Lo del mayor ejemplo de filantropía de la historia no es un conejo que me haya sacado de la chistera, sino las palabras de Edward Jenner, el médico que descubrió la vacuna.
«No me imagino que en los anales de la historia haya en el futuro un ejemplo de filantropía tan noble y grande como éste
Y algo por el estilo opinaba el naturalista y explorador alemán Alexander von Humboldt, considerado el padre de la Geografía moderna:
El viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia.
Esta es la historia de aquel viaje. A comienzos del XIX, llegaban noticias de América de una gran epidemia de viruela, y el rey de España Carlos IV ordenó que se elaboraren proyectos para llevar la vacuna al nuevo continente. En cortos espacios de tiempo, el líquido de las pústulas, que contiene el virus, se podía mantener y trasladar entre cristales y sellado con parafina, pero aquí hablamos de un viaje transoceánico de casi dos meses, por lo que había que pensar en un método alternativo que mantuviese “vivo” el virus durante tanto tiempo. Se presentaron varios proyectos y, tras la oportuna deliberación de los pros y los contras, se eligió el del médico Francisco Xavier Balmis, que consistía en trasladar el fluido de brazo a brazo a través de una cadena humana de niños. El día 5 de junio de 1803, Carlos IV firmaba la Orden de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna para llevarla a América y financiada por la Corona. Los objetivos de tamaña empresa eran tres:
- Llevar la vacuna desde España a todos los territorios ultramarinos (no sólo al continente americano).
- Instruir a los médicos locales de las poblaciones visitadas para continuar la vacunación a lo largo del tiempo.
- Crear en los diferentes territorios “Juntas de Vacunación” como centros para conservar, producir y abastecer de vacunas activas para mantener la campaña de forma permanente.
Al frente de esta expedición de enfermeros, practicantes y otros ayudantes, estaban los médicos Francisco Xavier Balmis y su segundo José Salvany. Para llevar a cabo esta titánica empresa necesitaría «reclutar» niños –hay menos posibilidades de haber estado expuestos a la viruela que un adulto-, que estuviesen sanos, con edades entre 6 y 9 años y que no hubieran pasado la viruela “natural” ni hubiesen sido vacunados. Se vacunarían dos niños que a lo largo de una semana, más o menos, desarrollarían las pústulas características de la viruela vacuna, de ellas se extraería el líquido con el virus vivo y se vacunaría a otros dos niños. Y así sucesivamente hasta llegar a su destino. Los niños actuaron como auténticos reservorios, por eso se les llamó los niños vacuníferos. Según los cálculos de Balmis, para cruzar el charco, se iban a necesitar 22 niños. Y como nadie iba a prestar a sus hijos para semejante menester, se pensó en los que estaban bajo la tutela de la Corona: los huérfanos de los hospicios (niños expósito). Habría que puntualizar que, a pesar de ser una expedición filantrópica y por una vez en la historia, el rey se rascó el bolsillo y no puso ni un pero a las peticiones de Balmis, tanto en personal como en material.
El mes de septiembre se traslada todo el operativo hasta La Coruña, desde donde partirá la expedición y donde se reclutarán a los niños vacuníferos. Y aquí aparece nuestra protagonista, Isabel Zendal (*), Rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña. El primer contacto de Balmis con Isabel se produce cuando el médico se dirige al hospicio para reclutar a los niños. Tras la selección de los 22 niños, Isabel le plantea al director de la expedición que ella quiere acompañarlos y desempeñar el papel de figura maternal. Algo que no estaba previsto. De hecho, en la relación de nombres de los miembros de la expedición que el rey aprueba cuando parten de Madrid, no aparece ninguna mujer. Así que, viendo que la relación de los niños con Isabel es casi, como ella plantea, maternal, entiende que será beneficioso contar con su participación y envió una solicitud al monarca, que, lógicamente, aprobó…
Conformándose el Rey con la propuesta del Director de la expedición destinada a propagar en Indias la inoculación de la vacuna, permite S.M. que la Rectora de la Casa de Expósitos de esa ciudad sea incorporada en la misma expedición en clase de Enfermera, con el sueldo y ayuda de costa señalada a los Enfermeros, para que cuide durante la navegación de la asistencia y aseo de los Niños que hayan de embarcarse y cese la repugnancia que se experimenta en algunos Padres de fiar sus hijos al cuidado de aquellos, sin el alivio de una Mujer de providad.
El 30 de noviembre de 1803 partía del puerto de La Coruña la corbeta María Pita con su tripulación, los integrantes del convoy humanitario (Balmis, Salvany y dos cirujanos más, dos practicantes, tres enfermeros, Isabel y los 22 niños), los útiles necesarios y cientos de ejemplares del Tratado histórico y práctico de la vacuna de Moreau de la Sarthe, traducido por Balmis. Llegan a las Islas Canarias en enero de 1804, donde vacunan a la población y establecen un centro de vacunación; a Puerto Rico en febrero y a las costas de la actual Venezuela en marzo. En Caracas se establecerá la primera Junta de Vacuna del continente, desde donde se difundirá, se conservará y se producirá, se enseñará a los facultativos de la zona y se entregarán ejemplares del tratado. Esta Junta de Vacuna sirvió de modelo para las muchas que se instauraron a lo largo de toda la expedición.
En Caracas la expedición se dividió en dos grupos: uno dirigido por Salvany que se partió hacia el sur para llevar la vacuna a los territorios de América del Sur; y otro, bajo la dirección del propio Balmis, que volvió a embarcar para llegar hasta La Habana, regresar al continente y recorrer Guatemala, Costa Rica… hasta México. Siguiendo el modelo de Caracas, se fueron estableciendo Juntas de Vacunación estratégicamente para cubrir el mayor territorio posible. Hecho el trabajo al otro lado del charco, en febrero de 1805 la expedición de Balmis embarcó en el puerto de Acapulco con dirección a Filipinas. Y aquí, nuevamente, hubo que tirar de niños vacuníferos para atravesar el Pacífico y llegar hasta Manila. En esta ocasión fueron 26 niños mexicanos. En abril de 1805 llegan a Manila, donde se estableció otra Junta de Vacunación como centro de difusión para las Islas Filipinas. Conocedor de que la vacuna no había llegado a China, Balmis solicitó y le fue concedido el permiso para desembarcar en Macao, bajo soberanía portuguesa, desde donde se adentró en territorio chino. Casi tres años después, el 7 de septiembre de 1806, Balmis llegaba a Madrid, donde fue recibido por Carlos IV.
La expedición de Salvany fue más larga en el tiempo y más penosa. Recorrido Cartagena de Indias, Santa Fe de Bogotá, Quito, Lima y La Paz. En 1810 falleció Salvany y Manuel Julián Grajales, uno de los cirujanos, se pudo al frente y continuó hasta Santiago de Chile y las islas Chiloé, para completar toda Sudamérica con la llegada a la Patagonia… en ¡¡¡1812!!!
Con todos estos datos creo que no es muy descabellado decir que es la campaña sanitaria más importante de toda la historia: por la dimensión geográfica que abarcó (una vuelta al mundo y recorrer el continente americano), por el tiempo que duró, por las dificultades organizativas de una empresa de ese calado (financiación, viajes transoceánicos, con sus tormentas y los correspondientes asaltos de piratas; por la escasa o nula colaboración por parte de las autoridades locales en algunos lugares o por la gestión de los “reservorios” -los 26 niños mexicanos o los tres esclavos que tuvieron que comprar para el trayecto de Caracas a la Habana-), y, sobre todo, por la vacunación masiva, independientemente de la condición social de cada uno, que salvó millones de vidas y, además, con la creación de las Juntas de Vacunación, que constituyeron la primitiva red de salud pública de todos estos países.
¿Y cuál fue el papel de Isabel? Pues al cuidado de los niños. Y cuando digo cuidado de los niños me refiero al más amplio sentido de la palabra, porque además de seguir haciendo por ellos lo mismo que si siguiesen en La Coruña, había que añadir los contratiempos correspondientes de una larga travesía por mar (mareos y vómitos de los niños) o del calor asfixiante del trópico, sin olvidar las labores propias de la misión: estar pendiente de que no se mezclasen los niños inoculados con el resto, de que no se rascasen las pústulas o de su limpieza y aseo, fundamentales para no romper la cadena vírica. Sin ser enfermera, actuó como una verdadera profesional, y sin olvidar las muestras de cariño, algo indispensable para aquellos involuntarios protagonistas. Balmis, no muy dado a regalar piropos, escribió…
La pobre Rectora, que con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades.
Isabel acompañó a Balmis hasta Filipinas, pero no volvió a España con él… ni sin él. Regresó a México y se estableció con su hijo Benito, uno de los niños vacuníferos de La Coruña, en Puebla de los Ángeles, donde su historia se pierde. No he nombrado hasta ahora a su hijo porque no está claro que lo fuese, y de serlo hay dos versiones: una que fue adoptado y otra que lo había tenido en su matrimonio con su marido fallecido.
(*) Sobre el primer apellido de Isabel hay varias versiones, incluso en los escritos del propio Balmis se cita con diferentes patronímicos. (Zendal, Cendales, Sendales, Cendal, Cendala, Sandalla…)
También recordar que por aquella época, 1810, Sudamérica, y particularmente La Gran Colombia, se hallaba en pleno proceso de independencia. Y los españoles no sólo no eran bienvenidos, sino que sus cabezas tenían precio. Esto debió tener algún impacto en la expedición de la Curistoria de hoy, que desconocía por completo. ¡Gracias!
[…] Me gustó este enfoque de la historia. […]
Que historia tan bonita.
Esto sigue sin facilitar que mi hijo y yo nos desenganchemos de aquí.
¡Gracias!
Y eso me alegra. Gracias