El 17 de junio de 1527 partía de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), rumbo a la colonización de la Florida, una expedición encabezada por Pánfilo de Narváez. Tras varios contratiempos (deserciones, tormentas y huracanes, decisiones erróneas…) llegaron a la bahía de Tampa (Golfo de México) en abril de 1528. Después de los primeros contactos con los nativos de la zona, en este caso podemos hablar de relaciones amistosas, Narváez decidió dividir la fuerza en un contingente terrestre y otro marítimo: trescientos hombres por tierra hacia el norte y los tres barcos, con el resto de la expedición, navegarían por la costa siguiéndoles de cerca por si los necesitaban. El contingente terrestre, con Narváez al frente, fue avanzando hacia el interior, haciendo suyo todo lo que encontraba y dejando a sus paso demasiados enemigos (aquí ya quedaba poco de buen rollito)… hasta que entraron en el territorio de los apalaches. Sus andanzas les precedían y éstos no estaban dispuestos a sufrirlas en sus carnes. Las emboscadas, el robo de suministros y el continuo acoso obligaron a Narváez a abandonar la idea de adentrarse más al norte y decidió regresar a la costa para buscar el refugio de sus barcos. Pero ya no estaban.
¿Qué fue del contingente marítimo? Siguiendo las instrucciones de Narváez, habían navegado hacia el norte ignorando que la expedición terrestre había decidido volver al punto de partida. Sin saber nada de ellos y con los suministros ya escaseando, decidieron regresar a la Habana. Se reabastecieron y regresaron para buscar a Narváez y los suyos. Los barcos recorrieron la costa durante un año, pero ni rastro. Fondearon en la bahía de Tampa y desde uno de los barcos se envió un bote a tierra con cuatro marineros para buscar algún indicio de su paradero. Nada más desembarcar, los españoles fueron capturados por lo indígenas que vigilaban a la flotilla. La expedición terrestre de Narváez había dejado muchas deudas pendientes entre los indígenas y cualquier español que se acercase a su territorio las iba a pagar. Fueron llevados ante el cacique Hirrihigua, quien decidió entregar tres de ellos a sus guerreros y reservar a nuestro protagonista, el marinero Juan Ortiz, para un ritual similar al martirio de San Lorenzo: ponerlo sobre una especie de parrilla y quemarlo vivo. Cuando estaba a punto de que le prendiesen fuego, Ulele, la hija del cacique, se abrazó al español y rogó a su padre que le perdonase la vida.
¿Qué daño nos puede hacer un solo hombre? – suplicó la princesa
Hirrihigua, a regañadientes, se compadeció de aquel pobre españolito y accedió a la petición de su hija. Juan Ortiz se convirtió en un esclavo de la tribu, obligado a realizar las tareas más penosas y peligrosas. A pesar de que con su empeño y laboriosidad se ganó el respeto de gran parte de la comunidad, el cacique seguía recelando de aquel blanquito de cara. De hecho, Ulele volvería a salvarle la vida cuando se enteró de que su padre había recuperado la idea de eliminarlo, y preparó un plan de huida para aquella misma noche. Nunca más se volverían a ver. Hasta aquí llega la historia conocida de Ulele, y la de Juan Ortiz continúa en la tribu de otro cacique hasta que consiguió escapar y en 1539, casi doce años después de su captura, se encontró con la expedición de Hernando de Soto. De entre el bosque salió un hombre…
Señores, por amor de Dios y de Santa María no me matéis, que yo soy cristiano como vosotros, y soy natural de Sevilla y me llamo Juan Ortiz.
Desde aquel momento, y hasta su muerte en 1542, cerca del río Misisipi, Juan Ortiz se convirtió en el intérprete que acompañó a Hernando de Soto en la Florida. Llegados a este punto, ¿no os recuerda a la historia del explorador inglés John Smith y Pocahontas? A mi, mucho. Demasiado, diría yo.
En 1995 se estrenaba la película de animación Pocahontas, una producción de la factoría Disney que relataba la historia de un explorador inglés llamado John Smith y una princesa de los indios nativos norteamericanos llamada Matoaka —lo de Pocahontas era un apelativo cariñoso que se puede traducir como “Traviesa”—, una película convenientemente edulcorada por Walt Disney Pictures y basada en las obras autobiográficas de John Smith. La primera referencia a Pocahontas aparece en “A True Relation of Virginia” (1608), pero en ningún momento el explorador habla del pasaje en el que la princesa le salva la vida echándose sobre el explorador y protegiéndolo cuando iba a ser ejecutado por orden de su padre. Este hecho se cita por primera vez en una carta que John Smith envió a Inglaterra en 1616, anticipando el viaje de Pocahontas y su marido John Rolfe, y posteriormente en su obra “The Generall Historie of Virginia” (1624). Entonces, ¿ocurrió algo después de 1608 que hiciese “recordar” a John Smith la parte romántica de su cautiverio? Pues sí. Concretamente la publicación en 1609 de “Virginia Richly Valued, by the Description of the Maine Land of Florida: Her Next Neighbour”. En este libro, cuyo autor fue el escritor e historiador inglés Richard Hakluyt, se narran, entre otras muchas vicisitudes, los descubrimientos de Hernando de Soto en la Florida o la historia del explorador español Juan Ortiz y la india Ulele.
Así que, si a lo buenos vendedores que han sido ingleses a lo largo de la historia añadimos nuestra legendaria bisoñez en estos menesteres, igual John Smith hizo suya aquella historia ocurrida ochenta años antes de su encuentro con Pocahontas.
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Igual era una historia de mierda y quizás lo mejor no sea romantizar el colonialismo ni las relaciones forzadas entre hombres y mujeres.