El término pediatría viene del griego, paîs, paidós (niño) y -iatrós (médico), por tanto, y como todos sabemos, es la rama de la medicina que se ocupa de la salud y enfermedades de los niños. Vamos a dejar a un lado textos o referencias del pasado en los que se citan enfermedades propias de los niños y sus posibles remedios y nos quedaremos con los que se especializaron en dichas enfermedades y tratamientos y, además, los pusieron en práctica, los que podríamos considerar como  los pioneros de la pediatría.

El primer nombre que aparece reconocido como tal es el médico italiano Gaetano Palloni (1776-1830),  que fue nombrado profesor honorario de la Universidad de Pisa y lector en Florencia de enfermedades infantiles, plaza que no existía hasta ese momento y fue creada expresamente para él, por lo que se le considera el padre de la pediatría moderna.  La cátedra fue creada el 8 de abril de 1802 por Ludovico I de Borbón, rey de Etruria,  con responsabilidades asistenciales y clínicas en el ámbito del Hospital de los Inocentes de Florencia y funciones de inspección, control y custodia de los infantes. Además, para los italianos este hospital sería también el primer hospital pediátrico, opinión no compartida por los franceses porque lo consideraban un orfanato más que un hospital. De hecho, la opinión generaliza atribuye ese título al Hospital des Enfants Malades (Hospital para niños enfermos), que abrió sus puertas en París el 13 de mayo de 1802, apenas 37 días después del nombramiento de Palloni. Posteriormente, se extendieron por Europa y se inauguraron este tipo de hospitales en Berlín (1830) y Londres (1851). También son referentes en Francia Charles Michel Billard o Ernest Bouchut y en los Estados Unidos Abraham Jacobi. Tanto en el caso de los pediatras, si se me permite llamarlos así, como en el de los hospitales estamos hablando del siglo XIX, pues tres siglos antes, y como es habitual por estos lares, olvidado por la historia, ya teníamos en este país un médico pionero en la pediatría.

Estoy hablando del médico Jerónimo Soriano, nacido en Teruel en 1550 y, por tanto, paisano mío o, mejor dicho, yo suyo que él fue una eminencia y yo un vulgar juntaletras. En 1600 publicó un tratado llamado «Método y orden de curar las enfermedades de los niños”,  publicado en Zaragoza por el editor Ángel Tavano, del que se hicieron cinco ediciones, la última en 1721, y que tuvo una gran difusión e influencia entre los médicos durante siglos. Así reza una crónica de su libro de 1929…

…le movió a publicar tan monumental libro para poner de manifiesto sus vastos conocimientos en la materia, frutos de sus constantes estudios y desvelos en favor de los niños; procuró poner, de una manera clara y concisa cómo se podían combatir todas las enfermedades propias de la niñez; señaló la necesidad de que esos estudios fuesen perfeccionados por aquellos otros que le sucediesen en tan honrosa como humanitaria labor, dándoles ánimos y consejos para que no desmayasen en sus investigaciones y trabajos con el fin de que llegara una época en que la mayoría de los padecimientos que sufre el niño no fueran un peligro para las diversas etapas de la vida del hombre.

Por cierto, hay un ejemplar de esta obra en la Biblioteca Nacional en la sección «Libros Raros y Preciosos» -no sé si está por raro o por precioso-. Y no sólo eso, también fundó en Teruel, y mantuvo de su bolsillo, el primer hospital dedicado íntegramente a niños del que se tiene noticia. Pero él fue olvidado…

Posteriormente, su testigo fue recogido por otros, como Luis Mercado, médico de cámara de los reyes Felipe II y III, que escribió un tratado de Pediatría en Fráncfort y en Valladolid en 1613 y 1614, o Fray Tomás Montalbo, que publicó un tratado de higiene infantil, siendo el primero que se ocupó de la reglamentación e higiene de los niños expósitos (abandonados y criados en los hospicios).

Los expósitos por la mayor parte son hijos de culpas deshonestas – Fray Tomás Montalbo