Los críticos de arte encasillaron su estilo como “lírico abstracto impresionista”. Las reacciones ante las obras de Congo iban desde el escepticismo hasta la admiración absoluta. Tal era la expectación por sus cuadros que el mismo Pablo Picasso tenía uno colgado en una pared de su casa en París, e incluso Joan Miró cambió dos de sus bocetos por uno de Congo. El excéntrico Salvador Dalí declaró en una ocasión que Congo era «el verdadero humano, mientras que el pintor abstracto Jackson Pollock era el animal». Congo era un chimpancé.
A mediados del siglo XX el biólogo Julian Huxley había notado que a ciertos gorilas les llamaba la atención el reflejo de sus sombras sobre la pared. De hecho, hizo anotaciones sobre uno en especial que se quedó mirando fijamente su silueta y comenzó a delinearla imaginariamente con los dedos. Cuando Huxley trató de reproducir la experiencia bajo métodos controlados de laboratorio proyectó sombras con una lámpara, pero jamás volvió a captar la atención de los simios. A pesar de la decepción, Huxley propuso que el origen del arte gráfico humano pudo haber comenzado con este tipo de experiencias: trazando las sombras proyectadas por el sol. En el siglo pasado hubo muchos investigadores y científicos que se preguntaron si el arte pictórico era algo adquirido o innato en los seres humanos. Creyeron que la mejor forma de averiguarlo era dándoles papel y pinturas a gorilas en cautiverio. Entre los investigadores interesados en el tema se encontraba el etólogo Desmond Morris, que con sus experimentos comprobó que los gorilas tienen un cierto sentido de la composición, ya que dibujaban círculos y trazaban distintas figuras en el papel. El problema es que sólo lo hacían cuando recibían una recompensa, y pronto dejaron de tener interés en el arte. Los dibujos empeoraron poco a poco y dejaron de mostrar la sincronía de los anteriores.
Fue en 1956 cuando Morris decidió enseñar a dibujar a un chimpancé, pero esta vez sin gratificaciones ni estímulos. Su nombre era Congo y tenía dos años de edad. Los resultados fueron muy interesantes y los recogió en su ensayo «La biología del arte», donde cuenta las experiencias con el simio. Al comienzo, para dibujar o pintar, Congo utilizaba indistintamente ambas manos. Empezó sujetando la herramienta (brocha o pincel) con cuatro dedos, pero con la práctica aprendió a sujetarla entre el dedo pulgar y el índice sin que nadie se lo enseñara. Con este cambio adquirió mayor control sobre sus herramientas y se produjo un avance en la variedad caligráfica de sus dibujos. La capacidad de concentración de Congo variaba. El científico se dio cuenta que cuanto más se concentraba el chimpancé, su movimiento corporal se reducía al del brazo y se inclinaba mucho sobre el papel, produciendo ligeros sonidos guturales mientras trabajaba. Cuando utilizaban pintura, el mismo investigador le mojaba los pinceles con los distintos colores y se los iba pasando. Morris adoptó este método porque a Congo algunas veces le daban sus pataletas y se ponía a mezclar todos los colores.
El científico también utilizó las mismas pruebas que el investigador Paul Schiller había empleado con otro chimpancé diez años antes. Le acercaba a Congo hojas en blanco y otras previamente marcadas con alguna forma geométrica. Al final del estudio se llegó a las siguientes conclusiones:
1.- Congo mostraba simetría en sus composiciones, limitaba el dibujo a la superficie de la hoja y era capaz de reconocer las esquinas.
2.- En las hojas en blanco concentraba el dibujo en el centro y tenía tendencia a pintar líneas radiales, tipo abanico, un tema que repetía con mucha frecuencia.
3.- En hojas previamente marcadas con una sola figura, dibujaba dentro si era grande, sobre ella si tenía un tamaño medio y la ignoraba si era pequeña.
4.- En hojas previamente marcadas con múltiples figuras, rayaba sobre cada una de ellas suavemente y otras veces las juntaba mediante líneas.
5. Desmond Morris cuenta también que una vez le quitó a Congo sus papeles y pinturas cuando estaba dibujando algo similar a un ventilador. Más tarde, cuando se lo devolvió, él retomó su trabajo en el mismo punto en que lo había dejado, mostrando así que tenía un objetivo y que no eran simples manchas.
A la edad de cuatro años, Congo ya había realizado algunos cientos de obras y Morris mostró algunas de ellas en el programa de televisión Zoo Time en la cadena británica ITV. En el año 2005, la casa de arte Bonham esperaba que tres cuadros pintados por Congo en 1957 alcanzaran un valor de 1.300 dólares, al final fueron adjudicados por 26.000 dólares. El comprador de las obras de Congo fue Howard Hong, un californiano que después del remate declaró que habría estado dispuesto a pagar hasta el doble.
Muchas personas me han dicho que hubiese sido más barato comprar un chimpancé y darle papel y pintura. Pero a nivel artístico, cuando vi las pinturas me llamaron la atención. Su estilo es parecido a las primeras obras de Kandinsky. Lo único que lamento, es que Congo no aprendió a firmar sus obras.
Morris decía que Congo era raro porque, mientras otros animales quizá pintaban por accidente, Congo siempre demostró que su obra no fue por accidente o suerte. Parece ser que Congo “sabía” lo que pintaba, que tenía un objetivo.
Y ahora os propongo un reto: ¿Qué obras son de Congo y cuáles de reputados pintores? (la primera es de regalo)
¿Cuántas habéis acertado?
[…] entrada Congo, el pintor admirado por Picasso, Miró y Dalí se publicó primero en Historias de la […]
Ja… el regalo de la primera pintura, más tu narración en el artículo, me ayudaron a tener un 83% en el reto que propusiste. Confieso que la pintura abstracta no es lo mío, pero así y todo me gustaron más las de Congo. Una vez, por cuestiones de trabajo, estuve un mes en París. Fuera de los horarios de oficina me dedicaba a intentar absorber como una esponja todo lo que tenía a mi alcance. Uno de mis museos favoritos fue el de Orsay. Maravilloso. Al salir del recorrido, en la última parte, había un gigantesco cuadro que era un círculo verde en fondo púrpura. Muchas personas estáticas ante ese cuadro despertó mi curiosidad. Lo seguí observando hasta que me acerqué para ver el título. Decía: Círculo verde en fondo púrpura. En fin… el arte no se entiende, se siente. O se siente y se entiende. Pero ante ese cuadro no entendí ni sentí nada. Por el contrario, cuando estuve frente al cuadro de El Último Adiós del Rey Boabdil cuando se despidió de Granada, me provocó una angustia que hasta ahora lo recuerdo, 40 años después.
Saludos desde Uruguay.
Luis
5 de 6 Javier.
Gracias por estos curiosos e interesantes artículo
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