El 22 de abril de 2015, Jonas Gudmunsson, sheriff de los Wesfjords (Islandia), derogó simbólicamente una ley, en vigor todavía porque nunca se hizo formalmente, que permitía matar impunemente a los vascos que entraran en la zona. Y todo por algo ocurrido en esta región del noroeste del país en 1615, cuando de los 80 tripulantes (vascos en su mayoría) de tres balleneros que habían salido de San Sebastián, 31 murieron a manos de los islandeses.  A este suceso, aun hoy con muchas sombras, se llamó «la matanza de los españoles» (Spánverjavígin).

Cuando las ballenas empezaron a escasear en el Golfo de Vizcaya, los pescadores vascos se acercaron a faenar a Asturias y Galicia. Desde allí, y siguiendo a los cetáceos y al bacalao, se adentraron en el Atlántico hasta el mar de Labrador y establecieron una base en la isla de Terranova (hoy, Canadá). Durante el siglo XVI, su arte en el arponeo y el manejo de las pequeñas chalupas en las que se acercaban a las ballenas, los convirtieron en los mejores balleneros del mundo, hasta el punto de casi hacerse con el monopolio del aceite de ballena, el preciado combustible de la época.  En expediciones que podían llevarles hasta nueve meses se echaban a la mar, con apenas oportunidades de bajar a tierra, vivían, cazaban y dormían en aquellos grandes almacenes flotantes, poco confortables y malolientes. Expuestos a tormentas y a los peligros propios de la mar, temían especialmente a que el hielo se presentase antes de tener la faena hecha y no poder regresar casa, obligándoles a pasar allí el crudo invierno de aquellos lares.

A comienzos del XVII, y ya con la competencia de otros balleneros, como ingleses y holandeses, extendieron su área de acción hasta Islandia, donde se firmaron tratados comerciales y establecieron otra base ballenera. Todo iba sobre ruedas, llegando incluso a crear una jerga propia entre los locales y balleneros mezclando términos del vasco y el islandés, hasta… septiembre de 1615. Como en otras ocasiones, tres balleneros llegaron a faenar a los Wesfjords, hicieron su trabajo, cargaron sus bodegas y se prepararon para regresar. El día de regreso a casa,  se desató una gran tempestad que hizo embarrancar las tres naves.  Afortunadamente para la tripulación, la mayoría de ellos, unos 80 marineros, lograron sobrevivir al naufragio y alcanzar la costa. Decidieron que lo mejor era pasar allí el invierno y buscar el modo de volver a casa en la primavera. Y aquí es donde las cosas se complican, y la versiones difieren. Al parecer, fue un invierno especialmente crudo, la comida escaseaba, y comenzó a haber conflictos entre los marineros y la población local.

Se cuenta que, tras el robo de comida de algunos marineros, los campesino locales, que también andaban caninos, encabezados por Ari Magnússon, el alguacil o de sheriff de la zona -vamos, el que cortaba el bacalao-, asaltaron el campamento vasco y se vengaron matando a 12 marineros. Y no quedó ahí la cosa, sino que se promulgó la ley que permitía matar vascos y terminaron con 19 más. Parece que el resto pudieron huir y embarcar en un buque inglés. Aquel sangriento episodio se conoció como Spánverjavígin, «la matanza de españoles», la primera y ¿única? matanza de la que se tiene constancia en Islandia. Una historia con muchos claroscuros, sobre todo en lo referente a la chispa que prendió la mecha. Es lógico pensar que, con el hambre de por medio, pudiese haber desavenencias entre la población local y marineros, pero de ahí a que los campesinos perpetrasen una matanza, harto complicado. Así que, cada vez tiene más fuerza la figura de Ari Magnússon como el instigador, aprovechando esas desavenencias, y mantenedor del crimen, vía promulgación de ley, por algún tema de índole económico, ya fuese una deuda -«muerto el perro (acreedor), se acabo la rabia (deuda)«- o por hacerse con el preciado botín de sus bodegas.

Sea como fuere, y aunque no se ha tenido noticia de ningún asesinato en la zona de alguien solo por el hecho de ser vasco, desde 2015 ya pueden deambular y visitar aquel majestuoso paraje… sin temor alguno.