En el Museo de Artes Orientales de Estambul, se conserva una copia de uno de los poemas épicos más antiguos de la humanidad, perteneciente a la literatura sumeria. Se trata de “Enmerkar y el señor de Aratta”. El poema, que consta de unos 600 versos, narra un enfrentamiento entre naciones, lo que lo convierte, posiblemente, en la crónica de un conflicto más antigua que conocemos. Cuenta el texto que el rey Enmerkar, segundo gobernante de la I Dinastía de Uruk, codiciaba las riquezas de la ciudad legendaria de Aratta, a siete cordilleras de distancia de Uruk, en lo que hoy es la nación iraní. La narración, que comienza de forma bastante típica, elogiando la grandeza de la ciudad de Uruk, dice que Enmerkar le pidió a la diosa Inanna (protectora de Uruk) que enviara materiales preciosos y de construcción, procedentes de la mítica Aratta, para construir templos en honor a ella, y para el templo del dios Enki en Eridu. Ya sabemos que siempre ha sido un buen recurso sobornar a los dioses para que estén de tu parte. La diosa Inanna, que no era ajena a los halagos, le aconseja a Enmerkar que elija un mensajero que sea capaz de recorrer las difíciles montañas del Ashan (lo que hoy son los Montes Zagros). Así lo hace el monarca y envía al emisario, el cual, además de las consabidas amenazas de rigor típicas de un tiempo en que no se andaban con remilgos, recita ante el señor de Aratta el “Encanto de Enki”, un poema legendario donde se narra cómo dicho dios terminó con la Edad de Oro de Enlil.

Uruk

Nada parecía amenazar al señor de Aratta, ni siquiera el recital poético que no debió ser muy bueno, así que no solo se negó a los requerimientos, sino que alegó que él también está bajo la protección de la diosa Inanna. El heraldo le aclara que dicha diosa está ahora de parte de Uruk, ante lo que el señor de Aratta propone un combate singular entre dos campeones, pero luego cambia de idea y acepta someterse si le suministran una gran cantidad de grano. El cereal es entregado, pero se solicita a cambio cornalina (piedra semipreciosa roja) y lapislázuli, lo que enfada al de Aratta, que haciendo oídos sordos a la alegría de su pueblo ante la comida gratuita, le da la vuelta a la tortilla y sea Enmerkar el que le entregue la cornalina y el lapislázuli. Llegado este momento, la historia se pone tensa, y suponemos que el pobre mensajero está reventado de tanto ir y venir, y subir y bajar montañas.

Enmerkar insiste enviando con el heraldo su cetro, lo que parece que asusta al de Aratta, para luego más tarde echarse de nuevo atrás y volver a proponer el combate singular, especificando que se elija a un guerrero “ni negro, ni blanco, ni moreno, ni rubio, ni moteado”. Para poner más emocionante la historia, Enmerkar acepta el desafío, pero exige que se manden los metales y piedras preciosos a Uruk. Por desgracia, a partir de este punto no sabemos muy bien el desarrollo de los acontecimientos, pues faltan algunos fragmentos -y es una pena para los guionistas de Hollywood, porque era una historia con mucha chicha-. En todo caso, parece ser que al final las cosas se resuelven a favor del monarca de Uruk, lo consigue lo que se proponía. Por otra parte, es lo habitual cuando tienes a los dioses de tu lado.

En el año 2000, una gran sequía desvió el curso del río Halil. Un campesino encontró unos restos de cerámica y, como a veces pasa, los vendió en el mercado negro. En el 2001, se encontraron los restos de una tumba con un bellísimo vaso de clorita con incrustaciones. Tras varias ventas ilegales, el gobierno de Irán tomó cartas en el asunto y el profesor Yousef Madjidzadeh inició unas excavaciones en la zona, junto al pueblo de Jiroft. Los descubrimientos en esta ciudad han sido fascinantes. En 2005 se excavaron las ruinas del palacio real, y en ellas aparecieron las muestras más antiguas de lenguaje elamita encontradas hasta la fecha. El elamita, que a día de hoy sigue estando a medio traducir, es una lengua que nada tiene en común con las de la zona, ni con ninguna moderna. Este elemento ya es de por sí de lo más singular, pero a ello hay que añadir que algunos arqueólogos sostienen que fueron los elamitas los que inventaron la escritura cuneiforme, que habrían copiado los sumerios, y no al revés. Asimismo, habrían exportado esa técnica de escritura a todas las futuras ciudades elamitas. La antigüedad de estas muestras parece reforzar esa tesis.

El resto de las ruinas indican una civilización tan importante que ha recibido nombre propio: “Cultura de Jiroft”. La ciudad estaba enclavada en un “punto paraíso”. O sea, un lugar que reunía características adecuadas para el desarrollo, como el agua de una llanura fluvial, tierra fértil y abundante, rica en recursos alimenticios naturales que requieren poco esfuerzo para su crecimiento, y una orografía apta para la defensa. A través de los restos de comida, como los dátiles tostados o el pescado, se ha podido determinar que tenían relaciones comerciales con lugares tan distantes como el Golfo Pérsico o la India. Más importante aún es que en las cimas cercanas se explotaban minas de piedras preciosas y semipreciosas (lapislázuli), así como piedra de construcción y materiales duros, como la clorita. Los mismos que son nombrados en el poema. También se encuentran indicios de relaciones comerciales con ciudades sumerias, incluyendo la de Uruk. Un elemento curioso es que el gobernante no parecía estar sometido al clero, como es el caso de los sumerios, lo que también concuerda con el poema, en el que Enmerkar actúa continuamente guiado por la diosa Inanna, mientras que el señor de Aratta utiliza su propio criterio, incluso cambiando de opinión y oponiéndose a los deseos de la divinidad sumeria.

 

Según los especialistas, el yacimiento de Jiroft coincide en todos sus aspectos con “Enmerkar y el señor de Aratta”, tanto en los productos nombrados, las riquezas que poseería el reino, la misma descripción de la ciudad, y el gobierno de la misma. Estaríamos pues, ante otra nueva Troya de la Antigüedad. De nuevo una leyenda cobra vida bajo los instrumentos de los arqueólogos, y nos muestra que, muchas viejas historias, tienen su origen en sucesos reales.

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro