el estornudo y limpiar la vagina en su alrededor y quizás tomar además algo frío.

En el Génesis, capítulo 38…

Tomó Judá para Er, su primogénito, una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahvé, y Yahvé lo mató. Entonces dijo Judá a Onán: «Entra a la mujer de tu hermano, y tómala como cuñado que eres, para suscitarle prole a tu hermano». Pero Onán, sabiendo que la prole no sería suya, cuando entraba a la mujer de su hermano se derramaba en tierra para no dar prole a su hermano. Era malo a los ojos de Yahvé lo que hacía Onán, y le mató también a él. [Este Onán es el personaje bíblico que originó el término onanismo, sinónimo de masturbación].

Dejando a un lado los métodos naturales, también se hizo hueco en la disciplina de la contracepción el mundo de la magia y de la superchería en forma de amuletos, como el que recomendaba colgarse hígado de pato del pie izquierdo y colocarse en el cuello un saquito de larvas de araña antes de la salida del sol. Incluso el mismísimo Plinio el Viejo recomendaba algo de ese estilo: ingerir apio silvestre o raíces de helecho al tiempo que se colocaba sobre el vientre un saco de piel de cuervo que contuviera dos larvas de tarántula. Eso sí, los fabricantes recomendaban leerse detenidamente los prospectos y seguirlos al pie de la letra para que funcionase; en caso contrario, no se atenderían reclamaciones. La eficacia de estos métodos se podía reforzar (para llegar hasta las probabilidades de cualquier juego de azar) con brebajes tales como agua de cobre  o infusiones de corteza de sauce con miel y pócimas elaboradas con la ruda, el mirto, las semillas de sauce y otras muchas más… siempre disueltas en vino.

Si tales métodos no convencían siempre quedaba el recurso de los métodos barrera (de esos que a lo largo de la historia han llenado la vagina como si fuera una tienda de todo a cien) introduciendo por la vagina hasta el cuello del útero una bola de lana empapada en vino u otra sustancia espermicida (¿?) o, como recomienda nuestro amigo Sorano, sustituir la bola por un emplasto a base de aceite rancio de oliva, miel y resina de cedro. Nuestro médico de cabecera ya advertía de los posibles efectos secundarios de todos estos métodos que podían provocar nauseas, dolores de cabeza, y la destrucción de “todo aquello que esté vivo”.

Y como método estrella de aquel momento y lugar: la píldora del día después, el anticonceptivo de emergencia femenino para prevenir los embarazos no deseados. Y aunque ha sido en el siglo XXI cuando se ha comercializado, mal haríamos en pensar que somos los pioneros.

El silfio era una planta silvestre que sólo crecía en las inmediaciones de la ciudad griega de Cirene, en la zona mediterránea de la actual Libia. Según Plinio el Viejo, la planta era silvestre e imposible de cultivar, con fuertes y abundantes raíces y tallo similar al de la asafétida y de grosor parecido. El nombre latino de la planta era laserpicium, de ella se extraía el laser, que era la resina aromática que exudaba la planta y que tenía propiedades medicinales y culinarias. Pero de entre todos los usos que tuvo el silfio, el que hoy nos ocupa era el de método anticonceptivo, similar a nuestra “píldora del día después“, o como un abortivo por sus propiedades estrogénicas. La sobreexplotación, la pequeña franja costera donde crecía y la imposibilidad de cultivarla llevaron a su extinción en el siglo I.

Un único tallo enviado a Nerón es todo lo que ha sido hallado (en Cirenaica) en la memoria de nuestra generación (…) desde entonces no ha sido importado otro laser que aquel de Persia, Media y Armenia, donde crece en abundancia aunque muy inferior al de Cirenaica y además es adulterado con goma, sacopenio o alubias molidas… (Naturalis Historia – Plinio el Viejo)

Por cierto, lo del método estrella es porque estudios modernos con plantas estrechamente relacionadas con la asafétida muestran una tasa de éxito de casi el 100% de eficacia cuando se administran en el plazo de tres días tras el apareamiento de ratas. Así que, igual…

¿Y que hay de los métodos anticonceptivos masculinos? Pues dejando a un lado los típicos preservativos, que igual se dice que se hacía con tripas que con vejigas y a que a mi personalmente no me acaban de convencer -y digo la veracidad, porque «aparecen» en cualquier época y lugar-, tenemos que preguntarle a Dioscórides, médico y botánico griego del siglo I, quien en “De materia médica” dedica un capítulo, y es el primero en hacerlo, a la anticoncepción masculina. Habla en concreto del eneldo, de cañamones y de corteza de sauce o nenúfar, que bien podían ser consumidas como tisanas (y también ayudaban a acabar con los sueños eróticos) o  versión ungüento untadas directamente sobre el glande como espermicida. No obstante, Dioscórides advertía de que su uso prolongado podría causar esterilidad definitiva.

Por otra parte, no debemos olvidar que, como debía de ocurrir frecuentemente, los métodos anticonceptivos podían fallar y la futura madre debía afrontar un embarazo no deseado.  Ya fuese por ocultar un infidelidad o por la imposibilidad de mantener al niño, por ejemplo, la gestante se podía plantear el aborto. Hecho que suponía, en mayor o menor medida, un riesgo para su vida, ya fuese directamente por la práctica en cuestión o por hacerlo sin autorización del padre  y ser condenada a muerte (el padre tiene el poder exclusivo sobre los hijos). Ya fuese con el consentimiento del pater familias o clandestinamente, los métodos utilizados iban desde la inducción al aborto mediante infusiones o lavativas de hierbas abortivas y la práctica de ejercicios físicos de alta intensidad (cargar pesos, saltos enérgicos…) en los días siguientes al coito (entiendo que para que el espermatozoide no consiguiese unirse al óvulo) hasta la propia cirugía con agujas de bronce, un método al que solo se recurría en casos desesperados porque, en caso de sobrevivir a la hemorragia, era muy posible que la mujer quedara estéril.

Y si a pesar de todo el bebe nacía, no le quedaba más remedio que enfrentarse al veredicto del paterfamilias: sublatus (tomarlo) o expositus (abandonarlo). Si lo recogía del suelo, significaba que lo aceptaba, lo legitimaba y pasaba a gozar de todos los derechos y privilegios como miembro de la familia. Si por el contrario no eran aceptados, la criatura era expuesta, es decir, era abandonada. En tal caso, los recién nacidos o bien morían, o bien eran adoptados por otras familias. En muchos casos, eran recogidos por tratantes de esclavos que los criaban para posteriormente venderlos o, en el caso de niñas, por algún proxeneta que regentaba un lupanar para ponerlas a trabajar en cuanto pudiesen. De hecho, en España el apellido Expósito se asignaba a los hijos de padres desconocidos que habían sido abandonados en las inclusas, hospicios o casas de expósitos. Al no tener estos niños padres conocidos, se les ponían el apellido de Expósito que delataba su condición de niños abandonados y se convertía en un estigma social. A partir de 1921 se modificó la ley para que pudiesen cambiarse el apellido Expósito por cualquier otro y de forma gratuita.