Viajamos al año 135 cuando Simón bar Kojba, el llamado Mesías judío, acaudilló la gran rebelión de los judíos contra el Imperio Romano. El nombre de este enemigo de Roma entró en la historia cuando el Taná Raví Akiva ben Iosef, sabio rabínico y persona influyente del Sanedrín, le concedió el nombre de Bar Kojba (del arameo “Hijo de una Estrella”, en referencia al versículo bíblico Números 24:17, “Descenderá una estrella de Iacob”) De esta manera, Akiva le señaló como el auténtico Mesías que liberaría al pueblo judío de sus opresores.

Pero, ¿por qué el tal Akiva avivó una rebelión en toda regla contra las autoridades romanas? La explicación es sencilla: tras la toma de Jerusalén por las tropas del hijo del emperador Vespasiano, Tito, en el año 70, el delicado equilibrio entre gobierno romano y tradición judía que se había iniciado con Herodes se rompió. La ciudad fue ferozmente saqueada, el Templo incendiado y destruido y muchos de los elementos sagrados del culto judío acabaron exhibidas como botín durante su Triunfo por las calles de Roma. A la humillación religiosa se unieron los miles de muertos y esclavos que originó aquella rebelión. El Sanedrín no volvió a reunirse nunca más en Jerusalén, fue desplazado a Yavne y una legión, la X Fretensis, quedó como custodia de la provincia romana de Judea, con un pretor y no un prefecto como su máxima autoridad. En equivalencia a nuestros días, Roma aplicó en la zona una especie de ley marcial.

Destrucción del Templo de Jerusalén

Destrucción del Templo de Jerusalén

Sesenta años después, el emperador Adriano decidió remodelar de nuevo la vieja ciudad, pero llamándola Aelia Capitolina (Aelia por su nombre, Publio Elio Adriano, Capitolina por el Gran Padre Júpiter). No contento con eso, en su línea de “civilizar” a los primitivos judíos, el emperador promulgó un decreto por el que prohibía expresamente la práctica de la circuncisión, así como el respeto del Sabbat y otras leyes religiosas. Hay que pensar que para un hombre tan “filo helénico” como fue Adriano, la circuncisión no era más que una aberrante mutilación. Nada sabían por entonces los médicos de estadísticas sobre el origen de las infecciones y su estrecha relación con la mortalidad infantil, verdadera razón por la que un prepucio limpio hacía llegar más niños a la madurez. Como último intento de llegar a un pacto, el Raví Akiva encabezó una delegación que se entrevistó con el pretor romano, Turno Rufo, pero éste desoyó la petición de los judíos. La chispa de la sedición estaba prendiendo con fuerza en la siempre díscola Judea…

Según Dión Casio, la revuelta estalló cuando Turno Rufo decidió mover la VI Ferrata a la capital de Judea para asegurarse una tranquila refundación de Jerusalén como Aelia Capitolina. Corría el año 132 cuando Akiva, indignado por la provocación romana, convocó al Sanedrín y a los elegidos para ejecutar la ansiada rebelión. En aquella reunión secreta, el Raví y sus afines decidieron como levantar la provincia entera sin caer en los errores que Simón Bar Giora cometiese en la revuelta del 60. El nuevo Simón, el presunto Mesías, fue el elegido para ejecutar los planes del Sanedrín: alzó con éxito la ciudad y la provincia contra Rufo, aniquilando de paso a la X Ferrata y a la XXII Deiotariana que pretendía auxiliar al pretor desde su base en Egipto. En muy poco tiempo, Simón bar Kojba controlaba toda la Judea romana ejerciendo de caudillo militar apoyado sin condiciones por la facción más dura del sector religioso.

La noticia de la rebelión llegó pronto a Antioquía, donde se encontraba el emperador Adriano. Incapaz de reaccionar con rapidez ante aquella inesperada sedición, necesitó cerca de dos años y medio para movilizar las doce legiones que llegaron desde todo Oriente, incluso desde el Danubio, y ponerlas bajo el mando de un hombre de gran reputación en asuntos militares, Sexto Julio Severo, hasta entonces gobernador de Britania. Mientras tanto, Simón bar Kobja fue proclamado oficialmente “Nasí”, Príncipe de Israel, gobernó como un soberano toda Judea, llegando a acuñar monedas con el lema “Era de la Redención de Israel”. Con la ayuda de su aliado Akiva como líder indiscutible del Sanedrín, quien había reanudado los sacrificios y oficios del judaísmo proscritos por el gobierno de Roma, según pasaban los meses se sentía más fuerte, además de convertirse en un imán para el resto de judíos diseminados por todo el Imperio que volvían a su tierra llamados por la ilusión de su mensaje libertador.

Pero Roma nunca fue un enemigo cómodo, es más, Adriano heredó de su antecesor Trajano la mayor extensión territorial que tuvo el Imperio, por lo que no podía consentir que un sedicioso pueblo sometido desestabilizase la siempre insegura frontera oriental. Severo hizo enseña de su cognomen. Evitando siempre una batalla campal de incierto resultado, en el verano del 135 entraba a sangre y fuego en Jerusalén, con mayor crudeza y brutalidad que en el asalto de las tropas de Tito. El Raví Akiva fue apresado durante la contienda y conducido a Cesárea, base romana desde tiempos de Herodes, donde fue acusado de violar el decreto de Adriano que prohibía expresamente la enseñanza de la Torá. Los carceleros romanos en Oriente nunca se caracterizaron por su indulgencia: Akiva ben Iosef fue torturado con peines de hierro incandescentes que arrancaban la piel a tiras, llamados “uñas de gato”, hasta morir. Es uno de los diez mártires del judaísmo que se sigue venerando hoy en día.

Martirio de Akiva

Tras la caída de Jerusalén, el “Nasí” y sus más fieles huyeron a la fortaleza de Bethar (Beitar) Por órdenes directas de Adriano, Julio Severo les siguió, les rodeó y tomó Bethar al asalto sin ninguna piedad, propiciando la muerte de todos quienes allí resistían. Así lo recoge el Talmud. Además, tuvieron que pasar diecisiete años para que las autoridades romanas permitiesen enterrar los restos apilados de los rebeldes que quedaron allí como banquete para los buitres. Bar Kobja murió en Bethar, defendiendo su credo y país hasta su último aliento. Como tributo a su coraje, el primer presidente del moderno estado de Israel cambió su nombre auténtico, David Grün, por David Ben Gurion en homenaje a uno de los aguerridos generales que acompañaron hasta la muerte a Simón bar Kobja. No todos los judíos secundaron aquella rebelión. Sus detractores, tanto judíos como “filo romanos”, le llamaron Simón bar Koceba (“el hijo de la mentira”), en burla a su mesiánica obstinación.

Según Dión Casio, la revuelta de Simón bar Kojba se saldó con 580.000 judíos muertos, así como el asalto de cincuenta ciudades y 985 aldeas. Como hemos visto, en el otro bando tampoco fueron pocas las bajas. Cuando el emperador envió notificación al Senado de su victoria, excluyó la frase protocolaria “Yo y las legiones estamos bien” en consideración a las defenestradas X y XXII. Además, no hubo triunfo por la gesta de Severo, siendo este el único caso conocido en el que un legado victorioso no reclamase su momento de gloria en las calles de Roma. Para evitar nuevas tentaciones, Adriano ordenó la quema de los libros sagrados de los judíos en la colina del Templo, se prohibió la Torá y el calendario judío. En el solar del Templo se erigieron dos estatuas, una de Júpiter y otra suya. La provincia romana de Judea desapareció, integrándose en Syria Palaestina, nombre inspirado en los filisteos, enemigos seculares del pueblo judío -¡Que ya es tener mala leche!-. Como humillación final, se prohibió a todo judío entrar en Aelia Capitolina.

Así que, en aquel sangriento verano del 135, además de borrar del mapa su territorio, el pueblo judío se vio obligado a iniciar la diáspora.

Con la caída del Imperio romano de Occidente, la región pasaría a formar parte del Imperio romano de Oriente (Bizancio) y desde el siglo VII de los diferentes califatos y sultanatos islámicos (los omeya, los abasidas o los mamelucos), tras los que llegó el Imperio Otomano a dominar la zona cuando derrotaron a los mamelucos egipcios en 1517.

Alentado por el antisemitismo que sufrían los judíos en Europa (como ejemplo, entre 1814 y 1917 más de un millón de rusos judíos emigraron a diferentes países tras sufrir varios pogromos), a comienzos del siglo XX tomó fuerza el movimiento sionista fundado por Theodor Herzl que defendía el reagrupamiento de la población judía dispersa por el mundo, eligiendo Palestina como lugar de asentamiento de sus miembros, ya que había sido la tierra donde se fundó el judaísmo. La región de Palestina, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, considerada sagrada para musulmanes, judíos y católicos, estaba controlado por el Imperio otomano ocupada mayoritariamente por árabes. Pero una fuerte inmigración judía, fomentada por las aspiraciones sionistas, comenzó a establecerse en dicho territorio.

Llegados a este punto, habría que «matizar» que no es lo mismo sionismo que judaísmo. El Sionismo es un movimiento polí­tico judí­o que intenta recuperar Palestina como patria, cuyo fin último consiguió con el establecimiento del Estado de Israel en 1948. El Judaí­smo es la religión basada en la ley de Moisés, que se caracteriza por el monoteí­smo y por la espera de la llegada del Mesí­as. Por tanto, la distinción parece clara, es más, existen facciones del sionismo laico que propugnan la eliminación del judaí­smo, pues lo consideran un lastre que impide la concreción de un Estado laico soberano, sin Dios ni compromiso con la Torá y sus mandamientos.

Tras la derrota y desintegración del Imperio otomano en la Primera Guerra Mundial, Reino Unido recibió un mandato de la Sociedad de Naciones (antecesora de la ONU) para administrar el territorio de Palestina, incumplió las promesas de independencia que se habían hecho a los árabes por levantarse contra los turcos y permitió que los judíos comenzaran a crear instituciones autónomas. Esto provocó un clima de tensión entre nacionalistas árabes y sionistas que desencadenó en enfrentamientos. De hecho, en 1917, todavía sin terminar la guerra, se firmó la llamada Declaración Balfour, en la que el gobierno británico se comprometía a respaldar la creación de un «hogar nacional para el pueblo judío» en la región de Palestina. Se cuenta, se dice…

Durante la Gran Guerra empezaría a usarse de forma masiva un nuevo tipo de pólvora que sería decisiva en la contienda; se trataba de la cordita, que era más potente, más precisa y sin humo. Solo producía una leve niebla gris azulada y permitía a los francotiradores disparar sin descubrir su posición, no ensuciaba los cañones de fusiles y piezas de artillería, y no oscurecía el campo de visión de quien manejaba una ametralladora. Compuesta por una mezcla de algodón explosivo, nitroglicerina, vaselina y como disolvente un 0,8 % de acetona, es la verdadera protagonista de esta historia.

La producción de acetona de la época estaba sostenida por una obsoleta industria química con técnicas de preguerra mediante destilación destructiva de madera, y la necesidad de acetona a escala masiva en la industria militar acaparó la atención del por entonces ministro de Municiones británico, Winston Churchill. Churchill recurrió a Chaim Weizmann, un joven y prometedor químico judío emigrado del Imperio ruso, para que aplicase su técnica de invención propia en la fabricación de acetona basada en la fermentación de maíz por la bacteria anaerobia Clostridium acetobutylicum, familia del patógeno que produce el botulismo.

El proceso funcionó durante unos años hasta que la escasez de grano se sumó a la ofensiva submarina alemana que amenazaba con cortar el suministro de maíz norteamericano. Había que sustituir el maíz por un producto autóctono y el método de Weizmann se aplicó con éxito a las castañas. La recolección de castañas se encomendó a escolares. La recogida fue masiva y los diarios de la época recogen cartas de lectores que hablan de vagones de tren llenos de castañas pudriéndose en las estaciones por los problemas del transporte provocados por la guerra. El asunto incluso llegó a una consulta en la Cámara de los Comunes por la sospecha de que alguien se estuviese enriqueciendo con el trabajo de los niños. Ante la pregunta por el uso de las castañas, el asunto se despachó con un «ciertos propósitos» por parte de Winston Churchill. El emplazamiento de las fábricas era secreto por motivos de seguridad y los escolares enviaban sus paquetes a las oficinas del gobierno en Londres, pero los empleados postales ya sabían que debían ir directamente a las fábricas para su procesamiento. Se había asegurado la producción de cordita y, agradecido, el gobierno concedió a Weizmann acceso directo al secretario de relaciones exteriores británico, Arthur James Balfour. Cuenta la leyenda que Balfour le ofreció, como recompensa por los servicios prestados, lo que él quisiera y Weizmann pidió… un estado judío.

Leyenda o realidad, el caso es que el 2 de noviembre de 1917, Arthur James Balfour, envió una carta a Lionel Walter Rothschild, un líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, para su transmisión a la Federación Sionista. La Declaración Balfour, que así se llamó, es considerada como el primer reconocimiento de una potencia mundial de los derechos del pueblo judío.

Estimado Lord Rothschild:

Tengo el placer de comunicarle, en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía hacia las aspiraciones de los judíos sionistas que ha sido sometida al Gabinete y aprobada por él.

El Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo posible por alcanzar este objetivo, quedando bien entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, ni los derechos y estatus político del que gozan los judíos en cualquier otro país.

Le quedaré agradecido si pudiera poner esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista.

Sinceramente suyo,
Arthur James Balfour.

Con la llegada en Alemania de Adolf Hitler al poder, las migraciones de judíos hacia Palestina se multiplicaron, lo que fue agravando la convivencia con los árabes palestinos, dando lugar a fuertes disputas y revueltas entre ambos. Al igual que los judíos movían los hilos para ganar aliados para su causa, los palestinos también lo hacían. De hecho, el 28 de noviembre de 1941 el ostentoso y vanidoso muftí de Jerusalén Amin al-Husayni era recibido en la Nueva Cancillería del Reich en Berlín por una banda militar y una guardia de honor de 200 soldados alemanes. Aquel día anotó en su diario: «Allí me saludó el jefe de protocolo, que al poco me condujo a la habitación especial del Führer. Hitler me dio una calurosa bienvenida con expresión alegre, ojos expresivos y evidente dicha». El líder palestino se instalaría en Berlín a sueldo de los alemanes que se servirían de él a efectos propagandísticos sobre el mundo musulmán a cambio de vagas promesas frente a sus demandas de independencia árabe y la paralización de la emigración judía a Palestina.

cuando Berlín comenzó a promover una alianza con el mundo musulmán contra sus supuestos enemigos comunes, en particular contra el Imperio Británico, la Unión Soviética y los judíos. En las zonas musulmanas en guerra -el norte de África, Oriente Próximo, Crimea, el Cáucaso y los Balcanes- los alemanes se presentaron como amigos de los musulmanes y defensores de la su fe.

Al mismo tiempo empezaron a reclutar a decenas de miles de musulmanes para la Wehrmacht y las SS

Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, los británicos decidieron dejar en manos de la ONU el problema de convivencia de ambas religiones. En 1947, la ONU decidió que el Mandato Británico de Palestina debía ser dividido en dos estados, uno judío y otro árabe, y Jerusalén pasaría a estar bajo mandato internacional. Esta decisión fue aceptada por los israelíes (a los cuales se les otorgó el 55% del territorio) pero no por los palestinos. Aunque el mandato británico expiraba el día 15 a las cero horas, las autoridades israelíes decidieron adelantarlo unas horas para no hacerlo coincidir con el sabbat, el día sagrado de los judíos, y el 14 de mayo de 1948 David Ben-Gurión, futuro primer ministro, proclamó la independencia de Israel. Por cierto, tras la elecciones del 1 de febrero de 1949, Chaim Weizmann fue elegido el primer presidente de Israel, además de conseguir que el gobierno de Estados Unidos reconociese al recién creado estado.

Al día siguiente de la declaración, una coalición de países árabes (integrada por Egipto, Siria, Transjordania, Líbano e Irak) que no aceptaban la resolución y apoyaban a Palestina, comenzaron una guerra contra los judíos (primera guerra árabe-israelí). Aquel 15 de mayo de 1948 es conocido por los palestinos como la Nakba (catástrofe o tragedia), el inicio del éxodo de más de 700.000 árabes.

La versión israelí de la Nakba, es que los propios líderes árabes pidieron u ordenaron a los palestinos que se marcharan de los territorios controlados por los judíos para la posterior invasión de Israel por parte de la coalición de países árabes (Líbano, Siria, Jordania, Irak y Egipto). La versión palestina es que fue una limpieza étnica.

¿Estamos ante una segunda Nakba?

Y para terminar, un par de comentarios de mi propia cosecha: primero, sabiendo que la respuesta de Israel iba a ser «la que está siendo», Hamás ha demostrado que poco o nada le importan los palestinos y la causa Palestina y, segundo, perpetrar una masacre indiscriminada al grito de ¡Allahu akbar! es manchar de sangre una frase cotidiana del mundo musulmán y hacer un flaco favor a la religión islámica.