Se dice que el popular dramaturgo Guy de Maupassant solía desayunar en un restaurante de la Torre Eiffel. No por las vistas de las que podía disfrutar desde ahí o por el gusto de hacerlo en un marco incomparable, sino por ser este el único rincón de París donde podía evitar ver lo que él calificaba como una “monstruosidad”. Y del mismo modo se hizo famoso un Manifiesto firmado por varios intelectuales como el escritor Alejandro Dumas o el poeta Paul Verlaine en el cual se oponían, bajo todo tipo de argumentos, a la construcción de la que hoy por hoy es seña de identidad de la capital francesa. Sea como sea, el ciudadano medio se encontraba en las antípodas de esa élite intelectual gala, y esto queda demostrado en el hecho que la Torre Eiffel tuvo una gran acogida entre parisinos y turistas que acudieron en masa a ver esta construcción. Un éxito que reportó pingües beneficios a su creador y que hizo que otras personas quisieran crear un monumento similar en otras ciudades como Madrid y Londres, tal y como se le ocurrió a Sir Edward Watkin.

La Torre Eiffel se completó en París en 1889 con motivo de la Exposición Universal, y con sus 300 metros de altura constituyó la estructura artificial más alta de su momento. Tal y como suele ocurrir con construcciones de este tipo, los costes finales fueron superiores a los proyectados, y el propio Gustave Eiffel tuvo que poner dinero de su bolsillo para para completar su edificación, una inversión que recuperó con creces en los meses posteriores tras reservarse los derechos de explotación. Esto llamó la atención de Sir Edward Watkin, parlamentario británico y presidente de diversas empresas de ferrocarriles, amén de empresario de éxito.

La idea de Watkin era de la construir una estructura similar a la Torre Eiffel en Londres, haciendo de la misma el nuevo emblema de la ciudad al tiempo que desarrollaba un nuevo formato de urbanismo. El parlamentario pensó en usar los terrenos del área de Wembley, ubicados a poca distancia del centro de la ciudad, que además estarían comunicados por la misma red de trenes que él se encargaba de gestionar. Tal y como ocurría con otros hombres de su época entre los que se mezclaba la vanidad, la búsqueda de beneficios y la filantropía, Watkin pensaba que el centro de la ciudad, con una gran densidad de población, constituía un espacio insalubre, y que en esos terrenos ubicados en el extrarradio tenía la posibilidad de crear una nueva comunidad de casas unifamiliares dotadas de espacios de recreo y ocio.

Apertura del parque

La primera fase del proyecto fue la construcción del parque, que fue abierto al público en 1894. Constaba de un lago en el que se podía pasear con botes, cascadas y numerosas zonas deportivas, y consiguió atraer a multitud de visitantes en sus primeros meses.
De forma paralela se llevaba a cabo la construcción del monumento emblema. Cabe decir que se presentaron numerosos proyectos, la mayoría de ellos irrealizables, y que finalmente se optó por una construcción similar a la propia Torre Eiffel, fabricada en acero y con una altura de 350 metros. Asimismo, estaría dotada de un hotel, diversos restaurantes, tiendas y otros negocios que convertirían a la atracción en un importante foco de esparcimiento.

La construcción de dicha torre comenzó en 1892, completándose la primera fase en 1895, cuando se creó el primer piso que consistía en una plataforma sostenida por cuatro pilares gigantescos. Sin embargo, no se pudo avanzar mucho más. El terreno sobre el que se asentaba resultaba más que inapropiado para una estructura de dicha naturaleza. Era de carácter pantanoso y con tendencia a hundirse. La inclinación se hizo más evidente a medida que avanzaba la obra y los trabajos tuvieron que paralizarse por el temor a que la estructura entera acabara derrumbándose.

El declive de la Torre

Tras estudiar diversas formas de enderezar la torre, que por múltiples motivos fueron rechazados, los trabajos se paralizaron en 1896. Se instalaron entonces unos ascensores para subir a su cima, operación con la que se quería conseguir fondos para continuar con el proyecto, así como la puesta en marcha de una campaña de captación de inversores. Y un año después, durante el Queen Victoria´s 60th Jubilee, la torre fue iluminada como un último intento de promoción, algo que definitivamente no logró aumentar ni el interés ni el flujo de visitantes. El propio Watkin, que estaba enfermo y cuya salud se deterioraba a pasos agigantados, perdió interés en el proyecto y trató de desvincularse del mismo. En 1902 la Torre fue declarada como “peligrosa”, y cerrada al público. Y dos años después se iniciaron los trabajos de demolición, para lo cual se tuvo que usar explosivos de gran potencia.

Lo que debía ser el nuevo emblema de Londres acabó siendo un montón de escombros y varios agujeros en el suelo como resultado de las detonaciones, que los periódicos de la época bautizaron como “La Locura de Watkin” o “El Muñón de Londres”.

Wembley, su legado

Watkin falleció poco después del fracaso de su proyecto, en abril de 1901, y quien sabe en qué medida su muerte se debió también a la angustia derivada de su frustrada obra. No fue el único, ya que tampoco pudo completar un intento de apertura de un túnel para conectar el Reino Unido con Francia, un precursor del actual Eurotúnel. No obstante, hay que reconocerle que su elección de Wembley ayudó a que este fuera considerado como un espacio óptimo, llamado a jugar un papel clave en el futuro desarrollo de la capital.

El estadio de Wembley fue ubicado allí donde tenía que haberse construido la Torre de Watkin. En la reconstrucción del mismo en 2002 pudieron encontrarse fragmentos de esta. Son los últimos vestigios de un monumento que podía haber cambiado para siempre la fisionomía y el desarrollo urbanístico de esta ciudad.

Colaboración de Antonio Capilla Vega de El Ibérico