Los emperadores pensaron que si tenían al pueblo con el estómago lleno y cada cierto tiempo les regalaban unos días de entretenimiento -vía luchas en la arena, carreras en el circo o representaciones en el teatro-, sería suficiente para tener a la plebe contenta y que nadie se cuestionaría sus decisiones de gobierno. Así que, siempre que no se rompiese la cadena de la felicidad (distribuir grano y celebrar espectáculos) todos contentos. Eso sí, de vez en cuando aprobaban leyes de carácter social nacidas de la mera observación de la propia naturaleza que, tal y como están las cosas, deberíamos plantearnos recuperar. Uno de estos ejemplos fue la Lex cionaria (Ley de la cigüeña), mediante la cual los hijos tenían la obligación de cuidar a sus mayores. Esta ley se promulgó tomando ejemplo de las cigüeñas: cuando éstas ya se valen por si mismas, pero son todavía jóvenes, se prodigan en los cuidados de los progenitores viejos o impedidos suministrándoles comida y protegiéndolos. ¡Qué sabia es la naturaleza y qué poco caso le hacemos!

En algún momento, alguien debió pensar: ¿y si además de cuidarlos les pagamos los «servicios prestados»? Y así lo hicieron.

El gran éxito militar de Roma se debió a la gran labor en el campo de la ingeniería, a los pactos, a alguna que otra traición… y, sobre todo, a las legiones. Estructuras militares organizadas, disciplinadas, con gran movilidad (podían recorrer 50 Km/jornada) y maniobrabilidad. Estaban compuestas por ciudadanos romanos que se alistaban voluntariamente -en épocas de guerra el reclutamiento era obligatorio- y, tras pasar cuatro meses de dura instrucción, debían permanecer en activo durante 25 años.  Cuando estos “veteranos” cumplían sus años de servicio se licenciaban (emérito) y recibían una parcela de tierra o una cantidad de dinero equivalente a la paga de doce años en tiempos de Octavio Augusto. En muchas ocasiones se fundaron ciudades para asentar a los jubilados, como Emérita Augusta -hoy Mérida-, que fue fundada por Augusto al licenciar a los veteranos de las legiones V y X tras las guerras cántabras. En otras ocasiones, eran los propios campamentos de las legiones los que formaron núcleos de población estable, como el caso de León que se fundó sobre el campamento de la Legio VII.

Queda claro que el convenio colectivo que firmó el Senado con Sindicatus, el representante sindical de las legiones, fue muy beneficioso… y duradero. Lógicamente, el personaje de Sindicatus es fruto de mi imaginación y de una película que siempre está en mi subconsciente cuando hablo de Roma, La vida de Brian de los geniales Monty Python. Así que, volveré a la realidad histórica para buscar algo parecido a nuestros sindicatos. A caballo entre un sindicato, un colegio profesional o gremio y la mafia local, tenemos los collegia.

Los collegia eran una especie de clubs privados en los que se afiliaban gentes de todos los estratos sociales -incluso esclavos- , con sus propias normas, vinculados a un determinado barrio, profesión o ritual de culto, y cuyo principio fundacional tenía que ver con cuestiones religiosas y sociales. En un principio, estas asociaciones tuvieron un papel relevante en la sociedad porque cubrían las carencias del Estado, beneficiándose los más pobres de las contribuciones de los miembros más ricos, como en los banquetes o sabiendo que serás enterrado dignamente. Supongo que para los más desfavorecidos de la sociedad eso de sentir que formaban parte de algo era muy gratificante… y beneficioso. Además, tenían su pequeña cuota de poder cuando se elegía a los diferentes cargos dentro del collegium. Y como ha ocurrido en demasiadas ocasiones a lo largo de la historia, algo que nace en beneficio de la sociedad, la ambición de los que caminan erguidos se encarga de destruir: algunos miembros utilizaron el poder de los collegia para dar el salto a la política, e incluso terceros, ajenos a los collegia, compraron su apoyo; los agrupados por pertenecer a un gremio quisieron controlar los precios de sus productos; otros collegia, imitando a las mafias, controlaban los barrios e imponían sus propios impuestos; se enfrentaban entre ellos por el control de determinadas zonas… un totum revolutum. Hasta que Octavio Augusto atajó el problema mediante la Lex Iulia de collegiis:

  • Quedan disueltas todas las asociaciones, salvo las de mayor antigüedad y reconocimiento en leyes públicas.
  • Las futuras asociaciones requieren una autorización individualizada del Senado para su constitución