Allá por el siglo IV a.C. Roma era una incipiente República, comprimida en el centro de la pení­nsula itálica, cuya única alternativa de crecimiento era absorber en su expansión a todos aquellos pueblos que la rodeaban. Tras imponerse a otros pueblos del Lacio en las llamadas Guerras Latinas, Roma fijó como siguiente objetivo el Samnio, la región montañosa de los Apeninos centrales que suponía un obstáculo para la expansión hacia el sur (la Magna Grecia). En el intervalo entre el 343 y el 290 a.C. hubo tres cruentas guerras (Guerras Samnitas) que propiciaron el completo sometimiento de los samnitas al poderío romano. En esta ocasión, analizaremos la segunda, que fue el origen de la expresión «pasar bajo el yugo» (tragar o aceptar unas condiciones deshonrosas).

Cayo Poncio era el comandante en jefe de los samnita durante la segunda guerra que enfrentó a este pueblo con la República romana. Hijo de Herenio Poncio, Cayo Poncio ocupó el cargo de meddix tuticus, un cargo samnita similar al de  cónsul romano aunque con menor poder real, y reunió un ejército de 8.000 infantes y 900 jinetes para hacer frente a su vecino. La prueba de que era un comandante brillante y un gran estratego fueron la toma de las ciudades de Canusium y de Gnaitha, la victoria sobre un ejército romano que había penetrado en el Samnio, compuesto por 11.000 infantes y 1.200 jinetes y bajo las órdenes del cónsul Cornelio Léntulo, y el hecho de establecer el manípulo (200 hombres) como unidad militar básica -posteriormente sería copiado por los romanos-. No obstante, los samnitas no supieron aprovechar estas victorias, y los romanos siguieron presionando a sus enemigos dentro del propio territorio samnita.

En el 321 a.C. el líder samnita supo por sus agentes que un enorme ejército romano estaba acampado a las afueras de Calatia (a nueve kilómetros de Capua). Lo comandaban los dos cónsules del año, Espurio Postumio Albino y Tito Veturio Calvino, quienes habían movilizado a cerca de cincuenta mil hombres (según la versión de Apiano). Poncio envió al campamento romano algunos de sus soldados disfrazados de pastores para alertar a los cónsules del falso asedio samnita de Lucera (en la Apulia), aliada de Roma, ardid que tuvo efecto, pues los cónsules levantaron su campamento de inmediato y emprendieron camino hacia Apulia adentrándose por el camino más corto… y más peligroso. Sin precauciones previas, el ejército romano penetró en las Horcas Caudinas, un angosto desfiladero entre los montes Tifata y Taburno próximo a la ciudad de Caudium (hoy Montesarchio). Cuando las vanguardias romanas -inquietas por aquel encajonamiento tan largo y demasiado silencioso- descubrieron que la única salida del paso había sido bloqueada con troncos y piedras, era ya demasiado tarde. Según Tito Livio, el cónsul Postumio, consciente entonces de la trampa en la que habían caído, dio órdenes de dar media vuelta, pero no pudo escapar a tiempo pues medio ejército samnita bloqueaba la entrada y el otro medio estaba dispuesto a lo largo del desfiladero para acribillar con sus venablos a los romanos.

Estaban atrapados, sin víveres y sin esperanza de victoria. Poncio le envió un mensajero a su padre pidiéndole consejo. Herenio le recomendó que desarmaran a los romanos y los dejaran marchar. El comandante samnita se quedó atónito con el consejo de su padre, así que insistió y le envió un nuevo mensajero. La nueva respuesta también le sorprendió, pues en su segunda misiva, su padre le recomendó matarlos a todos. Confundido por aquellos planteamientos antagónicos, Herenio fue llamado para que aclara su postura, y la aclaró: el anciano expuso que si liberaban a los romanos tras desarmarlos, podrían lograr el respeto y quizá la amistad de Roma, pero si los ejecutaban a todos, Roma quedaría tan debilitada que no supondría una amenaza para el Samnio en generaciones, cualquier otra decisión sería tibia o deshonrosa y no resolvería el conflicto. Gayo Poncio desoyó los sabios consejos de su padre y optó por una situación intermedia:  liberó a los romanos, pero en unas condiciones humillantes que fueron aceptadas por los cónsules antes de ver morir de hambre a sus hombres en aquel despeñadero de infame recuerdo.

Fue Apiano quien describió esta escena que pasaría a la historia universal: los soldados fueron desarmados y desprovistos de equipo y vestimenta, y vestidos tan solo con la túnica fueron obligados a pasar de uno en uno bajo una lanza en horizontal dispuesta sobre otras dos clavadas en el suelo, soportando las burlas y la humillación de inclinarse ante ella. Esta afrenta de las Horcas Caudinas dio origen a la expresión «pasar bajo el yugo«, que significa aceptar irremediablemente unas condiciones deshonrosas.

Poncio no se contentó con aquella humillación pública. En el ignominioso pacto que los cónsules tuvieron que aceptar entraba la cesión de tres importantes plazas fronterizas de la República, la evacuación romana de Lucera y Apulia, la retirada incondicional de todas las tropas destacadas en el Samnio y una tregua de cinco años. Reteniendo a seiscientos jinetes consigo como rehenes, Poncio envió de vuelta a Roma a Calvino y Albino para que el Senado ratificase el acuerdo. Los panegíricos romanos posteriores ensalzaron el emotivo discurso de los cónsules ante el Senado, poniendo sus vidas y las de los rehenes al servicio de la patria y conminando a la cámara a no aceptar tan ignominiosas condiciones. No fue así; el Senado ratificó el pacto aun siendo deshonroso, los cónsules se quitaron sus togas en señal de duelo y se prohibieron las fiestas y bodas en un año, marcando aquel día como nefasto. El viejo Herenio iba a tener razón: Roma no renovó la tregua en el 316 a. C. y entró en beligerancia de nuevo con los samnitas, sedienta de venganza ante uno de los oprobios más duros de la historia de la República. La ciudad de Lucera cayó aquel mismo año en manos romanas, recuperando a la vez las armas, estandartes y rehenes perdidos cinco años atrás… Gayo Poncio continuó luchando contra el ejército del cónsul Lucio Papirio Cursor como comandante de los samnitas, derrotando de nuevo a los romanos en la batalla de Latulae (cerca de Terracina) en el 315 a. C. Siguió en armas contra Roma hasta el año 295 a. C., en el que se enfrentó a Quinto Fabio Máximo Ruliano en Sentino, batalla que opuso a Ruliano con una confederación de samnitas, galos, etruscos y umbros, y de la que el romano salió victorioso. Se sabe que un Gayo Poncio fue ajusticiado en Roma tras el triunfo de Máximo en el 292 a. C., aunque por las fechas quizá fuese el hijo del autor de la mayor afrenta hecha por un pueblo itálico a Roma: las Horcas Caudinas.

Como curiosidad final, debido al praenomen Pontii, de origen samnita, probablemente Poncio Pilatos, el famoso gobernador de Judea en tiempos de Jesús de Nazaret, fue descendiente de este hombre.

Fuente: Archienemigos de Roma