Tras un enfrentamiento bélico o un desastre natural, vienen las terribles cifras. Cuantificadas normalmente con cuatro datos: supervivientes, muertos, heridos y desaparecidos. Lamentablemente, gran parte de este último apartado suele pasar a engrosar el número de muertos, pero en ocasiones, como si de un milagro se tratase, aparecen sanos y salvos… años después. Esta es la historia de los japoneses Shoichi Yokoi y Hiro Onoda, el taiwanés Teruo Nakamura y el alemán Georg_Gaertner, que desaparecieron en la Segunda Guerra Mundial y, por diferentes motivos, no se volvió a saber de ellos hasta décadas después.
Shoichi Yokoi
Me da vergüenza haber regresado vivo. Lamento profundamente no haber podido servirle bien (Emperador). El mundo ciertamente ha cambiado, pero mi determinación de servirle nunca cambiará.
Después de casi tres décadas escondido en las selvas de Guam, estas fueron las palabras de Shoichi al regresar a Japón, que reflejaban los valores tradicionales del comienzo de la guerra: lealtad ciega y absoluta al Emperador y sacrificio por la patria. Palabras conmovedoras para los veteranos de guerra y los ancianos, nostálgicos de un tiempo pasado, e incomprensibles para las nuevas generaciones, ya que rememoraban una sociedad rancia y caduca que dejaron atrás.
El sargento Shoichi Yokoi fue enviado a la isla de Guam en febrero de 1943. Fanatizados con la idea de luchar hasta la muerte y de que la rendición era profundamente vergonzosa, cuando en 1944 las tropas estadounidenses tomaron la isla Shoichi y otros muchos japoneses optaron por refugiarse en la jungla, con la idea de seguir luchando tras reagruparse o suicidarse, pero nunca rendirse. La presión de las patrullas estadounidenses les obligó a dispersarse y adentrarse en la espesura de la jungla, donde el hambre y las enfermedades diezmaron su número. Y así fueron pasando los años, evitando a los estadounidenses primero y, más tarde, a los aldeanos locales que los perseguían por robarles el ganado. Aunque Japón se rindió en 1945, las noticias de que la guerra había terminado no les llegaron hasta los años 50, por lo que su estatus pasaba de fugitivo a desaparecido. Aun así, pensaron que era una treta para hacerles salir y matarlos, y optaron por seguir escondidos. En 1964 Shoichi era el único que quedaba vivo en la jungla. Se construyó un refugio en una cueva y dejó de robar comida a los aldeanos para hacerse más invisible, por lo que tuvo que variar su dieta y recurrir a ratas, ranas y anguilas que capturaba con una trampa hecha de juncos. Y así hasta… 1972, cuando dos cazadores locales lo sorprendieron poniendo la trampa. Pensando que lo iban a matar, Shoichi se abalanzó sobre ellos para quitarles el arma, pero lograron reducirlo y lo llevaron a una comisaría de policía. Para sorpresa de todos, se identificó por su rango y unidad y procedió a contar su historia.
Unas semanas después, fue repatriado a Japón y aclamado como un héroe en una ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de Tokio. Retransmitido por televisión, millones de japoneses contemplaba a un hombre superado por los acontecimientos y abrumado por todo lo que le rodeaba. Aquella sociedad nada tenía que ver con la que dejó hacía casi 30 años. De hecho, preocupaba cómo se adaptaría al nuevo Japón, pero para alguien que había sobrevivido en condiciones extremas en una jungla no fue problema: se casó seis meses después de su regreso y recorrió el país donde conferencias sobre supervivencia y de cómo vivir de manera más austera. Llamaba especialmente su atención la cantidad de basura que se generaba y la comida que se desaprovechaba.
A pesar de que durante años, tanto los estadounidenses como los japoneses, habían sobrevolado varios enclaves donde había soldados desaparecidos para anunciarles el fin de la guerra lanzando miles octavillas o con equipos de megafonía, apenas se había conseguido nada porque todos pensaron que era una trampa. El caso de Shoichi Yokoi volvió a poner en marcha la búsqueda y aparecieron dos casos más: el teniente Hiro Onoda y el soldado Teruo Nakamura.
Hiro Onoda
Hiro Onoda repetió la historia de Shoichi en la isla Lubang en Filipinas, donde fue enviado en diciembre de 1944 con la misión de emprender una guerra de guerrillas contra los estadounidenses. En apenas unos meses, los estadounidenses se abrieron camino y tomaron las posiciones japonesas. Onoda y tres soldados más huyeron a las colinas para seguir su labor de sabotaje. A finales de 1945 cayó del cielo una octavilla con este texto: «La guerra terminó el 15 de agosto de 1945. ¡Bajen de las montañas!«. A sus ojos era una trampa. Siguieron cayendo más octavillas durante años, e incluso se llegaron a lanzar cartas y fotos de familiares instándolos a rendirse, y ellos siguieron pensando que era una manipulación para engañarles. Eso sí, continuaron su labor de sabotaje que, sin saberlo, ya era contra los filipinos, y las autoridades locales enviaron grupos de captura con los que tuvieron algún enfrentamiento. En 1974, cuando Onoda llevaba solo un par de años, tuvo la suerte de que le encontrase Norio Suzuki, un estudiante universitario, un tanto friki, que estaba viajando por el mundo, según les dijo a sus amigos, en busca de «el Teniente Onoda, un panda y el abominable hombre de las nieves, en ese orden«. Suzuki le explicó la situación y, aun así, Onoda le dijo que sólo se rendiría ante el comandante Yoshimi Taniguchi, su superior al mando.
Suzuki volvió a Japón con las fotografías en las que aparecía con Onoda, como prueba de su encuentro, y el gobierno japonés localizó a Yoshimi Taniguchi -que todavía estaba vivo-. Viajaron a Lubang el 9 de marzo 1974, y Suzuki acompañó al comandante hasta donde había quedado con Onoda. El comandante le informó de la derrota y le ordenó deponer las armas. Tras 29 años escondido, aceptó la orden y entregó su fusil, la munición y varias granadas. A pesar de los actos de sabotaje y haber participado en varios tiroteos con la policía, se tuvieron en cuenta las circunstancias y Onoda recibió un indulto del presidente Ferdinand Marcos.
Regresó a Japón, donde fue honrado como un héroe, y fue el foco de atención de todos los medios. Además de incomodarle aquel protagonismo, tampoco se adaptó a la vida moderna en Japón, por lo que puso tierra de por medio y se marchó a Brasil. Compró una granja en Mato Grosso do Sul y se dedicó a la cría del ganado.
Teruo Nakamura
Terou Nakamura, de origen taiwanés, fue obligado a alistarse en la Unidad Voluntaria Takasago del Ejército Imperial y enviado a la isla Morotai en Indonesia. En septiembre de 1944, cuando las tropas aliadas asumieron el control de la isla, Nakamura y varios soldados más se escondieron en la selva. Por una causa u otra, Nakamura decidió separarse del resto y vivir por su cuenta en una cabaña que se construyó en un lugar de difícil acceso. Casi a diario, veía aviones que sobrevolaban la zona donde estaba escondido -estaba cerca de una base de la fuerza aérea indonesia-, y se daba cuenta de la evolución de sus diseños y de su rapidez. Su conclusión fue que todavía estaban en guerra y que era el resultado de una carrera armamentista.
Hice un juicio erróneo, y me costó 30 años
Un vuelo de reconocimiento descubrió la cabaña y, poco más tarde, aparecieron informes sobre un hombre salvaje desnudo que había sido visto en un claro. El ejército indonesio envió una fuerza expedicionaria y, después de 30 horas, encontró a Nakamura cortando leña. Era el 18 de diciembre de 1974. Fue llevado a Yakarta y hospitalizado. Y aquí comenzó el problema, porque él era originario de Taiwán y su tierra natal ya no formaba parte de Japón. Así que, planteó la cuestión de si debería ser repatriado a Japón o Taiwán. Nakamura eligió Taiwán… y puso sobre la mesa la cuestión de las compensaciones económicas de los soldados taiwaneses que habían luchado bajo la bandera de Japón. Para el gobierno nipón estaba claro: los soldados taiwaneses no podían recibir ninguna compensación económica porque ya no eran ciudadanos japoneses. Aunque Nakamura recibió una pequeña compensación por su lealtad a Japón, que fue incrementada por el propio gobierno de Taiwán y donaciones privadas de japoneses, sirvió para movilizar al resto de excombatientes taiwaneses y llevar su caso a los tribunales. Se necesitaron años de demandas y campañas de sensibilización, pero el gobierno japonés promulgó una ley especial el 18 de septiembre de 1987 para pagar 2 millones de yenes a cada ex soldado taiwanés gravemente herido en la batalla, así como a las familias de los que perecieron. Aun así, nada que ver con lo recibido por los soldados japoneses, a quienes también se les pagó una asignación anual.
¿Y qué fue de Nakamura? Su regreso fue agridulce, ya que sus padres habían muerto, solo dos hermanos sobrevivieron, y su esposa se había vuelto a casar (a él se le había dado por muerto). De hecho, el nuevo marido, comprensible con aquella paradójica situación, estaba dispuesto a mudarse y dejar que la pareja reanudase su vida en común, pero Nakamura no lo permitió. Entendió que era él el que debía apartarse. Solo cuatro años después de su regreso, murió de cáncer de pulmón.
Georg Gaertner
Las circunstancias de la desaparición del alemán Gaertner son muy distintas a las de los soldados anteriores, pero igualmente permaneció «escondido» durante décadas.
Georg Gaertner se alistó en la Wehrmacht en 1940 a los 19 años y luchó en la campaña del Norte de África. Fue capturado por las tropas aliadas en Túnez en 1943 y enviado a un campo de prisioneros en los Estados Unidos. Tras el fin de la guerra, los prisioneros serían repatriados a sus lugares de origen, y ese era el problema de Georg. Había nacido en Schweidnitz, Baja Silesia, por aquel entonces perteneciente a Alemania, pero ahora formaba parte de Polonia y se llamaba Świdnica, donde le esperaba una Europa en escombros, la miseria y el yugo soviético, nada amable con los antiguos miembros de la Wehrmacht. Así que, decidió arriesgarse a seguir en los Estados Unidos, que se había librado de la devastación de la guerra y donde la economía había progresado debido a la expansión de su industria durante la guerra.
Tras estudiar los horarios de los trenes de carga que pasaban cerca del campo de Deming, Nuevo México, el 22 de septiembre de 1945 se escapó y se coló en un tren que lo llevó a California. Allí pasó los años siguientes ocultando su identidad y trabajando en lo que salía, como leñador, lavaplatos o trabajador de la construcción. Perfeccionó su inglés, para evitar su acento, y consiguió una tarjeta de la Seguridad Social, nuestro DNI, con una identidad falsa. Desde aquel momento sería Dennis F. Whiles. Lógicamente, estaba en busca y captura, pero nunca llegaron a dar con él. El paso del tiempo fue disminuyendo la intensidad de la búsqueda, hasta que en 1963 el FBI relegó su archivo casi al olvido. Total, no era alguien peligroso e incluso se entendían sus motivaciones para no querer regresar. Se mudó de ciudad en varias ocasiones hasta que finalmente se estableció en Norden, California, donde trabajó como instructor de esquí en invierno y en trabajos de construcción durante el verano. Conoció a Jean Clarke, con la que se casó en 1964, y adoptó a los dos hijos que ella tenía de un matrimonio anterior. Era un hombre nuevo, con una nueva vida.
La familia se trasladó a Colorado, donde Dennis (Georg) se convirtió en un miembro importante y activo de la comunidad. Aun así, siempre estaba presente el temor a que su pasado apareciese y echase por tierra toda su vida. Sentía la necesidad de contarlo, sobre todo a su esposa, a la que había mentido diciendo que se había escapado de un orfanato cuando era niño. En 1984, casi 40 años después de su «desaparición», se armó de valor y, esperando su comprensión y perdón, contó su verdadera historia a su mujer. Jean le dijo que debía hacerlo público. Y lo hizo, pero a su manera. Contactó con el profesor de historia Arnold Krammer, autor de un libro sobre los prisioneros de guerra alemanes en Estados Unidos, para que escribiese un libro sobre su historia. Al año siguiente se publicada El último soldado de Hitler en Estados Unidos y, además, hacía se «entrega» a las autoridades en una aparición en el programa de TV Today Show, convirtiéndose en el último prisionero de guerra alemán de la Segunda Guerra Mundial.
¿Y el gobierno qué pensó? Pues quedo completamente descolocado, no sabía qué hacer. Realmente, no era un inmigrante ilegal, ya que no se coló en los Estados Unidos, fue llevado por el gobierno estadounidense; además, había escapado después de terminar la guerra, así que tampoco se le podía juzgar como prisionero de guerra fugitivo. Así que, decidieron lavarse las manos y dejar correr el agua. El FBI anunció que lo retiraba de su archivo de fugitivos y el Servicio de Inmigración confirmó que no sería deportado y que comenzaba a tramitar la ciudadanía… como Dennis F. Whiles, aunque debido a demoras burocráticas no la recibió hasta 2009. Murió en 2013, cuando su estado civil era el de divorciado. Jean podía vivir con su pasado, pero no con aquella mentira.
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Muchas gracias por publicar tantas historias interesantes ya en el olvido de la memoria mundial. Se requiere mucho trabajo para recolectar tantas historias que sufrieron los pueblos del mundo durante las decadas y siglos pasados. Espero que sigan con el empeño de seguir publicando historias de interes mundial. Gracias por su trabajo y sus publicaciones.
Hola Sergio.
Mientras vosotros sigáis ahí, yo seguiré publicando. Saludos