Una familia contrata a Ana Sullivan para educar a Helen, una niña sorda y ciega. Un trauma infantil, un oscuro complejo de culpa por la muerte de su hermano, impulsa a la maestra a redimirse mediante la educación de la niña. La incompetencia y la negligencia de los padres han hecho de Helen una niña mimada, incapaz de someterse a ninguna disciplina, y con la que toda comunicación parece imposible. La adolescente vive aislada en un mundo propio completamente ajeno a los demás. Sin embargo, Ana Sullivan conseguirá, con mucha paciencia y rigor, romper esa
burbuja, ese aislamiento.
Esta es la sinopsis de The miracle worker, en España El milagro de Ana Sullivan, de 1962, una película basada en el libro La historia de mi vida, una autobiografía que Helen Keller escribió en 1903, y por la que tanto Anne Bancroft, interpretando a Ana Sullivan, como Patty Duke, a Helen Keller, fueron premiadas como mejor actriz protagonista y mejor actriz de reparto. Es apenas un detalle, pero si volvéis a leer un momento la sinopsis de la película os daréis cuenta de que Helen era sorda y ciega, y ahora decimos que el guion se basa en un libro escrito por ella cuando tenía 23 años.
Pues esto solo es la punta del iceberg de todo lo que consiguió Helen Keller a lo largo de su vida. Eso sí, gracias a Ana Sullivan, la mujer que la sacó de las tinieblas.
Helen nació en 1880 en una hacienda de Tuscumbia, en el estado sureño de Alabama (EE. UU.), en el seno de una familia venida a menos tras la derrota de los confederados en la guerra de Secesión. Después de sufrir una extraña enfermedad —hoy se cree que pudo ser una meningitis—, con apenas 18 meses quedó sordociega. De repente, se hizo la oscuridad y el silencio, y la pequeña, ante la imposibilidad de comunicarse con nadie, empezó a encerrarse en
su mundo. Además, los padres no ayudaron mucho. Intentando darle lo mejor, la mimaron, le consistieron todo, la malcriaron. Y es lógico entenderlos, porque debieron de pensar que bastante tenía su hija con esa doble discapacidad, pero lo que consiguieron fue convertirla en una pequeña dictadora. Tras años muy complicados para la familia, y sobre todo para la pequeña Helen, el Instituto Perkins para Ciegos en Boston les puso en contacto con Ana
Sullivan, una exalumna que había pasado por el colegio por un problema de visión que tuvo durante su infancia. Estaban destinadas a encontrarse, y se encontraron.
En aquel momento, Ana tenía 21 años y Helen 7, y ya nunca se separaron. Ana se convirtió en su maestra, su instructora, su amiga, su confidente…, la que la sacaría del mundo de las sombras y la devolvería a nuestro mundo. La sacó de su casa y se alojaron en una cabaña cercana de la finca. Necesitaba sacarla del entorno en el que se había criado para que se centrase en ella y en el aprendizaje. Fue duro hacerse con la niña, pero Ana nunca tiró la toalla. Comenzó a comunicarse con ella por medio del deletreo de palabras en su mano, hasta que, tras apenas un mes, Helen se dio cuenta de que los movimientos que Ana hacía en su mano mientras metía la otra bajo el agua simbolizaban la idea de agua. Quiso conocer todo lo que la rodeaba, con una mano sujetaba un objeto y Ana se lo deletreaba en la otra…, y otro, y otro… Helen estaba como loca por aprender. Todo el potencial de Helen, que era mucho, estalló e inició un aprendizaje continuo. Aprendió a leer y escribir en braille y se convirtió en una lectora compulsiva.
Se había producido el milagro de Ana Sullivan, como el título de la película, pero todavía quedaba del milagro de Helen Keller. Y para eso, profesora y alumna debían trasladarse al Instituto Perkins de Boston, donde Helen toma contacto con la realidad de este nuevo mundo que acababa de descubrir: había otros niños como ella y podía comunicarse con ellos gracias al sistema dactilológico táctil. Con la ayuda incondicional de Ana, los especialistas del Perkins, profesores particulares y un entusiasmo desbordante, Helen fue escalando su particular Everest: aprendió a
leer los labios de las personas tocándolas con sus dedos y sintiendo el movimiento y las vibraciones de la boca, la nariz y la garganta, e incluso llegar a hablar al reproducir ella misma esos movimientos y vibraciones —la primera palabra que emitió fue «it»—; cursó la carrera universitaria en el Radcliffe College en el estado de Massachusetts, una de las siete universidades para mujeres que había en Estados Unidos, y se graduó con honores en 1904, convirtiéndose en la primera persona sordociega en obtener un título universitario; un año antes ya había publicado su primer libro autobiográfico… Helen no tenía límites.
También ella se dio cuenta de que era una afortunada de haber podido contar con los medios para desarrollar todo su potencial, y todo gracias a su familia y, sobre todo, a personajes ilustres, como Alexander Graham Bell o Mark Twain, que ayudaron o mediaron para conseguir la financiación necesaria. Sin ese apoyo económico, su vida se habría reducido a su hogar y poco más. Así que mientras está en la universidad comienza a preguntar y a investigar y su conclusión es terrible: el porcentaje de niños discapacitados es muchísimo mayor entre la población más humilde que entre los más potentados. Las limitaciones económicas hacían que muchos niños no se pudiesen tratar y desarrollasen alguna discapacidad que, de haber tenido recursos económicos, se podría haber evitado o, por lo menos, atenuado. Y los casos como el suyo, que eran imposibles de tratar, no tenían acceso a los recursos que el dinero proporcionaba y que ella sí tuvo. Esta injusticia social la hizo acercarse a las agrupaciones socialistas universitarias que luchaban en favor de los oprimidos, ya fuesen los discapacitados, los obreros o las mujeres. De hecho, llegó a afiliarse al partido socialista. También conoció la hipocresía de la sociedad estadounidense: por un lado, todo eran flores y halagos por lo que había conseguido una mujer con su doble discapacidad y, por otro, le llovieron palos por sus ideales. Llegaron a decir que sus discapacidades la limitaban para tener una visión objetiva de la sociedad. Desde su época universitaria, se convirtió en una activista por la paz, por la igualdad de derechos y libertades, siendo partícipe de la creación de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, y, lógicamente, por los derechos de los discapacitados en general y de los ciegos en particular, gestando la creación de la Fundación Americana para los Ciegos. Sus libros, sus conferencias —porque también se atrevió a ello, primero a nivel nacional y más tarde por todo el mundo— y sus entrevistas en diferentes medios se convirtieron en un altavoz para difundir y
hacer llegar sus ideales y sus reivindicaciones. Junto a Ana recorrió Estados Unidos y otros muchos países llevando aquí y allá sus reivindicaciones. Hasta que llegó 1936 y Ana, su compañera de viaje durante 50 años, murió. Una mujer que consagró y dedicó su vida a su amiga Helen. Además de su apoyo incondicional y fundamental durante su educación, cuando Helen destapó el tarro de las esencias siguió necesitándola como guía y como intérprete del lenguaje oral al manual sobre las manos. Era difícil concebir la vida sin ella, hasta el punto de que muchos pensaron que Helen se derrumbaría. De hecho, sus palabras lo hacían presagiar cuando despidió a su amiga:
Sin ella, volveré a ser ciega y sorda.
Hubo otras acompañantes o ayudantes en su vida, como Polly Thompson, pero ninguna se podía comparar con Ana. Aun así, logró reponerse y seguir adelante. Después de todo el camino recorrido, no podía tirar la toalla. Y así lo hizo, siguió con su cruzada y emprendió una gira mundial que la llevó a Japón, de donde se trajo un akita. Desde pequeña había tenido una conexión especial con los animales, sobre todo con los perros de la hacienda familiar, y siempre había querido volver a tener un perro, pero nunca había podido. En Japón le contaron la historia de Hachiko, y quedó impresionada por la fidelidad y lealtad del perro. Así que le regalaron un cachorro de akita. Se lo llevó a Estados Unidos, pero murió a los pocos meses por una enfermedad. Y fue otro palo para Helen. Cuando el Gobierno de Japón se enteró, le mandó otro ejemplar, al que llamó Go-Go, y que la acompañó durante años. De hecho, Helen fue la que introdujo esta raza de perros en Estados Unidos, hasta ese momento desconocidos.
Con la llega de la Segunda Guerra Mundial, Helen enarbola la bandera del activismo por la paz y critica enérgicamente al Gobierno de su país por entrar en guerra, pero también visita asiduamente a los veteranos de guerra heridos cuando regresaban a casa, tratando de que no se hundieran moralmente por sus limitaciones o por las discapacidades provocadas por la guerra y sirviéndoles de ejemplo de superación. Desde que consiguió el título universitario, y hasta el fin de sus días, fue un símbolo de la lucha por los derechos de las personas con discapacidad. Helen murió en 1958, poco antes de cumplir los 87 años. Los últimos años estuvo enferma, pero aún pudo estar presente en el estreno de la película y recibir del presidente Lyndon Johnson la Medalla Presidencial de la Libertad, uno de los reconocimientos civiles más prestigiosos.
Su muerte volvió a reunir a las almas gemelas, porque las cenizas de Helen y de Ana se encuentran en la catedral de Washington. En 1980, en conmemoración a su centenario, el presidente estadounidense Jimmy Carter proclamó por decreto el 27 de junio, día de su natalicio, como el Día de Helen Keller, y en 1999, Keller obtuvo el quinto puesto en una encuesta de Gallup sobre los hombres y mujeres más admirados del mundo del siglo XX.
¿Y qué fue de sus vidas sentimentales?
Nada más graduarse en la universidad, Ana se casó con un amigo de Helen del partido socialista. Incluso se fueron a vivir los tres juntos. Con el tiempo y las muchas ausencias, la relación se fue deteriorando y tras unos años se separaron. Bueno, se separaron en la práctica, que no legalmente. Y respecto a Helen, se dice, se comenta, que algo pudo haber, pero que no llegó a cuajar. Helen debía de tener unos 30 años, más o menos, y entre sus colaboradores o ayudantes había un periodista llamado Peter Fagan. Tenían una relación de amistad, pero durante unas semanas su relación se estrechó. Ana estaba enferma y durante unos días no pudo atender a su amiga y Polly, que ya trabajaba para Helen, estaba de vacaciones. Así que durante ese tiempo fue Peter el que estuvo junto a ella. Y parece ser que se llegó a enamorar de ella e incluso pedirle matrimonio. Y este debió de ser de los pocos momentos en su vida que se dejó llevar por la opinión de su familia y el maldito «¿qué dirán?». A pesar de todos los logros y de tratar de llevar una vida lo más normal posible, para su familia y para la sociedad seguía siendo una persona sordociega, y en aquella época no estaba bien visto que una persona discapacitada se casase. Su familia llegó a decirle que se quería aprovechar de su fama. Era como si el matrimonio pudiese romper esa delicada estatuilla, esa imagen de pureza que transmitía Helen. Así que, tal como llegó, Peter desapareció de su vida.
Y para terminar, su encuentro con Chaplin. Se conocieron en 1918 mientras Chaplin rodaba una película en Hollywood. En las fotografías de aquel encuentro aparece solos charlando animadamente, lógicamente con la mano de Helen en la boca y en la garganta de Chaplin. Después de pasar la tarde juntos conversando y paseando por los estudios, donde seguro que hablaron del lenguaje de signos porque Chaplin había trabajado con sordos buscando mejorar sus propias habilidades de expresión, la invitó a una especie de fiesta que iba a dar en su casa donde cenarían y después verían algunas de sus películas. ¡Ver películas! Primero Helen estuvo tocando todo su vestuario, su bastón e incluso el bigote para que pudiera hacerse una idea de cómo aparecía en pantalla y, durante la proyección, Ana le describía todo lo que aparecía en pantalla con el lenguaje de señas en la palma de la mano. Y aunque resulte difícil, los allí presentes decían que por sus gestos y sus risas no se perdió ni un detalle.
Es tan extraordinario lo que hizo Helen que a veces olvidamos que seguía siendo ciega y sorda.
Hola. Excelente. Desde niña sentí mucha admiración por esta mujer ejemplo de vida y voluntad. Gracias
[…] Helen Keller y Ana Sullivan, dos mujeres extraordinarias destinadas a encontrarse […]