Podríamos estar hablando de la novela Viaje al centro de la Tierra del escritor Julio Verne , pero no. En esta ocasión no hablamos de ciencia ficción, sino de la realidad. Una realidad que supera la ficción del visionario francés, una expedición de los Estados Unidos al centro de la Tierra para comerciar con sus habitantes. Para ello, se tienen que dar dos circunstancias: un entusiasta que defienda la teoría de que hay vida en el centro de la Tierra y de que se puede viajar hasta allí, y un presidente estadounidense un tanto excéntrico que esté dispuesto a creerlo. Y se juntaron el hambre con las ganas de comer: John Cleves Symmes Jr., un exmilitar metido a comerciante y, por lo visto, con tiempo libre para desarrollar teorías pseudocientíficas, y el presidente John Quincy Adams

Aunque la referencia más popular a este extraordinario viaje es la novela Voyage au centre de la Terre, que Julio Verne publicó en 1864, en 1741 el autor noruego Ludvig Holberg ya escribió Nicolai Klimii Iter Subterraneum (El viaje de Niels Klim al mundo subterráneo), una novela de ciencia ficción que se desarrolla en una sociedad utópica que existe en el centro de la tierra. Así que, parece que ha sido un tema propio de la literatura fantástica pero sin ninguna base, más allá que la propia imaginación de los los autores. Pues no. Edmund Halley (1656–1742), conocido por haber calculado la órbita de un cometa que pasa por la Tierra cada 76 años y que lleva su nombre, a finales del XVII decidió dejar de mirar al cielo y fijarse en lo que tenía bajo sus pies y planteó la teoría de que la Tierra estaba hueca y poblada. La teoría de Halley buscaba una explicación a las lecturas anómalas de la brújula, y sugirió que había varios campos magnéticos. En base a ello, desarrolló la idea de que la Tierra estaba formada por cuatro esferas huecas concéntricas, separadas por atmósferas y cada una con sus propios polos magnéticos, y que la esfera interior estaría poblada de vida. Además, daba explicación al fenómeno de las auroras boreales, que no serían otra cosa que gases que se filtraban de estas atmósferas.

Y aquí aparece nuestro amigo John Cleves Symmes Jr, que retomó esta teoría y la defendió con vehemencia. En 1818 postuló su particular visión: la tierra es hueca y habitable por dentro, contiene una cantidad de esferas concéntricas sólidas, una dentro de la otra, y está abierta en los polos, por donde penetra la luz y el calor del sol y, lógicamente, desde donde se puede hacer a la esfera interior.

Prometo empeñar mi vida en ello, y si el mundo me apoya y ayuda en este empresa, estoy listo para explorar el vacío.

Como consideraba que el centro de la Tierra (la esfera interior) estaba habitada, su expedición también incluía establecer relaciones comerciales con ellos. Así que, envió cartas de su teoría a «cada gobierno extranjero notable, príncipe reinante, legislatura, ciudad, universidad y sociedad filosófica, en todo el mundo«.

Carta de Symmes

A pesar de que no recibió contestación a las misivas, él siguió erre que erre: en 1820 publicó Symzonia: Voyage of Discovery , abogando por las expediciones a los polos para demostrar su «Tierra Hueca». Sin noticias del exterior, pero sí popularizándose su idea, consiguió el apoyo de algunos personajes influyentes que hicieron llegar su proyecto al presidente John Quincy Adams, una mente inquieta por conocer el mundo natural, aunque en ocasiones un tanto excéntrico. En 1828, el presidente Adams, quizás fascinado por la expedición a los polos más que por lo de la tierra hueca, le contestó que estaba dispuesto a financiarla, pero en 1829 ocurrieron dos hechos que echaron por tierra la expedición: moría Symmes y, además, Adams no fue elegido para un segundo mandato -su sucesor Andrew Jackson lo desestimó rápidamente-. Todo quedó en agua de borrajas.

A esa inquietud por saber y conocer del presidente Adams, le debemos el Instituto Smithsonian, un centro de educación e investigación con 19 museos asociados, que, con más de 138 millones de piezas, y sigue creciendo, posee la mejor colección de historia natural del mundo. El Instituto Smithsonian se fundó en 1846 con fondos legados por el científico británico James Smithson, fascinado por la geología y la mineralogía, quien, sin embargo, nunca puso un pie en Estados Unidos. Smithson amasó una fortuna que legó a su único sobrino. Pero estipuló que si su sobrino moría sin hijos -como así sucedió- su fortuna debería ir «a los Estados Unidos de América, para fundar en Washington un establecimiento de aumento y la difusión del conocimiento entre los hombres«. Cuando el sobrino de Smithson murió sin herederos, en 1835, el presidente estadounidense Andrew Jackson informó al Congreso del inesperado legado, que ascendía a unos 500.000 dólares de la época (en la actualidad unos 12 millones de dólares sin tener en cuenta la inflación, y teniéndola habría que añadirle un cero). A pesar de la opinión mayoritaria del Congreso, que quería emplearlo en otros menesteres que nada tenían que ver con la ciencia y el conocimiento, el expresidente Adams -abandonó la política un año y en 1830 volvió a ser elegido congresista- fue el que luchó a brazo partido por la creación de la institución. Tras una lucha soterrada y muchos dimes y diretes, en 1846 el Congreso votó y se creó el Instituto Smithsonian con una junta de regentes para dirigirla, que nada tenían que ver con la política. Sabían lo que se hacían.

Por cierto, lo de la teoría de la Tierra Hueca también la manejó la esotérica Ahnenerbe , la Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, que se dedicaba a organizar expediciones arqueológicas, antropológicas y etnográficas por todo el mundo en busca de objetos de poder (Santo Grial  y cosas por el estilo) y, lógicamente, del origen de la raza aria. Este era el mapa que manejaban los nazis…