Nada tan común y peligroso como el plomo y sus derivados, y no me refiero a las personas plúmbeas, que las hay. Este metal pesado ya ha sido prohibido en la fabricación de gasolinas, pinturas, munición, juguetes y otros productos, y aún así el envenenamiento por plomo o saturnismo (en la antigüedad, los alquimistas llamaban «saturno» a este compuesto) se sigue produciendo hoy en día como ocurría en el pasado. La doctora Alice Hamilton descubrió a principios del siglo XX que cuando se ingiere o se inhala plomo, el organismo no es capaz de eliminarlo, sino que se acumula en los huesos y en otros tejidos. Incluso las cantidades pequeñas de plomo pueden provocar problemas de salud graves. Los niños menores de 6 años son especialmente vulnerables a la intoxicación por plomo, que puede afectar gravemente el desarrollo físico y mental. En niveles muy altos, la intoxicación por plomo puede ser mortal.
Ser pintor ha sido una profesión de riesgo y no tanto porque al hacer el retrato de un noble o un monarca el retratado, al ver los resultados, se sintiera ofendido sino más bien por los materiales utilizados para tan noble arte. En la obra de Bernardinus Ramazzini, De Morbis Artificum Diatriba (1713), considerada la fundadora de la moderna Higiene Laboral, se dice:
Yo de mí sé decir que cuantos pintores he conocido, a casi todos los he encontrado enfermizos […]. La causa del semblante caquéctico y descolorido de los pintores, así como de los sentimientos melancólicos de los que con tanta frecuencia son víctimas, no habría que buscarla más que en la índole nociva de los colorantes.
El temible cólico saturnino era en aquella época casi sinónimo de «cólico de los pintores«. Tras analizar los datos patobiográficos de algunos geniales pintores se sospechó en varios de ellos una intoxicación por este metal debido a la utilización del blanco de plomo (carbonato básico de plomo), el minio (tetróxido de plomo) o el amarillo de Nápoles (antimoniato de plomo).
Junto con Beethoven, otro sordo célebre de la historia fue Francisco de Goya cuya vida quedará marcada por una enfermedad mal diagnosticada cuando tenía 46 años y que le sobrevino durante un viaje por Andalucía. Tal proceso se manifestó de forma aguda por cólicos abdominales, vértigos, alteraciones visuales, temblores y paresia del brazo derecho. Dichos trastornos le dejó una sordera irreversible tal que «no usando de las cifras de la mano no puedo entender cosa alguna», obligándole a aprender el lenguaje de los sordomudos. La farmacéutica María Teresa Rodríguez Torres demostró la causa de esa enfermedad en su revelador ensayo: Goya, Saturno y el saturnismo (1993).
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