A lo largo de la historia los británicos han destacado, entre otras muchas cosas, por el poderío de su flota que les ha permitido controlar los mares y, de esta forma, mantener el control en tierras tan lejanas como Australia o la India. También han sido protagonistas de dos de los hundimientos más famosos de la historia: el Titanic y el Victoria. Del Titanic está casi todo dicho ya, así que en esta historia nos ocuparemos del Victoria y de la importancia de las matemáticas.
En el momento de la botadura del acorazado Victoria (1890), los británicos pensaban que en aquel entonces tenían el buque de guerra más poderoso del momento: para su tamaño y peso (diez mil cuatrocientas toneladas) podía alcanzar los dieciséis nudos, el casco estaba protegido con una gruesa armadura reforzada en la proa para posibles embestidas, un poderoso cañón montado sobre una torreta con un escudo protector, treinta y seis tubos lanzatorpedos… el orgullo de la Marina británica. El 22 de junio de 1893 el grueso de la flota británica, ocho acorazados y tres cruceros, se encontraba de maniobras en las costas de Trípoli (Líbano), donde el almirante George Tryon, capitán del Victoria desde 1891, estaba al mando de los ejercicios. Tryon ordenó una formación en dos líneas paralelas encabezadas por los acorazados Victoira y Camperdown, rumbo a mar adentro. A su orden, debían dar un giro interior de 180º y regresar a puerto. Por el tamaño de los dos acorazados y el radio de giro necesario, se calculó que la distancia mínima entre ambos barcos debía ser de casi mil quinientos metros. Ya en alta mar, cuando el almirante iba a dar la orden de maniobra, Bourke, el segundo al mando del Victoria, y Markham, el capitán del Camperdown, le advirtieron que la distancia que separaba ambos barcos en aquel momento, unos mil cien metros, no era suficiente. El capitán, creyéndose más listo que los técnicos que había realizado los cálculos y apelando a sus años de experiencia, ordenó la maniobra. Ante la insistencia del almirante y por aquello de obedecer las órdenes de un superior, la realizaron. Dos moles de más de diez mil toneladas giraban el timón 180º a una velocidad de diez nudos en una maniobra imposible. Cuando Tryon se dio cuenta de su error matemático, ordenó a la sala de máquinas revertir el sentido de la marcha, pero parar aquella mole a esa velocidad requería más tiempo. El Camperdown embistió por estribor al Victoria, clavándose literalmente en su casco. Cuando se retiró, el Victoria comenzó a hundirse… en solo diez minutos el barco desapareció. Un total de trescientos cincuenta y ocho marineros, entre los que se encontraba el almirante Tryon, fallecieron.
El barco quedó en el olvido hasta que en 2004, y tras una búsqueda que duró varios años, el buceador libanés Christian Francis lo encontró en las costas de Trípoli a 150 metros de profundidad con casi una tercera parte enterrada en el fondo del mar. Debido al peso de la torreta del cañón y la armadura de acero se hundió de proa con las hélices aún girando a máxima potencia, lo que hizo que penetrase en el lecho marino hasta quedarse incrustado. Hasta la fecha, es el único naufragio en el que el barco quedó en posición vertical. Para que luego digan que las matemáticas no sirven para nada.
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Hola, Javier.
Menuda historia de la Historia. La desconocía. Tienes toda la razón: para que luego muchos digan que las matemáticas no sirven para nada cuando están presentes en un montón de aspectos de la vida (hasta en los más insospechados).
Pobres hombres y pobres familiares y amigos, qué trágico final. Desde luego, si el almirante George Tryon no llega a morir en el hundimiento, le hubiese caído una buena. Las caras que se les debieron de quedar a los del Almirantazgo seguro que fueron auténticos poemas.
Un saludo histórico desde Oviedo.
Las matemáticas no tienen nada que ver aquí. Más bien la marcada incompetencia de un mando. No falló nada en el cálculo matemático excepto el incompetente de turno (muy habitual), que no quiso hacer caso de lo que los cálculos dictaban.
Pues hay que reconocer que tienes razón.