Es una curiosa embarcación en apariencia muy rudimentaria, pero su efectividad está fuera de duda, ya que se lleva usando más de 3.000 años. Los pescadores de Perú siguen a día de hoy faenando cerca de su costa a través de este método tradicional, por el que parece no haber pasado el tiempo. Lo hacen mediante el denominado caballito de totora, que debe su nombre a la forma en la que la persona en cuestión se coloca para navegar, en la que imita la postura de un jinete montado sobre su caballo. Estas embarcaciones se fabrican artesanalmente de totora, una planta acuática muy frecuente en los pantanos peruanos.

pescando en los caballitos de totora

pescando en los caballitos de totora

El caballito de totora es una embarcación individual, con una longitud de unos tres metros. Suele ser más ancha en la popa, donde cuenta con un espacio reservado para guardar la pesca. La embarcación se estrecha a medida que se acerca a la proa, a la vez que se curva ligeramente hacia arriba. Pese a la aparente fragilidad que puede transmitir, es lo suficientemente fuerte como para aguantar y superar las olas que golpean las costas del océano Pacífico.

Culturas antiguas como la civilización mochica (200-700 d.C.) ya utilizaban el caballito de totora. Pero en 2014 se encontró un fragmento de 12 centímetros que ha podido confirmar su existencia en épocas aún más remotas, hace más de 3.000 años. Algunos expertos todavía van más allá y extienden su uso hace cinco milenios atrás. Para atestiguarlo se basan en algunos esqueletos pertenecientes a aquellos tiempos que presentan deformaciones óseas en los brazos y piernas, como si hubieran realizado una actividad que encajaría a la perfección con la posición utilizada sobre el caballito de totora. Resulta bastante complicado encontrar restos de este tipo de embarcaciones, ya que su vida material no superaba el mes. Cuando comenzaban a dar visos de desgaste, sus restos se empleaban para alimentar los fuegos de los hogares.

caballito-totora

Uno de los usos principales del caballito de toroa era, claro está, la pesca. Para ello, los pescadores debían alejarse de la costa, superando el bravo oleaje del litoral. Manejar la embarcación en estas condiciones no debía ser fácil, por lo que los protagonistas pasarían por un periodo de formación para aprender el oficio.

totora

Este proceso formativo también era entendido como un ritual de iniciación, debido a la importancia que para estas culturas tenía el mar, aparte del interés economico y de subsistencia. Incluso atendiendo los rasgos faciales de algunos individuos en cerámicas mochicas aparecen repesentados con expresión jovial, por lo que algunos investigadores se han atrevido a aventurar que estas culturas utilizaban la navegación como una actividad lúdica asimismo, lo que convertiría a estos americanos precolombinos en los primeros surfistas de la historia.

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Colaboración de Javier Ramos de Lugares con Historia