El gin tonic ha salvado más vidas británicas que todos los doctores del Imperio.

Llegó a decir Winston Churchill, aunque, la verdad, es que si todos las frases que se atribuyen a Paulo Coelho y a Winston Churchill las hubiesen pronunciado ellos, no creo que hubiesen tenido tiempo para nada más. La dijese o no, lo que tengo claro es que esa bebida no tenía rodajas de pepino, ni fresas, ni flores, ni anacardos, ni hierbas… ni nada por el estilo. Sería algo tan sencillo, tal y como su propio nombre indica, como mezclar ginebra y tónica, y punto. Dejo como opcionales el hielo y la rodaja de lima o limón, pero nada más. Y volviendo a lo que nos ocupa, esta es la historia del gin tonic.


A mediados del siglo XVII el médico Franciscus Sylvius de la Boe, alemán de nacimiento y holandés de adopción, buscaba un brebaje medicinal para limpiar las impurezas del cuerpo y que aliviase los dolores del estómago y del riñón. Por lo que, sabedor de las propiedades diuréticas del enebro, decidió destilar alcohol de cereales con bayas de enebro, y el resultado fue un brebaje al que llamó “jenever”, ginebra para nosotros. Unos dicen que el nombre viene de una deformación de genévrier (enebro en francés) y otros de su nombre científico, juniperus. Fuese cual fuese el origen de su nombre, el caso es que se hizo tan popular entre los holandeses que, al igual que otros muchos preparados medicinales, dio el salto de la farmacia a la taberna. Como era un producto nuevo, fácil de preparar y gravado con menos impuestos que la cerveza y otros licores habituales, se extendió por toda Europa, entrando en Inglaterra por la puerta grande… y creando un problema. Al ser tan barata, las clases bajas lo consumían como si no hubiese un mañana. La ginebra, gin para los ingleses, les hacía más llevaderas sus miserables vidas, hasta llegar a crear un fenómeno social en el siglo XVIII llamado Gin Craze (locura de la ginebra), caracterizado por las borracheras de gin y asociado al vicio y la decadencia social. Decía el estribillo de una canción de esta época…

Ginebra, maldito demonio, lleno de furia,
Que hace de la raza humana su presa.
Que entra en un trago mortal,
Y lejos vuela nuestra vida.

La monarquía, como si fuese una guerra contra la última droga de diseño que se extiende por las calles, tuvo que tomar cartas en el asunto y emprendió una cruzada contra la ginebra, vía restricciones al consumo. Dejaremos aquí a la ginebra reposar y nos vamos con el otro ingrediente de nuestro cóctel, la tónica.


El empresario alemán Johann Jacob Schweppe -sí, sí, el de la tónica Schweppes– se dedicó a investigar los efectos de la gasificación con dióxido de carbono del agua mineral, y en 1792 lanzó las bebidas carbonatadas a las que se añadía azúcar y diversas frutas. Precisamente en 1858, cuando tras sofocar la rebelión de los cipayos contra la Compañía Británica de las Indias Orientales, que ejercía el poder de facto en la India, y la Corona pasó a gobernar directamente el Raj británico, el emprendedor Erasmus Bond inventó un nueva combinación que sería ideal para los soldados desplazados a la India: el agua tónica, agua carbonata a la que añadió quinina. De esta forma, se hacía más fácil y digerible la quinina necesaria como dosis terapéutica para aliviar la malaria. En 1870 Schweppe haría lo mismo y crearía la “Indian Quinine Tonic”, un refresco medicinal. Aun así, el azúcar del agua carbonatada no podía con la amargura de la quinina. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir, que en algún momento un soldado o un funcionario colonial decidió combinar el agua tónica protectora con un lingotazo de ginebra. Ya se sabía que el alcohol barato era el ingrediente más eficaz para combatir la cobardía, pero aquí demostró que también lo era para mitigar la amargura. El gin tonic se convirtió en el compañero ideal para sobrellevar las largísimas campañas bélicas en las colonias británicas. Es más, cuando los soldados regresaban al Reino Unido y pedían en las tabernas el combinado, los identificaban como los Héroes de Oriente, hecho que fomentó su consumo. Tal fue su éxito, que en el Reino Unido el 19 de octubre se celebra el Día del Gin Tonic. De por qué se celebra ese día… ni idea.


Por cierto, la tónica que se fabrica hoy en día no sirve como remedio para la malaria, ya que tiene una décima parte de la dosis necesaria de quinina. Y, ¡¡¡ojo!!!, tampoco os paséis, que, en dosis excesivas, puede causar un cuadro de intoxicación llamado cinchonismo. ¿Sabéis por qué? La respuesta el miércoles.