No fue la peste (negra) del siglo XIV, sino un brote posterior en el siglo XVII que, por ejemplo, en Inglaterra acabó con la vida de casi 100.000 personas y más de una quinta parte de la población de Londres.

Hace 3 o 4 días vi un cadáver en un ataúd en la calle sin enterrar… la peste nos está volviendo crueles (escribía una cronista de la época).

Curiosamente, a las islas británicas llegó a bordo de los barcos mercantes holandeses, lugar donde se desarrolla esta historia.

En el siglo XVII se vivió en Holanda un aumento especulativo de precios en el mercado de compraventa de bulbos de tulipanes. Esta especulación, que hizo que algunos bulbos se vendieran por miles de florines (hasta cuarenta veces el ingreso medio anual de una persona en la época), creó la primera burbuja económica de la historia. Un burbuja que, al estallar (en un sólo día) en 1637, dejó a miles de holandeses en bancarrota. La crisis económica generada por la caída de los precios de los tulipanes, el pánico y la ruina de muchos ciudadanos llevó finalmente a la economía holandesa a la quiebra.

Es curioso cómo los tulipanes llegaron a Holanda, ya que en realidad la flor es originaria de Turquía y llegó allí de rebote. Parece ser que todo se debe a un tal Ogier Ghislain de Busbecq, que durante el siglo XVI fue embajador austríaco en lo que hoy es Turquía, por aquel entonces perteneciente al Imperio otomano. Ogier era por lo que parece muy aficionado a la floricultura, así que a su regreso a Europa se trajo unos bulbos de tulipanes para plantarlos en los jardines imperiales de Viena. Años más tarde, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Maximiliano II de Habsburgo, nombró médico de la corte y responsable del jardín imperial a Charles de L’Ecluse (Carolus Clusius para los clásicos) Su nuevo cargo le permitió a Charles viajar por toda Europa, recogiendo y coleccionando especímenes de plantas. Las estrellas de su colección eran, por su rareza, el tulipán y la patata. Sí, sí, la patata. Que también tiene su particular historia.

Como todos sabéis, y si no ya os lo digo yo, las patatas son originarias del continente americano, en concreto del altiplano de los Andes peruanos. Los incas las utilizaban como alimento directamente o bien para elaborar el chuño, una especie de puré que se almacena para las épocas de malas cosechas y que se mantiene apto para el consumo durante 10 años. Además, también se utilizaba con fines medicinales. De hecho, el primer cargamento de patatas que llegó a Europa lo envió el gobernador de Cuzco (Perú) a Felipe II, el rey de España, en 1565 por sus propiedades medicinales. En 1573 se administró a los enfermos del Hospital de la Sangre de Sevilla. Incluso Felipe II, que desde el Concilio de Trento mantenía una relación cordial con el papa Pío IV, decidió enviarle parte del cargamento como remedio para sus males, ya que andaba el hombre un poco tocado. Y el papa, -que era de los que cuando llueve comparte su paraguas, y si no tiene paraguas comparte la lluvia-, decidió compartir la partida de tubérculos con su amigo, el cardenal holandés Philip de Silvry, también andaba jodido el hombre. Al cardenal no le debió ir mal, pero el papa murió ese mismo año. Y siguiendo el rastro de las patatas, de la mano del cardenal llegaron al jardín botánico de Viena donde se estudiaron y desde donde se extendió a toda Europa. Pero todavía tendría que pasar años para que los europeos vieran las patatas como un producto de consumo habitual. De hecho, eran más normal ver a un cerdo comer patatas que a un europeo. Eso sí, sus flores solían utilizarse como elemento ornamental en sus casas.

Y volviendo con L’Ecluse, en 1593 y ya con 70 años, aceptó un puesto de profesor de botánica en los Países Bajos. Así que, el bueno de Charles se fue a pasar sus años de vejez enseñando botánica mientras dedicaba sus horas de ocio a cuidar su colección de plantas. Celoso de las joyas de la corona de su invernadero, mantenía los tulipanes a buen recaudo. Pero alguien entró una noche en su jardín y robó los bulbos. El ladrón debía tener espíritu de Robin Hood, porque comenzaron a verse tulipanes por toda Holanda. Como además se da la circunstancia de que los suelos arenosos son por lo visto ideales para el cultivo de esta planta, y Holanda anda sobrada de eso porque la mayor parte es terreno ganado al mar, al final la flor se extendió por todo el país.


Seguramente ya sepáis que los tulipanes se cultivan a partir de bulbos, de los que salen otros bulbos que, al cortarlos, dan lugar a una flor completa e idéntica a la producida por el bulbo original. Hay muchas variedades comunes de tulipanes y de diferentes colores, pero en todas ellas su flor tiene un único color. Sin embargo, a veces ocurre algo inesperado y un bulbo normal da lugar a tulipanes con extrañas mezclas de colores. Variedades únicas, imposibles de repetir… a no ser que se obtengan a partir del bulbo original. Ahora ya sabemos que esto se debe a un virus inoculado por el pulgón de la planta, pero claro, en pleno siglo XVII los holandeses no sabían nada de virus y el origen de estas raras y bellísimas variedades era todo un misterio. Como además el tulipán sólo florece unas semanas en primavera, durante el resto del año el bulbo se puede transportar, vender, comprar o cambiar muy fácilmente. Y con todo esto en mente es más fácil comprender lo que ocurrió en Holanda en la década de 1630.

Cuando los holandeses comenzaron a aficionarse al cultivo de tulipanes las variedades más bellas y extrañas comenzaron a cotizarse a precios importantes, y los bulbos de tulipanes comenzaron a generar un mercado creciente y cada vez más descontrolado. De pronto, de la noche a la mañana, algunas variedades comenzaron a venderse por auténticas fortunas. Casas, campos de cultivo o granjas se pagaban a cambio de un sólo bulbo. Y no sólo eso, sino que pronto comenzaron a comprarse y a venderse bulbos que aún no habían sido ni siquiera recolectados, lo que en economía se conoce hoy en día como “mercado de futuros”. Bueno, los holandeses le dieron un nombre mucho más descriptivo: “negocio de aire”. Y llegamos a 1636, cuando un terrible brote de peste que se extendió por toda Europa y afectó gravemente a Holanda, diezmando la mano de obra. Y claro, al haber menos manos para cultivar y recolectar bulbos su precio terminó disparándose… aún más. Ya ni siquiera había propiedades suficientes para pagar el “valor” de los bulbos: se hipotecaban bienes, se pedían créditos enormes, se ofrecían años de trabajo como pago… Y muchas veces sobre un bulbo que aún no había sido ni recolectado. De pronto, el precio de los tulipanes comenzó a caer en picado: la burbuja había estallado. El terror se apoderó de todos los inversores que tenían bulbos de tulipanes. Todos querían venderlos y recuperar su inversión antes de verse arruinados y aún endeudados durante años por algo que ya no tenía ningún valor. No hubo forma, nadie daba un florín por un tulipán. Las bancarrotas comenzaron a sucederse, primero familias y pequeños negocios, luego ricos comerciantes y grandes empresas mercantiles. Se promulgaron leyes que anulaban las compras a futuro a cambio del pago de una pequeña multa, y los juicios por incumplimientos se sucedían. Pero ya nada podía hacerse. Finalmente, a las pocas semanas del hundimiento del mercado la imposibilidad de hacer frente a las deudas y el pánico generalizado llevó a la economía de Holanda a la quiebra.

Está claro que la peste no entiende de especulación y de mercado de futuros, y lo que también parece evidente, a las pruebas me remito, es que nosotros no aprendimos la lección, porque esta burbuja presentó un patrón que después se ha repetido como origen de diversas crisis económicas a lo largo de la historia.