Cualquier gobierno aspira, o debería hacerlo, al llamado estado de bienestar, implantando políticas y medidas que permitan el acceso de todos los ciudadanos a la educación, la sanidad, la asistencia social y a tener cubiertas sus necesidades más básicas. Pero ya sabemos que «del dicho al hecho, hay un trecho». En la Roma de los emperadores, el estado de bienestar se podría resumir en una frase pronunciada por Juvenal en el siglo II: «Panem et circenses» (Pan y circo). Los emperadores pensaron que si tenían al pueblo con el estómago lleno y cada cierto tiempo les regalaban unos días de entretenimiento —vía luchas en la arena, carreras en el circo o representaciones en el teatro—, sería suficiente para tener a la plebe contenta y que nadie se cuestionaría sus decisiones de gobierno. Así que, siempre que no se rompiese la cadena de la felicidad (distribuir grano y celebrar espectáculos) todos contentos. Eso sí, de vez en cuando aprobaban leyes de carácter social nacidas en la mera observación de la propia naturaleza que, tal y como están las cosas, deberíamos plantearnos recuperar. Uno de estos ejemplos fue la Lex Cionaria (Ley de la Cigüeña), por la que los hijos tenían la OBLIGACIÓN de cuidar a sus mayores. Esta ley se promulgó tomando el ejemplo de las cigüeñas: cuando estas ya se valen por sí mismas, pero son todavía jóvenes, se prodigan en los cuidados de los progenitores viejos o impedidos suministrándoles comida y protegiéndolos. ¡Qué sabia es la naturaleza y qué poco caso le hacemos!

Se puede engañar durante un tiempo a todos e incluso durante todo el tiempo a unos pocos, pero es imposible engañar todo el tiempo a todos. Y eso ocurrió con los hermanos Graco, Tiberio y Cayo, que decidieron romper con el sistema establecido y buscar algo más parecido al verdadero estado de bienestar: devolverle el poder el pueblo y asegurar los derechos básicos, como el trabajo y el hogar. Lo curioso de este caso es que lo intentaron en el siglo II a. C. durante la República, en teoría un sistema de gobierno más igualitario, y, además, siendo de familia aristocrática: hijos del cónsul Tiberio Graco y de Cornelia, hija de Escipión el Africano.

Además de la lógica formación militar y política, gracias al empeño de su madre también fueron instruidos en el mundo de la filosofía, lo que les permitió tener una perspectiva diferente del mundo que les rodeaba y de la época que les tocó vivir. Ambos emprendieron un viaje lleno de peligros y con pocas posibilidades de llegar a buen puerto —una sociedad más justa e igualitaria— y, además, siguiendo el camino más difícil: como tribunos de la plebe, siendo de familia aristocrática.

Las conquistas de nuevas tierras y el trabajo gratuito de los esclavos hicieron que el precio del trigo cayese hasta tal punto que los pequeños y medianos agricultores de Roma no pudieron competir. Ante aquella desesperada situación, se vieron obligados a vender sus pequeñas explotaciones y todo quedó en manos de unos pocos latifundistas (la mayoría de ellos miembros del Senado). Incluso muchos esclavos llegados a Roma ocuparon los puestos de los artesanos. La República, una sociedad eminentemente agrícola, estaba perdiendo a los ciudadanos libres que trabajaban sus tierras y que en tiempos de guerra se convertían en la base de sus legiones, para convertirlos en sin techo o, con suerte, en asalariados de los latifundistas por unas monedas. Así que, el cambio de aquella sociedad decadente y corrupta pasaba por una reforma agraria que devolviese el poder al pueblo y le asegurase un trabajo y un hogar.

En el 133 a. C., como tribuno de la plebe, Tiberio Graco llevó al Senado su Lex Agraria basada en la prohibición de acumulación de tierras y, sobre todo, en la devolución de las tierra públicas vendidas o arrendadas a particulares (ager publicus), por la misma cantidad pagada más una pequeña compensación. Estas tierras serían divididas en lotes y repartidas entre los ciudadanos pobres de Roma con la condición de no venderlas y el pago de un pequeño tributo que iría a las arcas del tesoro.

Los animales del campo y los pájaros del cielo tienen cuevas y nidos donde refugiarse, pero los hombres que pelean y mueren por Roma solo tienen luz y aire. […] Vosotros lucháis y dais vuestras vidas para que otros naden en la riqueza y el lujo. A vosotros os llaman los amos del mundo, pero no poseéis siquiera una pequeña porción de tierra (Tiberio Graco).

Lógicamente, los miembros del Senado, en manos de quienes estaban la mayor parte de la ager publicus, se oponían a estas medidas. Las dos facciones que se formaron, Tiberio y el pueblo contra el Senado y la aristocracia, trataron de utilizar todo tipo de artimañas políticas para conseguir sus objetivos. Terminando su mandato anual, y viendo que sus reformas se iban a quedar en papel mojado, decidió jugarse el todo por el todo: presentó su candidatura a un segundo mandato como tribuno de la plebe (ilegal por la Lex Villia Annalis promulgada en el 180 a. C. que establecía las edades mínimas requeridas para los diferentes magistrados y el intervalo necesario de diez años entre dos magistraturas para repetir en el cargo). El día de las votaciones, Tiberio y cientos de sus partidarios fueron asesinados a golpes y su cuerpo arrojado al Tíber.

A pesar de lo que le había ocurrido a Tiberio, Cayo Graco siguió el camino reformista emprendido por su hermano también como tribuno de la plebe en el 124 a. C. Para tratar de superar los obstáculos a los que tuvo que enfrentarse su hermano, además de la reforma agraria introdujo una serie de medidas encaminadas a ganarse el favor de los más ricos y poderosos, como la concesión de obras públicas y el establecimiento de nuevas colonias para incentivar el comercio. De esta forma, tuvo más recorrido y consiguió mantenerse en el cargo durante dos mandatos consecutivos (esta vez, con el favor de los poderosos no hubo problemas con la «ilegalidad»). Pero cuando quiso presentarse a su tercer mandato, todo cambió. El Senado veía que estaba perdiendo poder y acusó a Cayo de querer ejercer como dictador acaparando el poder… y volvieron los enfrentamientos entre partidarios de unos y otros. Cuando iba a ser linchado, ordenó al esclavo Filócrates que le quitase la vida, suicidándose este más tarde.

Apenas nada cambio y los dos hermanos murieron de forma violenta defendiendo sus ideas reformistas contra una sociedad decadente y corrupta.