Aunque hasta la fecha han caído en saco roto, desde finales del siglo pasado y comienzos de este ha ido ganando fuerza en los Estados Unidos una iniciativa de los afroamericanos que, al estilo de las reparaciones pagadas a los judíos y al Estado de Israel por Alemania, exigen indemnizaciones por la esclavitud sufrida durante siglos por sus ancestros. En el ojo del huracán los bancos y aseguradoras que, de una forma u otra, estuvieron vinculados con el comercio humano: bancos como JP Morgan Chase, Bank of America, Royal Bank of Scotland, Wachovia Bank of North Carolina o el desaparecido Lehman Brothers, y compañías aseguradoras como Aetna Inc., New York Life Insurance o Lloyd’s of London.

¿Cómo participaron en el comercio de esclavos?

En 1625 la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales fundó en el valle del Hudson Nueva Ámsterdam (hoy New York), un asentamiento estratégico que permitiría controlar el comercio de pieles a través del río. En 1653, para protegerse del ataque de los nativos norteamericanos y de los ingleses, los colonos holandeses construyeron en el límite norte de la nueva ciudad un muro de madera y barro. Bueno, lo ordenaron construir, porque los que materialmente lo hicieron fueron los esclavos africanos traídos a la colonia en 1627. Aunque años más tarde los ingleses lo derribaron, el nombre de Wall Street (Calle del Muro) sigue recordando aquel muro. Y no sólo construyeron aquel muro, también despejaron los bosques, construyeron los caminos, los molinos, los puentes, las casas, el muelle, la prisión, la iglesia…

A finales del XVII y comienzos del XVIII, ya en manos de los ingleses y bajo el nombre de New York en honor Jacobo II, rey de Inglaterra y duque York, la ciudad experimentó un rápido crecimiento basado en el trabajo de los esclavos. Viendo que todavía podían sacarles más rendimiento, decidieron entrar de lleno en el negocio del comercio de esclavos. En 1711 el Concejo Municipal de New York aprobó la creación del primer mercado de esclavos de la ciudad, precisamente en Wall Street. Aquel mercado, conocido como Meal Market (en el que también se vendía grano y carne), fue crucial en el comercio transatlántico de esclavos. Los barcos negreros procedentes de África llegaban a New York cargados de esclavos que se vendían como mano de obra, sobre todo para las plantaciones de algodón -hasta un 20% de la población de New York eran esclavos-, y desde el mismo puerto se distribuía el propio algodón. Lógicamente, las aseguradoras de los barcos, los grandes comerciantes y los bancos que financiaban los viajes y a los terratenientes de las plantaciones debían estar cerca de sus inversiones. El 17 de mayo de 1792, a la altura del 68 de Wall Street, para dejar fuera del mercado a especuladores y subasteros, 24 empresarios y comerciantes de la ciudad firmaban el Buttonwood Agreement (se firmó alrededor de un árbol buttonwood), por el que acordaron crear un mercado de acciones ordenado y regulado, lo que sería el germen de la Bolsa de New York. Así que, Wall Street también está directamente relacionado con la esclavitud.

Estos bancos prestaban el dinero a los propietarios de esclavos y los aceptaban como «garantía». Cuando los propietarios de esclavos incumplían con sus préstamos, los bancos se convertían en los nuevos propietarios. Por otra parte, los propietarios de las plantaciones aseguraban sus “bienes” firmando seguros de vida con las aseguradoras para cobrar primas en caso de fallecimiento de los esclavos. Por ejemplo, en 1856 por 2 dólares se podía firmar una póliza de 12 meses y asegurar a un esclavo doméstico de 10 años y cobrar una prima de 100 dólares en caso de fallecimiento. Para uno de 45 años se “disparaba” a los 5,50 dólares. Asimismo, los armadores de los barcos negreros firmaban pólizas para asegurar la “carga” en caso de pérdida, captura o muerte. Lógicamente, en ocasiones había disputas entre las aseguradoras y los armadores que llegaban a los tribunales, como la ocurrida con el barco Zong.

El Zong zarpó de la isla de Santo Tomé, en la costa occidental de África, con rumbo a Jamaica el 6 de septiembre de 1781 en un viaje que iba a durar alrededor de dos meses. El capitán del barco, Luke Collingwood, no era lo que se dice un lobo de mar y lo único que le interesaba era el dinero: más esclavos, más dinero. Así que, cargó 442 esclavos, muchos más de lo normal para para aquel tipo de barco. El hacinamiento, la desnutrición y las enfermedades comenzaron a hacer mella entre los esclavos y la tripulación: 60 esclavos y 7 miembros de la tripulación murieron. El 28 de noviembre, cuando ya tenía que haber llegado, el capitán se dio cuenta de que habían cometido un error de navegación y que, variando el rumbo, todavía tardarían casi un mes más en llegar a su destino. Collingwood comenzó a hacer cuentas: si los esclavos seguían muriendo o enfermando perderían unas 30 libras por cabeza. Reunió a la tripulación y les explicó la situación: el seguro que habían suscrito los armadores aseguraba la pérdida, captura o muerte de los esclavos -naufragio, abordaje o revuelta, por ejemplo-, pero se exceptuaban los casos de muerte natural, por enfermedad o suicidio. Collingwood propuso tirar por la borda a los esclavos enfermos. De esta forma, y utilizando la echazón, figura del Derecho Marítimo que permite al capitán arrojar deliberadamente al mar parte de la carga con el fin de salvar el resto de las mercancías, eliminaba los esclavos enfermos que no los habría cubierto el seguro. La justificación para utilizar esta figura era que no tenían suficiente agua para cubrir las necesidades de la tripulación y la “carga”. Durante varios días se fueron tirando esclavos por la borda; al principio, mujeres y niños y, más tarde, los hombres, hasta un total de 133.

El 22 de diciembre 1781, el Zong llegaba a Jamaica con 208 esclavos. Después de venderlos, William Gregson, el armador, reclamó a la aseguradora 4.000 libras por los esclavos perdidos. La aseguradora se negó a pagar por considerarlo “un mal manejo de la carga” y el caso llegó a los tribunales, pero no por el asesinato de 133 personas, sino por si la aseguradora debía indemnizar o no al armador. En 1783 comenzó el juicio en Londres sólo con las declaraciones de la tripulación ya que, misteriosamente, el diario de a bordo se había perdido. En este primer juicio se dio la razón a los armadores del Zong. Sin embargo, la compañía de seguros apeló y pidió que el caso fuese juzgado ante la Corte Suprema. En este segundo juicio, en el que la aseguradora presentó pruebas de que en el barco había agua más que suficiente, se presentó el abolicionista inglés Granville Sharp solicitando que se juzgase el caso por el asesinato de 133 personas. El presidente de la Corte Suprema, Lord Mansfield, ante las nuevas pruebas acusó a la tripulación de negligencia por tirar a los esclavos teniendo agua suficiente -“mal manejo de la carga” se llamó- y anuló la sentencia anterior dando la razón a la aseguradora, pero desestimó tratar el caso como asesinato. De hecho, puso como ejemplo que sería lo mismo que si la carga hubiesen sido de caballos.

Aunque algunas de estas compañías han reconocido su participación en el comercio humano, como Aetna que se disculpó por su participación o JP Morgan Chase que, tras consultar los archivos de sus predecesoras, descubrió que aceptaron aproximadamente 13.000 esclavos como garantía y terminaron siendo dueños de 1.250, de reparaciones nada de nada.