Algunos campos y ciertas áreas dentro de los campos de concentración eran diseñados especí­ficamente para mujeres. En mayo de 1939, los nazis abrieron el campo de Ravensbrueck, el campo de concentración más grande creado para mujeres. Más de 100.000 mujeres pasaron por Ravensbrueck hasta la liberación en 1945. En 1942, un campo de mujeres fue creado en Auschwitz (donde las primeras prisioneras eran las mujeres deportadas de Ravensbrueck). En Bergen-Belsen, un campo de mujeres fue creado en 1944. Miles de prisioneras judí­as de Ravensbrueck y Auschwitz fueron transferidas a Bergen-Belsen.
Su vida en los campos:  una gran dosis de solidaridad entre las mujeres para conseguir comida, la preocupación para que los hijos no sufrieran, las estrategias de maestras y madres para seguir educando a sus hijos, la condición de mujer perdida ( por la situación de cautiverio, las chicas no menstruaban y eso preocupaba a los médicos nazis, que así­ no podí­an seguir con sus crueles experimentos sobre los cuerpos de sus prisioneros)…
Relatos como los de Micheline:

«Nos quitaron nuestra identidad, nuestra infancia, nuestra familia, nuestras vidas… ¡Todo!»

Raia:

«Una vez que nos liberaron, no éramos nada. Ni hombres ni mujeres. Simples fantasmas»

Lea:

«Después de tanto sufrimiento y tanta muerte, yo aprendí­ lo que es la vida. Aprendí­ a vivir»

Ni las mujeres ni los niños fueron salvados de las operaciones nazis de asesinato masivo.  Las mujeres, especialmente las que tení­an niños pequeños, eran, a menudo, las primeras «seleccionadas» para gaseamiento en los campos de exterminio.
En los ghettos y los campos, los nazis detení­an mujeres para realizar trabajos forzados. Los médicos nazis a menudo usaban las mujeres judí­as y gitanas para experimentos de esterilización y otros experimentos humanos inmorales. En los campos y los ghettos, las mujeres eran particularmente vulnerables al acoso y la violación. Las mujeres judí­as embarazadas a menudo trataban de ocultar sus embarazos o eran forzadas a hacer abortos.

Muchas de las mujeres-guardias de la S.S. igualaban en crueldad y en dureza a sus colegas masculinos. Incluso competí­an por ser los/las más crueles en el trato con los presos. Especialmente temida era la jefa de vigilancia del campo de mujeres, Marí­a Mandel, que también tomaba parte en las selecciones.
Las mujeres fí­sica y psí­quicamente se derrumbaban antes que los hombres, convirtiéndose por ello también antes en un «musulmán» (así­ llamaba la S.S. a los prisioneros que tení­an un aspecto sumamente demacrado y ya no podí­an realizar trabajos duros). La media de esperanza de vida de las mujeres en el campo era en un 50% inferior a la de los hombres.
Sólo la esperanza de vida de aquellas mujeres que formaban parte de los «buenos comandos de trabajo» era superior (p. ej. en la cocina, en la sastrerí­a, de asistenta en la familia del comandante, de escritora en la sección polí­tica, etc.). Todas las demás presas tení­an que realizar, al igual que los hombres, los trabajos más penosos.
Las mujeres también estaban obligadas a prestarse a experimentos pseudomédicos. Destacaban especialmente por su crueldad los médicos Dr. Schumann (esterilización con rayos X), Dr. Clauberg (esterilización con preparados quí­micos, inseminación artificial de las mujeres, castración de los hombres) y Dr. Mengele (experimentación con gemelos, investigación racial en gitanos y enanos).

El régimen nazi decidió en 1942 «recompensar» a los prisioneros de los campos de concentración con sexo, razón por la que hicieron burdeles y obligaron a numerosas prisioneras a trabajar en ellos. En total, las SS abrieron diez burdeles, el mayor de ellos en Auschwitz, donde llegó a haber hasta 21 mujeres trabajando a la vez. El último prostí­bulo fue abierto a principios de 1945, poco antes del fin de la guerra. Para estos centros no se reclutaba a mujeres judí­as.

«Se les prometí­a que iban a ser liberadas después de medio año si trabajaban en el burdel», pero estas promesas nunca se cumplí­an.

Además, las prostitutas, la mayorí­a de ellas con poco más de 20 años, recibí­an más alimentos y recibí­an un trato distinto al resto de mujeres. Estas jóvenes habí­an sido internadas en los campos de concentración bajo el pretexto de tener una conducta «asocial» o antisocial. A cambio, debí­an trabajar a diario entre las ocho de la tarde y las diez de la noche.

«Los burdeles muestran otra dimensión del terror nazi, donde las ví­ctimas de los nazis eran convertidas en criminales contra las mujeres»

Los encuentros eran en todo momento supervisados.

«Sólo se permití­a la posición del misionero y sexo durante 15 minutos»

Colaboración de D. Abel Reyes Téllez, historiador y Presidente Nacional del Partido Social Cristiano Nicaragüense (PSC)

Foto: Imperioromano