Las licencias artísticas y el retoque de ciertos datos históricos ambiguos o desconocidos para dramatizar, contextualizar o lucir más espectacular son algo habitual en el mundo audiovisual y todos los entendemos, el problema es querer convertir esas licencias en historia, como lo ocurrido en Netflix con su documental de una Cleopatra negra. Así que, aquí os dejo algunas claves para saber qué es real y qué ficción (licencias artísticas) en Gladiator 2, la secuela de Gladiator, que volverá a dirigir Ridley Scott y que se estrena el próximo 15 de noviembre.

Pulgar arriba y pulgar abajo, error de interpretación de un cuadro.

El cuadro en cuestión es el óleo «Pollice Verso» (1872) del extraordinario pintor francés Jean-Léon Gérôme. Antes de nada me gustaría reconocer que es un cuadro espectacular pero del que se hizo una interpretación errónea.

Representa la escena de un anfiteatro en el que un gladiador espera la decisión del emperador: muerte o vida del gladiador caído. El pueblo, sediento de sangre, saca el puño y extiende el dedo pulgar –pollice verso, pulgar girado-. La interpretación que se hizo del cuadro es que este gesto significaba muerte. Esta errónea interpretación ha servido para que en las «películas o series de Roma» el gesto del pulgar hacia abajo signifique «muerte». Incluso Ridley Scott reconoció que tuvo en mente este cuadro cuando dirigió Gladiator…

La realidad es bien distinta: el gesto que significaba muerte era con el pulgar hacia arriba bajo la garganta para degollarlo (Iugula), y el gesto que significa vida era con el pulgar oculto (pollice compresso favor iudicabatur, el perdón se indica con el pulgar comprimido) o con el pulgar hacia abajo representando la espada clavada en la arena. El gladiador caído pedía clemencia (Missum) extendiendo dos dedos (como se representa en el cuadro).

Y dejando a un lado al emperador y los gladiadores, ¿por qué ha llegado hasta nuestros días el pulgar hacia arriba como signo de aprobación? Sería el cristianismo el que le daría la vuelta a la tortilla: el pulgar hacia arriba señalando el cielo indicaba el bien o la salvación y el pulgar hacia abajo, señalando el infierno, mostraba el mal o la muerte.

Los gladiadores no decían «Ave César, los que van a morir te saludan»

También de Jean-Léon Gérôme tenemos «Ave Caesar, morituri te salutant» (1859), cuadro en el que se representa una escena típica de un anfiteatro donde los gladiadores se dirigen al Emperador al grito de «Ave César, los que van a morir te saludan» antes de empezar sus correspondientes combates.

Supongo que, como en la anterior ocasión, el cuadro también ha influido para que la literatura, el cine y la memoria popular hayan creído que «Ave Caesar, morituri te salutant» era un saludo ritual de los gladiadores ante el Emperador. Pues siento decir que los gladiadores nunca, y digo nunca, lo pronunciaron… lo hicieron los naumachiarii (participantes en las naumaquias).

¿Y qué son las naumaquias?

Las naumaquias (del latín naumachia, «batalla naval») serían como una mezcla entre la película Battleship y el juego de mesa “Hundir la flota” pero sin efectos especiales, en tiempo real y a tamaño natural. En el 46 a.C., y tras ser nombrado dictador de Roma, Julio César decidió agasajar al pueblo con un espectáculo nunca visto, la primera naumaquia. La idea de César era poder recrear combates navales, y para ello ordenó cavar un enorme foso circular en el Campo de Marte que comunicaba con el río Tíber mediante un canal. Una vez terminado, se abrió la presa y las aguas del Tíber inundaron el foso a modo de lago artificial. Era tal el tamaño de aquel teatro de representaciones navales que albergó birremes, trirremes en incluso los portaaviones de la época, los cuatrirremes. En esta primera naumaquia participaron unos 2.000 combatientes y más de 4.000 remeros, la inmensa mayoría de los participantes eran “reclutados” de entre los prisioneros de guerra y condenados a muerte.

Naumaquia de Ulpiano Checa

En el año 2, por orden del emperador Augusto, se recreó la batalla naval de Salamina entre griegos y persas en la que tomaron parte 30 naves, trirremes o birremes, guarnecidas con espolones, y un número aún mayor de barcos menores. A bordo de estas flotas combatieron, sin contar los remeros, unos 3.000 hombres. Sería Nerón el que inauguraría otra versión de estos combates, los desarrollados en un anfiteatro construido al efecto. El cenit de este espectáculo llegaría en los años 80 (del siglo I) cuando los emperadores Tito y Domiciano celebraron naumaquias en el Coliseo (originalmente llamado Amphitheatrum Flavium porque su construcción implicó a los emperadores de la dinastía flavia). Por el tamaño del recinto, en estas representaciones había menos actores y las naves apenas podían virar. Así que, los espectadores tenían que conformarse con el abordaje y la lucha cuerpo a cuerpo. Debido a las dificultades de inundar el Coliseo y el elevado coste de construir lagos artificiales o anfiteatros adecuados, las naumaquias fueron cayendo en el olvido.

Y estos naumachiarii eran los que pronunciaban la frase ritual Morituri te salutant que, erróneamente, hemos atribuido a los gladiadores que luchaban en la arena. El historiador Suetonio fue el primero, y único, que hizo referencia a este saludo en su obra Vidas de los doce Césares, cuando los naumachiarii se dirigieron al emperador Claudio en el combate naval que organizó durante el 52 en el lago Fucino. No es de extrañar que pronunciasen esta sentencia de muerte, pues combatientes y remeros eran prisioneros de guerra condenados a muerte. Su destino era ahogarse o morir matando. Así que, siento decir que no existe ninguna referencia de la época en la que los gladiadores lo pronunciasen. De hecho, morían muchos menos gladiadores de lo que pensamos… eran un bien demasiado preciado.

No es necesaria tanta salsa de tomate en estas películas.

La mayoría de los combates en la arena son a primera sangre y sólo en contadas ocasiones, como la de algún acontecimiento especial o celebración, son a muerte. Hay que pensar que los munera gladiatoria (luchas de gladiadores) eran un negocio:  un editor (patrocinador), que organiza y financia los combates para ganarse el favor del pueblo o conseguir los votos para algún puesto en la magistratura, se dirige a los diferentes lanistas (propietarios de las escuelas de entrenamiento) para alquilar a los gladiadores que van a luchar y, lógicamente, paga por ello. Si es a muerte, mucho más, porque un gladiador muerto es un luchador menos que el lanista puede alquilar para otros espectáculos. Así que, para amortizar los gastos de entrenamiento, manutención y otros gastos, interesa que peleen en muchas ocasiones para que sea un negocio rentable.

¿Había algún tipo de juez o árbitro?

Hecho el sorteo de las parejas que iban a luchar entre sí y cruzadas las apuestas, en la arena quedaban los luchadores y los summa rudis, una especie de árbitros que velaban por el cumplimiento de las reglas –fair play-. Estos jueces, normalmente prestigiosos gladiadores retirados, vestían túnicas blancas y llevaban espadas de madera (rudis) o látigos con los que señalaban movimientos ilegales, paraban el combate si algún gladiador era herido o los incitaban a la lucha golpeándolos si no le ponían muchas ganas.

 

No todos los gladiadores eran esclavos, prisioneros o criminales.

Es fácil pensar, por el cine o los libros, que estos gladiadores eran esclavos, prisioneros de guerra o criminales obligados a luchar en la arena, pero la realidad es que también había gladiadores profesionales: los auctorati, hombres libres que luchaban por el dinero y la gloria. Se podría decir que su profesión era la de gladiador. Es más, según las fuentes, daba más prestigio organizar luchas con auctorati, porque eran más competitivos y daban más espectáculo -peleaban por el honor, la gloria y el dinero- que los gladiadores condenados, prisioneros o esclavos, que eran obligados a pelear. Además, estos hombres libres convertidos en gladiadores solían combatir apenas tres o cuatro veces al año.

¿Qué había que hacer para ser auctoratus?
Estos voluntarios se dirigían a una escuela de gladiadores y firmaban un contrato con el lanista, normalmente de cinco años, que podían renovar por períodos del mismo tiempo si ambas partes estaban de acuerdo, a cambio de una paga fija y comisiones por objetivos (victorias). Pronunciaban el juramento «uri, vinciri, verberari, ferroque necari» (ser quemado, atado, golpeado y muerto a hierro)- es decir, que lucharían hasta la muerte y aceptaban su destino fuese cual fuese- y, desde aquel momento, se convertían en gladiadores profesionales. Aunque gozaban de la admiración popular, pronunciar el juramento y convertirse en gladiador conllevaba la pérdida de los derechos políticos (la infamia). El derecho romano reconocía dos tipos de infamia: la infamia facti, por el ejercicio de una actividad infame (como la de gladiador), y la infamia iurs, por sentencia judicial como consecuencia de un fraude o de alguna acción dolosa. De esta forma, el auctoratus adquiría un estatus similar al de actores y prostitutas. La hipócrita sociedad romana marcaba estas profesiones con el estigma de la infamia para diferenciarlos de los «rectos y honestos» ciudadanos, pero luego bien que exigían las luchas de gladiadores, llenaban los teatros y frecuentaban los lupanares.

Pensándolo bien, si no te importaba mucho lo de perder ciertos derechos, era mucho mejor ser auctoratus que legionario: cobrabas mucho más, te exponías mucho menos y podías conseguir la admiración popular. ¿No os parece?

¿Había gladiadoras? Pues sí, pero…

Pues “haberlas, haylas”, eran las gladiatrix, pero fueron algo testimonial. Este tipo de combates nunca estaban presentes en grandes ludi, eran más propios de recintos pequeños y de ciudades de poca importancia.

Realmente, las luchas de gladiadores en sí fueron una degeneración. El origen se remonta a la época de los etruscos cuando se celebraban este tipo de combates entre prisioneros para honrar la muerte de un ser querido. Un ritual funerario que se convirtió en un espectáculo lúdico. Y ya puestos, más tarde se añadieron la lucha entre animales o la de hombres contra animales, cualquier cosa para que no decayese el espectáculo. De hecho, los primeros combates entre mujeres eran privados. Emperadores, senadores y magistrados, organizaban luchas entre mujeres ataviadas como gladiadores para agasajar a sus invitados. Una especie de espectáculo erótico-festivo, que más tarde algún editor decidió trasladar a la arena. Eso sí, siempre se celebraban cuando ya se había puesto el sol.