En anteriores artículos ya hemos tenido ocasión de ver que los sumerios, a pesar de ser uno de los pueblos más antiguos, tenían muchas cosas en común con nosotros. Cuando leemos esas viejas tablillas de barro descubrimos a unos seres humanos que gustaban de ver una competición deportiva, que adoraban darse una buena comilona con los amigos o beber unas cervecitas, que amaban y odiaban, e incluso que les gustaba echarse unas risas (recordemos que el chiste más antiguo que se ha encontrado es sumerio). A veces, su ingenio y humor nos resulta entrañable y cercano, como cuando hacen chistes sobre las bodas:

Un corazón alegre, la novia.
Un corazón afligido, el novio.

O este otro, que suena aún más “actual”

Para tener felicidad en la vida, una boda.
Mejor aún, un divorcio.

Sus refranes están llenos de ingenio y sabiduría:

Quien tiene mucha riqueza es, sin duda, dichoso.
Quien posee mucha cebada es, sin duda, dichoso.
Pero el que nada posee, puede dormir.

O aquel otro proverbio que nos recuerda que, algunos conquistadores, equivocaron el camino en la vida:

¿Quién es bastante grande para alcanzar el cielo?
¿Quién es bastante grande para abrazar la tierra entera?

Pero desde que se empezaron a traducir las primeras tablillas cuneiformes, había un apartado en el que los cabezas negras parecían no haber entrado: el de las adivinanzas. Resultaba extraño en un pueblo ingenioso aficionado a las metáforas poéticas y a los juegos de palabras. Sin embargo, esto cambió repentinamente en 1960 cuando Edmund I. Gordon, tradujo unas pequeñas tablillas redondeadas procedentes, en su mayor parte, de la ciudad de Ur. Todas ellas se caracterizaban por presentar textos muy cortos, y porque su penúltima palabra era siempre “Ki-búr-bi”, que en sumerio significa “respuesta”. El traductor se dio cuenta enseguida de que se trataba de 25 adivinanzas a las que el amable escriba había añadido la solución al final. Algunas nos han dado problemas. Por ejemplo, la correspondiente a la rana había perdido la mitad del texto, por estar dañada la tablilla, con lo que nos quedamos con la respuesta y sin poder saber el juego de palabras. En otra, la del fuelle, ha sido hasta ahora imposible entender la agudeza detrás de los posibles dobles sentidos o las metáforas. Hay que tener en cuenta que este tipo de pasatiempos de ingenio tienen mucho que ver con la cultura propia. Si un sumerio nos dijera “mi montaña se llenó de yeso”, pocos entenderían que se refería a que su pelo se había vuelto blanco.

En ocasiones,  dependemos de lo que le pase al escriba por la cabeza. Veamos una de ellas:

Lo agarra, son tres.
Lo suelta, son seis.
Respuesta: el hacha doble.

Al ver esta adivinanza, nos damos cuenta de que sin la respuesta no habríamos acertado. Una vez sabida, entendemos que si cortas algo en dos con un hacha, con un hacha doble cortas “el doble”. El problema es que el escriba decidió usar el número tres en vez del dos. ¿Problemas culturales de nuevo? Se ha sugerido que tal vez se deba al modelo de hacha. Tenemos varias reseñas de hachas dobles en algunos documentos de tipo militar, pero solo en uno administrativo se encontró una referencia a que el hacha doble podía ser triple o quíntuple (se cree que dependiendo del tamaño de la empuñadura). Seguimos con otra adivinanza, en la que el escriba usó un juego de palabras que solo tenía sentido en su idioma:

Tengo que ir a Susa
y luego tengo que volver.
Respuesta: la palma datilera.

Susa era la capital del Elam, que los sumerios llamaban a veces NIM (tierra alta). Y una de las palabras que se usaban para el verbo “volver” era BAR. Si juntamos ambas nos queda NIM-BAR, que significa… «palma datilera».

Y como era de esperar, también tenían adivinanzas sexuales y genitales.

La boca ha vencido a la fortaleza,
para que yo pueda abrazarla.
Respuesta: la vagina.

Este no vamos a explicarlo, que estamos en horario infantil. Para más referencias… lea poemas eróticos sumerios o acadios. Otro más de tipo picante y algo irónico:

Uno cavó bien
pero el otro (la otra) se quedó mirando.
Respuesta: un pene flácido.

Más que una adivinanza, parece una descripción irónica. En todo caso, con esto nos queda claro que, ya en Sumeria, había algunos que necesitaban el concurso de la Viagra.

Seguimos con adivinanzas:

Una casa abierta, una casa cerrada,
él lo ve, pero aun así permanece cerrado.
Respuesta: una persona sorda.

En este caso, como es fácil de comprender, la casa es la boca que se abre y se cierra. Seguimos con uno que cualquier sumerio habría acertado:

Mi madre me construyó una casa.
Ventana, ¿qué sale?, dijo ella.
Ventana, ¿qué entra?, dijo ella.
Respuesta: la harina ofrecida en un funeral.

Las tumbas sumerias tenían un agujero (la ventana) por donde se echaban libaciones y ofrendas al difunto para que comiera y bebiera en el mundo del otro lado, en este caso, la harina.

Cuando soy niño, soy hijo de un surco,
cuando soy grande, soy el cuerpo de un dios,
cuando soy viejo, soy el médico del país.
Respuesta: el lino.

El lino comienza su existencia como una planta en el surco de un campo de labranza. Luego es convertido en telas, que en Sumeria solo podían ser usadas por nobles, sacerdotes o para cubrir estatuas de divinidades y, por fin, los trapos de lino viejo se utilizaban para hacer vendas.

Y ya para finalizar, voy a dejar una facilita para que todos puedan adivinarla. Pondré la respuesta, pero la pondré en sumerio. Ánimo, hoy en día podría ser resuelta sin problemas si dedicáis el recreo a pensar, en vez de jugar al fútbol. Lo importante son los dos últimos versos, no hagáis caso de las metáforas de los otros:

Una casa fundada sobre cimientos como los cielos.
Una casa cubierta con un velo como una caja de secretos.
Una casa apoyada sobre una base como un ganso.
SE ENTRA EN ELLA CIEGO.
SE LA DEJA VIENDO.

¿La pista? Aquí está:

Ki-búr-bi: E-dub-ba-a

Colaboración de Joshua BedwyR autor de  En un mundo azul oscuro