Desde su inesperada incursión en Rusia hace más de dos semanas, Ucrania ha ganado terreno de forma sostenida y, según afirma, habría capturado a cientos de soldados, mientras Rusia ha evacuado a más de 130.000 personas de comunidades cercanas y ha declarado un nuevo estado de emergencia en una región. Y ahora Moscú ha comenzado a retirar algunas tropas de Ucrania en un esfuerzo por repeler la ofensiva de Kiev en el oeste de Rusia, una prueba de que esta maniobra ha pillado a Putin con el pie cambiado y está obligando a los rusos a cambiar sus planes de batalla. Esta ofensiva ha puesto a Rusia a la defensiva, creando un nuevo frente, aunque pequeño, en una guerra en la que Moscú lleva mucho tiempo teniendo la ventaja. Si Rusia lleva refuerzos en gran número desde otras partes del frente, podría proporcionar cierto alivio a las tropas ucranianas que luchan por repeler los incesantes ataques rusos, en particular en el este de Ucrania. ¿Y dónde está ocurriendo todo esto? Pues en el Kursk, emplazamiento en el que tuvo lugar batalla que marcó el punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial. A partir de este punto, la Alemania de Hitler dejó de tener la iniciativa en el frente del Este para centrarse en la defensa, algo que no cambiarí­a durante el resto de la guerra.

El 22 de junio de 1941 los alemanes ponían en marcha la operación Barbarroja, la conquista rápida de la Unión Soviética antes de la llegada del invierno, al más puro estilo putiniano con su «operación militar especial» en Ucrania. Pese al comienzo demasiado tardí­o de la operación y al haber infravalorado el poder de resistencia de la Unión Soviética, la operación relámpago habí­a ido bien para los alemanes en los primeros meses de lucha gracias a la preparación de su ejército. El factor sorpresa, el apoyo aéreo y la desorganización soviética permitieron un avance de 50 km diarios, pero un inesperado cambio de planes alteró el ritmo de la invasión.

Inicialmente, el plan se diseñó en una ofensiva en tres frentes: al Grupo de Ejércitos Norte se le asignó la conquista de los países bálticos y Leningrado; al Grupo de Ejércitos Centro, el más poderoso en hombres y material​, la toma de Smolensk y, desde allí, dirigirse a Moscú y, por último, al Grupo de Ejércitos Sur se le encomendó hacerse con Kiev y avanzar hacia la región del Cáucaso para tomar el control de los ricos pozos petrolí­feros. Sin embargo, Hitler, contra la opinión del Alto Mando, rompió el orden previsto: detuvo el avance hacia a la capital y reforzó con efectivos del Ejército Central al del Sur, que combatía duramente en Kiev.  A la llegada del invierno, no se habí­a tomado Moscú y tampoco se había llegado a los pozos petrolíferos. Cuando el Ejército Central consiguió reagruparse y llegar hasta las puertas de la capital, estaba exhausto de fuerzas y falto de suministros. El cambio de la estrategia alemana que demoró el avance  y permitió organizar la retirada soviética; el sobreesfuerzo al que fue sometido el ejército alemán y el hecho de que ese año el invierno se adelantase varias semanas y fuese especialmente duro, echaron por tierra la operación Barbarroja.

Tras la reorganización soviética y la expulsión de los alemanes de Moscú, se produjo una relativa estabilización del frente con una leve inclinación de la balanza hacia los de Stalin. Sin embargo, el mariscal Von Manstein consiguió contrarrestar la contraofensiva proveniente de Stalingrado e incluso avanzar en Jarkov durante el mes de marzo de 1943, lo que hizo soñar a Hitler con una gran ofensiva que devolviese a sus tropas la moral perdida y borrase de un plumazo las dudas de sus aliados que comenzaban a considerar retirarse de la guerra. El plan que, en teoría devolvería a los alemanes al partido, consistía en realizar una maniobra envolvente para quebrar la resistencia en los flancos norte y sur del saliente de Kursk, una lengua de tierra que penetraba 160 kilómetros en el territorio ocupado por los alemanes y que abarcaba 250 kilómetros de norte a sur.

La clave de la operación Ciudadela, que así se llamó, eran los carros de combate, y Hitler, en otra de sus «brillantes» ideas, retrasó la ofensiva  hasta julio para esperar la llegada de los nuevos Panzer, una versión más pesada y mejor armada que el anterior modelo. La demora alemana dio a los rusos mucho tiempo para cavar formidables trincheras, plantar miles de minas antitanque, establecer diferentes cinturones defensivos y concentrar sus propias unidades blindadas, los carros soviéticos T-34. Los de Stalin ya jugaban en la misma liga que los alemanes. Los Panzer, que seguían siendo un arma poderosa, superaron los primeros cinturones defensivos, nada imprevisto por los soviéticos que pusieron en marcha los planes de retirada progresiva conforme el plan establecido para debilitar las unidades alemanas. Tras ocho días de intensos combates, el ataque alemán se había debilitado, momento que aprovechó Stalin para lanzar una contraofensiva marcada, eso sí, por la retirada de parte de los carros de combate alemanes trasladados al nuevo frente que los Aliados abrieron en Sicilia. La ofensiva culminó con una victoria estratégica para la Unión Soviética.

La batalla de Kursk, de la que se dice que fue el combate entre carros de combate más grande de la historia, supuso para Alemania, además de la última oportunidad de conquistar el frente oriental, la pérdida de la iniciativa estratégica de la guerra. Mientras, la Unión Soviética, que había sufrido un número de bajas mucho más elevado, demostró disponer de una potente industria con la que cubrir las pérdidas materiales y de una abundante población con la que proveer al ejército de más hombres.