La Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales ( Vereenigde Oostindische Compagnie o VOC), creada en 1602 en los Países Bajos,  fue una de las primeras grandes corporaciones multinacionales -se disputaría el primer lugar con la Compañía Británica de las Indias Orientales- cuyo objetivo era el control del comercio con Asia. Ese fue su motivo fundacional, pero la realidad es que era algo más que una gran empresa multinacional, porque, a pesar de que el capital, dividido en acciones, estaba integrado por las aportaciones de inversores privados, estaba dotada de competencias similares a las de un Estado, como la potestad de declarar la guerra, acuñar moneda, organizar colonias o firmar tratados. Y para ello, la corporación holandesa llegó a disponer de su propio ejército, que estaba formado por 10.000 hombres y 40 barcos de guerra, por no hablar de una flota comercial de 150 barcos y una plantilla de 50.000 personas a su servicio.

Aunque Portugal pudo recuperar Brasil, con la firma del Tratado de la Haya (1661), que ponía fin a la Guerra luso-neerlandesa, las Provincias Unidas de los Países Bajos (Holanda) conseguían el control del lucrativo comercio de las especias y satisfacer sus ansias expansionistas estableciéndose o aumentando su presencia en el lejano oriente, la costa oriental de Sudamérica y la costa africana. Y por aquello de que «entre bomberos no nos pisamos la manguera», la Compañía Británica de las Indias Orientales se quedó con el subcontinente indio, lo que más tarde se llamará el Raj británico, y la corporación holandesa con el sudeste asiático. Pero el objetivo de la Compañía Neerlandesa iba más allá del control del comercio de las especias, lo que hicieron fue establecer un monopolio especiero, controlando las rutas, los puertos, la producción anual y, claro está, el precio. Un negocio redondo a todas luces, pero con el clavo (o clavo de olor) les salió un grano en el culo.

En 1667, con el control absoluto del clavo, fijó como únicos lugares de producción las islas de Ternate y Tidore (en la actual Indonesia) y obligó a arrancar o quemar todos los árboles del clavo que no fuesen propiedad de la compañía. Además, a cualquiera que sorprendiesen cultivando el árbol o en posesión de semillas de esta especia, sin autorización expresa, se enfrentaba a la pena de muerte. Y, lógicamente, limitó la oferta a unas 1.000 toneladas de clavo al año para mantener los precios altos. De hecho, si algún año se producía más de lo estipulado, el excedente se destruía o se arrojaba al mar.

Los holandeses controlaban todos los árboles de clavo de las islas… o eso creían ellos. No se sabe cómo, pero uno de ellos escapó del control holandés y de sus garras destructoras. A unos 1.800 metros de altura, en la ladera del volcán Gamalama en la isla de Ternate, se encuentra un viejo árbol de clavo llamado Afo. Aunque ahora apenas es un tocón con algunas ramas, protegido por una pared, llegó a medir 40 metros de altura y cuatro metros de diámetro, y es el árbol de clavo más viejo del mundo con unos 400 años. Y no se vayan todavía, aún hay más…

Afo

Cuando en 1770 un misionero francés se topó con él, decidió jugársela -le debió salir la vena patriótica o empresarial- y le arrancó unos esquejes. Los sacó de contrabando de la isla y los llevó hasta Francia, y desde allí hasta Zanzíbar -actualmente el mayor productor de clavo del mundo-.  Afo burló la prohibición y, con la ayuda del misionero, rompió el monopolio holandés.