Hay indicios que apuntan a que la hipótesis del desembarco previo de navegantes ibéricos a los holandeses e ingleses es factible.

Son las palabras del investigador neozelandés Winston Cowie en su libro Nueva Zelanda, un puzle histórico, y que pondría en cuarentena los descubrimientos en Oceanía de holandeses, como Dirk Hartog, Willem Janszoon o Abel Tasman en el primer tercio del XVII, y del inglés James Cook en la segunda mitad del XVIII, hasta el punto de que Te Ara: The Encyclopedia of New Zealand («Te Ara» significa «el camino» en maorí), una enciclopedia online fundada en 2001 por el Ministerio de Cultura y Patrimonio de Nueva Zelanda, ha modificado uno de sus capítulos, el titulado: European discovery of New Zealand. En el apartado Before Tasman, dice…

Españoles o portugueses (…) pudieron haber alcanzado o bien naufragar en la costa de Nueva Zelanda. Pero no hay evidencias firmes (…) nadie antes de Tasman informó del descubrimiento de una nueva tierra.

¿Y qué tiene que ver un árbol gallego en esta historia? Pues eso se lo debemos a Juan Piñeiro, un investigador ya jubilado del Centro de Investigacións Agrarias de Mabegondo (La Coruña), cuando encontró en las actuales dependencias de la Policía Local de La Coruña un pohutukawa (Metrosideros excelsa), una especie originaria de nuestras antípodas. Por su estado y antigüedad no se puede perforar para extraer una muestra en la que contar sus anillos, pero se cree que podría tener 500 años y, por tanto, echar por tierras los logros de holandeses y británicos. Y esto sólo es una prueba, porque todavía hay más.

La Terra Australis (La Tierra del Sur) fue un continente imaginario con orígenes en la Grecia clásica. Los cartógrafos europeos comenzaron a plasmar este continente en sus mapas desde el siglo XV y los científicos, siguiendo las argumentaciones aristotélicas, defendiendo su existencia al considerar que debería haber una gran masa de tierra en el Sur que hiciera de contrapeso a la mas conocida en el hemisferio norte. Y a su búsqueda se lanzaron las potencias europeas.

Oficialmente los holandeses Dirk Hartog, Willem Janszoon o Abel Tasman en el primer tercio del XVII y, sobre todo, del inglés James Cook en la segunda mitad del XVIII, fueron los primeros. Ahora, tras nuevos descubrimientos y sus correspondientes investigaciones desde nuestras antípodas, la carabela errante española San Lesmes y el portugués Cristóvão de Mendonça aparecen como protagonistas del primer avistamiento y exploración años antes que los holandeses y siglos antes que Cook.

Los detalles irrefutables: que Gran Bretaña fue la que más se interesó por aquellas nuevas tierras y, por tanto, colonizó -aunque mucho tuvo que ver que la Independencia de los EEUU en 1776, que cerró las puertas a las remesas de convictos que se enviaban al nuevo mundo y a los que hubo que buscar un nuevo destino, que no fue otro que Australia-, y que si el estrecho de Torres, entre Australia y la isla de Nueva Guinea, a fecha de hoy sigue llevando el nombre del marino español que lo descubrió a comienzos del XVII es porque, evidentemente, lo descubrió -si hubiese un mínimo ápice de duda tendría nombre inglés-.

¿Qué navegantes españoles fueron los protagonistas en la búsqueda de Australia?

Tras dos expediciones anteriores no muy exitosas, en 1565 y en 1595, el 21 de diciembre de 1605 partía del puerto de Callao, en Perú, una tercera expedición compuesta por 300 hombres y tres barcos:  San Pedro y San Pablo, San Pedro y Los Tres Reyes. Aunque al frente de aquella flota estaba el portugués Pedro Fernández de Quirós, que ya había participado en la expedición de 1595, la cabeza pensante era el gallego Luis Váez de Torres. Navegando hacia el oeste, en mayo de 1606 llegaron a lo que pensaron que era Terra Australis y que Quirós bautizó como Austrialia del Espíritu Santo, en honor a la Casa de Austria, a la que pertenecía Felipe III, y un guiño a la Iglesia.

Realmente, estaban a unos 2.400 kilómetros de la costa australiana, en concreto en la mayor de las islas Nuevas Hébridas, que aún hoy conserva el nombre de “Espíritu Santo”, y que en 1980,  tras lograr su independencia, se convirtió en Vanuatu. Quirós, de fuertes creencias religiosas rayando casi lo místico, comenzó a desvariar proclamándose como el elegido por el Creador para aquel descubrimiento, creando la Orden del Espíritu Santo y nombrando a todos sus hombres Caballeros de dicha orden. Tras algunos enfrentamientos con los nativos, con escasez de víveres y el creciente malestar de sus hombres, el 8 de junio, unos 54 días después de su llegada, Quirós ordenó abandonar el asentamiento de Nueva Jerusalén, no se sabe si tenía prisa por hacer público su descubrimiento o por seguir explorando. La noche del 11 de junio un fuerte temporal separó a las tres naves. El San Pedro y San Pablo, a bordo del cual viajaba Quirós, sin poder regresar al puerto de la isla -así lo contó Quirós- continuó en solitario rumbo a Nueva España, mientras los otros dos barcos estuvieron esperando en las proximidades de la bahía de San Felipe y Santiago el regreso del capitán. Pasadas dos semanas, y pensando que había naufragado, Torres tomó el mando de la nueva flota (San Pedro y Los Tres Reyes) y emprendió su propia expedición.


Quirós llegó a España en 1607 y pasó 7 años escribiendo memoriales de su viaje y relatando, a quien le quisiese escuchar, sus aventuras a la espera de que Felipe III le reconociese como descubridor de un nuevo continente. En resumidas cuentas, que se le equiparase con Colón. Hecho que nunca se produjo, máxime con la carta que Torres escribió en Manila (Filipinas) el 12 de julio de 1607 y que llegó a la Corte el 22 de junio de 1608. ¿Qué se relataba en aquella carta?

Torres recorrió toda la costa de la isla del Espíritu Santo percatándose de su insularidad y de que realmente aquello no era el continente buscado. Puso rumbo al Suroeste para seguir la búsqueda de Terra Australis, pero los vientos le jugaron una mala pasada y le desviaron hacia el norte de Nueva Guinea, explorada por portugueses y españoles en el XVI. Bordeó la costa y se adentró en la desconocida costa sur, harto difícil de navegar por los peligrosos arrecifes. Nunca supo ver que a su izquierda, a escasas millas, se hallaba el continente buscado por él y ansiado por todos los navegantes: Australia. Aquel paso, entre la costa sur de Nueva Guinea y la costa norte de Australia, sigue llevando el nombre de estrecho de Torres, el primer navegante que lo atravesó. Al no percatarse de que aquel trozo de tierra que se veía en el horizonte no era otra isla más, sino el cabo York, el punto más al norte en el estado australiano de Queensland, siguió navegando hasta Manila donde llegó el 22 de mayo de 1607. La navegación realizada por Torres ha sido una de las más arriesgadas y mejor pilotadas en aguas del Pacífico, añadiendo al viaje el descubrimiento de numerosas islas, arrecifes y bahías, hasta entonces desconocidas en la cartografía europea.

Pedro Fernández de Quirós murió en Panamá en 1614, donde lo envió el monarca para quitárselo de encima, proclamando su descubrimiento de Terra Australis. La última noticia que se tiene de Luis Váez de Torres fue aquella carta que envió a la Corte. Nunca más se supo de él… aunque James Cook sí tuvo conocimiento de su exploración y de la existencia del estrecho, cuando los británicos ocuparon Manila entre 1762 y 1764 y el geógrafo escocés Alexander Dalrymple se hizo con las cartas naúticas de Torres.

Así que, yo creo que sería más apropiado decir que James Cook fue el primero en cartografiar la costa este del continente australiano y no que fue quien descubrió Australia.