Tras finalizar la Primera Guerra Mundial, el capitán del cuerpo médico Alexander Fleming regresó a su trabajo de microbiólogo en el Hospital St. Mary de Londres. Fleming quedó impresionado por la gran mortalidad causada por las heridas infectadas en el frente y se centró en la búsqueda de un nuevo antiséptico que evitase las infecciones. Pero habría que esperar unos cuantos años y dar gracias a la casualidad, a la curiosidad de Fleming y al desorden de su laboratorio.
A finales de julio de 1928, antes de irse de vacaciones, Fleming dejó en su laboratorio varias placas inoculadas para que creciera una bacteria patógena, el estafilococo. A su regreso, en el mes de septiembre, en el desordenado laboratorio encontró una de esas placas contaminada con un moho. En lugar de tirar a la basura ese experimento fallido, la curiosidad de Fleming le impulsó a analizarlo. Observó que, alrededor del hongo, las colonias de estafilococos más cercanas a él estaban muertas, mientras que las más lejanas se habían reproducido normalmente. Inmediatamente se percató de que el hongo, llamado Penicillium notatum, había liberado alguna sustancia bactericida, que Fleming bautizó como penicilina.
Fleming publicó su descubrimiento sobre la penicilina en el British Journal of Experimental Pathology en 1929 y siguió trabajando con el hongo, pero la obtención y purificación de la penicilina a partir de los cultivos de Penicillium notatum resultaron difíciles y más apropiados para los químicos. Además, la comunidad científica no prestó mucha atención ante aquel descubrimiento y la penicilina quedó olvidada durante 10 años. En 1938 el médico Howard Florey y los bioquímicos Ernst Boris Chain y Norman Heatley del Oxford Institute of Pathology se interesaron por el efecto bactericida de la penicilina. Desarrollaron métodos que permitían el crecimiento del Penicillium notatum y la extracción y purificación de la penicilina a pequeña escala para comenzar los ensayos con ratones. A pesar del éxito de los ensayos, tuvieron que enfrentarse a dos problemas: las cantidades obtenidas de penicilina apenas llegaban para los ensayos y, sobre todo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Estas circunstancias hicieron que los científicos buscasen otro lugar donde poder seguir con sus investigaciones, lejos de la guerra y con recursos suficientes. En 1941 Florey y Heatley se trasladaron a los Estados Unidos para continuar con sus trabajos, sobre todo en lo relativo a aumentar la producción de la penicilina. Con el apoyo del laboratorio del Departamento de investigación de Agricultura en Peoria (Illinois) aumentaron la capacidad productiva con nuevos recipientes de cultivo y otros mohos. Aún así, era insuficiente. Así que, el personal auxiliar del laboratorio, miembros del Departamento de Agricultura e incluso soldados comenzaron la búsqueda del moho milagroso que permitiese la producción de penicilina a gran escala. Después de trabajar durante semanas con los mohos de frutas en descomposición, quesos, pan, carne…
En junio de 1943 Mary Hunt, ayudante del laboratorio en Peoria, encontró un melón en un mercado local cubierto de un moho amarillento y lo llevó al laboratorio. Este moho resultó ser una cepa altamente productiva de Penicillium chrysogeum y su descubrimiento marcó un punto de inflexión en la producción en masa. Con aquella cepa se producía 200 veces más penicilina que con la de Penicillium notatum que Fleming había descubierto y 1.000 veces más tras ser mejorada mediante mutaciones inducidas por radiaciones ionizantes. A la pobre ayudante de laboratorio le quedó el sobrenombre de Moldy Mary (Mary la mohosa) .
Durante la primera mitad de 1943, las compañías farmacéuticas estadounidenses habían producido 400 millones de unidades de penicilina -suficiente para tratar unos 180 casos graves de infección-. Durante la segunda mitad de 1943, se produjeron 20.000 millones de unidades. Para junio de 1944, justo a tiempo para el desembarco de Normandía (el día D), las compañías farmacéuticas producían unos 100.000 millones de unidades de penicilina al mes, suficiente para tratar unos 40.000 soldados Aliados. Las fuerzas de Hitler tenían que depender de las sulfamidas menos eficaces y, en consecuencia, experimentaron tasas de mortalidad más altas, más amputaciones y tiempos de recuperación más largos para las lesiones, disminuyendo la capacidad de sus tropas. Gracias a un melón, la penicilina se convirtió en la «droga milagrosa» que salvó incontables vidas.
Fuentes: The real story behind penicillin, La casualidad que llevó al descubrimiento de la penicilina, The penicillin comes to Peoria
Información Bitacoras.com
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Se dice que aztecas y mayas daban a sus pequeños tortillas* cubiertas de moho cuando éstos se sentían enfermos, con lo cual les curaban las infecciones. A nadie se le ocurrió antes revisitar esta tradición y ver qué aportaba a la medicina.
Gracias por el buen post. Saludos desde México.
*Versión mexicana: panes de maíz redondos y aplastados con los que se envuelven los tacos. ¡Mmmhhh!
Pues no tenía ni idea…
Hola, Javier.
Te dejo un artículo sobre hongos.
https://www.mexicodesconocido.com.mx/hongos-un-mundo-aparte.html
No encontré mucho en la red, pero lo que te mencionaba es algo me contó una antropóloga.
Gracias por tu excelente página.
Lo leeré. Mil gracias
Realmente interesante. Nunca se me hubiera ocurrido.
Muy buen post. Saludos.
Hola, Javier.
Qué interesante y qué curioso.
Gracias por compartirlo.
Un abrazo desde Oviedo.
Dudo de la «casualidad» en este caso. Es muy probable que Fleming, un científico avezado, haya conocido los trabajos previos del investigador costarricense Dr. Clodomiro Picado Twight acerca de la acción de los hongos Penicillium sp.
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[…] ¿Sabías que un melón salvó la vida de miles de soldados durante la Segunda Guerra Mundial? […]
Soy autor de narrativa histórica y tus comentarios, son un ingrediente que suelen darme pistas, para investigar más en determinados temas. Muchas gracias por tu generosidad.
Gracias a ti.